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Las cosas cambian

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MATÍAS CHLAPOWSKI
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Durante la segunda mitad del siglo XX Arabia Saudita era un pilar de estabilidad en el mediano oriente. El mundo confiaba en su mesura y su diplomacia.

SAMA la autoridad monetaria a través de la cual el reino invertía sus reservas, producto de sus exportaciones de petróleo, era la cuenta más codiciada de la banca occidental.

En política exterior trataba de mantener un bajo perfil, alineado con el de los principales países occidentales, sus clientes. A su vez, ellos pertrechaban sus fuerzas armadas con sofisticadas y costosas armas, aviones, etc.

Hubo sin embargo, un momento en el cual la relación con occidente sufrió una gran conmoción a raíz de la guerra árabe-israelí de 1973, cuando la OPEP, dominada por los países árabes, hizo subir los precios del petróleo para castigar el singular favoritismo hacia Israel en ese conflicto.

Pero, exceptuando el episodio mencionado, el reino al menos se manejó con apariencia de gran ecuanimidad vis a vis occidente. Y a la recíproca: las grandes democracias se metieron poco en los incómodos y poco simpáticos temas de derechos humanos, como ser la situación de las mujeres o el derecho al disenso, considerándolos como temas internos y culturales de la nación. También se miró para el costado respecto de la práctica en el reino de brindar ayuda a movimientos islámicos en el extranjero, algunos radicalizados, con el implícito o explícito entendimiento de no hacer lío en casa.

Las exportaciones energéticas llenaban los cofres del reino y sus súbditos gozaban de creciente holgura, beneficiados con el abundante acceso a bienes de alta calidad y por las obras y servicios que allí se desarrollaban. Para ello ingresaba gran número de trabajadores (indios, paquistaníes, filipinos, palestinos y otros) en rubros como la construcción, diversos servicios empresarios relacionados con la producción y como empleados domésticos.

Sus elites hacían negocios, viajaban en aviones privados, poseían lujosos yates, compraban propiedades en París, Londres, New York y Marbella, educaban a sus hijos en el exterior. Principalmente en Estados Unidos, Suiza e Inglaterra e invertían parte de sus crecientes fortunas en las principales bolsas de valores a través de poderosos bancos occidentales.

Pero a raíz de varias y cambiantes circunstancias, las cosas empezaron a mutar. El 11 de septiembre del 2001, 19 terroristas islámicos, de los cuales 15 eran saudíes, secuestraron cuatro aviones de línea. A tres de ellos lograron estrellarlos contra las Torres Gemelas y el Pentágono, causando más de 3.000 muertos y una destrucción realmente importante, que como secuela trajo aparejada una recesión económica mundial que sentimos incluso en Uruguay, meses después.

El mundo cambió. La consecuencia eventual fue la invasión norteamericana a Irak, la que desestabilizó el frágil equilibrio de la región. Por otro lado, Rusia fue saliendo de las consecuencias del derrumbe soviético y comenzó a producir y a exportar un creciente volumen de petróleo y gas. Más tarde, Estados Unidos desarrolló una nueva tecnología para extraer petróleo: el “fracking”. Y de importador de energía, volvió a ser un gran productor del oro negro y a la vez, exportador. La disminución de la producción en Venezuela, producto de incompetencia y políticas erradas, más la disminución de exportaciones de Irak e Irán debidas a las causas que conocemos, no fueron suficientes para mantener firmes los precios.

El aumento del consumo de combustible empezó a ser menor al que muchos proyectaban, dada la mayor eficiencia de los motores. Además, el hecho de que los eléctricos e híbridos comenzaran a ser una realidad, creando una situación de potencial sobreoferta. La producción de energía fotovoltaica, eólica y otras, empezó a hacerse notar.

Arabia Saudita intentó llegar a un acuerdo con Rusia a fin de disminuir la producción y contener la caída de precios, pero la iniciativa fracasó, así que acto seguido se inició una vigorosa guerra de precios que irritó, entre otros, a EE.UU., donde se habló de aplicarle sanciones por prácticas monopólica.

El reino estaría convencido de que teniendo los costos más bajos de producción, podría doblarle el brazo a los rusos y a otros productores y reducir la oferta. Pero sorpresivamente y en mal momento, llegó el coronavirus, La cotización del Brent (nuestra referencia de precios del petróleo) se desplomó al caer el consumo a nivel planetario, con pocas perspectivas de volver a los precios de antes.

Arabia Saudita se encuentra realmente en una encrucijada. Acostumbrados a tener de todo, de repente se enfrentan con una necesidad imperiosa de reducir su tren de vida y las dádivas a la muy extensa y exigente familia real. Debe reencauzar o terminar su participación en la difusa e interminable guerra civil-religiosa en Yemen -donde sus adversarios son apoyados por Irán- para rebajar sus gastos militares. Y co-mo todo el mundo, tienen por delante el desafío del Covid 19 y el consiguiente parate que sufrirá su economía a causa de la plaga.

Las reservas del rei- no son amplias, más de US$ 420.000 millones con buena capacidad de endeudamiento adicional. En lo que va del año, ya tomaron US$ 19.000 millones.

Mohammad bin Salman bin Abdulaziz Al Saud, el príncipe heredero de 34 años, llamado MBA por algunos, deberá enfrentar una profunda reforma y aplicar medidas poco agradables. (Acaba de triplicar el IVA).

Hace cinco años que el superávit fiscal se ha esfumado. El rojo en el primer trimestre del 2020 fue de US$ 9.000 millones. Autoridad y dureza parecen no faltarle ¿pero tendrá el temple y la sabiduría para navegar el temporal y llevar el barco a buen puerto?

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