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Otra vez meritocracia

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MARTÍN J. BUENO
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Desde hace un tiempo y cada vez con mayor intensidad, hemos visto cómo diversos actores políticos, sociales y académicos -locales y extranjeros- se encuentran planteando una compleja discusión ideológica respecto a la meritocracia.

Si bien algunos planteos son bien intencionados, hay otros que, bajo una apariencia de elevados razonamientos académicos, son un ataque frontal a la meritocracia como valor central de nuestra sociedad.

El concepto básico planteado remite a que la meritocracia es un instrumento al servicio del privilegio, cuyo fin es justificar y legitimar una situación de poder particular en la sociedad. De manera simultánea a esta poderosa idea de instrumento de poder para un fin espurio -el engaño moral para mantener privilegios-, se presenta el relativismo absoluto, por el cual, al no controlar nuestra genética ni nuestro lugar de nacimiento, el determinismo es total. Consecuentemente, las diferencias originadas en acciones y decisiones personales no son relevantes y se encuentran previamente determinadas sin alternativa.

Los dos postulados yuxtapuestos provocan la erosión absoluta de nuestro contrato social y alimentan de desesperanza a todo aquel que pretenda un futuro mejor.

Valoramos la perseverancia y el esfuerzo como una virtud principal de nuestras sociedades, sin embargo, esta nueva moral alternativa entiende que el esfuerzo constituye una herramienta del capitalismo para lograr el máximo rendimiento de los trabajadores, lo que denominan la “moralización del trabajo”.

Defender la meritocracia no implica no reconocer los dramas de nuestra sociedad y mucho menos compartir repulsivos postulados, como el famoso “viven así porque no se esfuerzan”. Que estemos fracasando en otorgar igualdad de oportunidades, de manera alguna puede implicar el ataque a la meritocracia como valor central, porque aun con fallas, esta sigue siendo un motor principal para la superación humana.

Creer en la meritocracia implica necesariamente creer en una sólida igualdad de oportunidades, justamente esta igualdad (siempre relativa en términos absolutos, pero indispensable en mínimos asegurados) es la que otorgará la legitimación final.

En tal sentido, el acceso universal y gratuito a educación de calidad es un factor central, desde la primera infancia hasta la educación terciaria. Y quienes no pueden acceder por sus contextos sociales, deberán seguir siendo el foco de políticas públicas que permitan que el acceso universal a la educación se convierta en una realidad.

Este relativismo absoluto de una supuesta moral alternativa viene de quienes buscan reformular los mismos relatos de siempre, pero en una versión más moderna. Fracasada la lucha de clases y universalizadas las causas progresistas, vacíos de contenido y acumulando fracaso tras fracaso en todos sus intentos gobernantes, ahora pretenden instaurar una nueva presentación que cumpla con el fin que siempre buscaron, alimentar la desesperanza, para luego aprovecharla prometiendo lo que nunca pudieron cumplir.

La meritocracia, aun con problemas, es una herramienta fantástica de superación personal y social, un concepto difusor de valores humanos positivos, que debe tener como faro permanente la igualdad de oportunidades.

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