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Economía creativa

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Martin Inthamoussú
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No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento”. (Honoré de Balzac). Colombia anunció hace muy poco que cerca del 30 por ciento de su crecimiento anual proyectado será producto del sector creativo o sector naranja. ¿Nos sorprende? ¡Claro que no!

Las industrias culturales y creativas son, según Unesco, “aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal la producción o la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial”.

Aquí encontramos industrias relacionadas a las artes, el patrimonio, editorial, fonográfica, audiovisual, agencias de noticias y otros servicios de información, medios digitales y software de contenidos, diseño y publicidad, gastronomía y deportes espectáculo.

Sin la creatividad no accederíamos a casi ninguno de los bienes y servicios que cada día consumimos. Ni una app que usamos para viajar, ni una experiencia gastronómica de la cena y por supuesto tampoco un hermoso espectáculo musical.

Podemos reconocer, entonces, que el insumo base de la economía cultural y creativa es la propiedad intelectual. Lo que aporta valor son las ideas. Estas industrias transforman ideas en bienes y servicios. Su materia prima es la creatividad.

El valor de estos bienes está determinado, en muchos casos, por el contenido de propiedad intelectual que albergan. Es en este sector que se apoya la generación y materialización de nuevas ideas creativas y productos innovadores, favorecen la transmisión de conocimiento y la monetización del mismo. De esta manera se busca desarrollar el potencial económico del sector creativo, generando condiciones para la sostenibilidad de las organizaciones y agentes que lo conforman, en concordancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

Es indispensable, como base de los lineamientos de la política, reconocer e integrar a los diferentes niveles de riesgo creativo y financiero que asumen creadores, emprendedores y empresarios de la creatividad. Aquí debemos reconocer desde el sector independiente y basado en la autogestión (alguno de ellos en el marco de la informalidad) hasta grandes empresas de contenidos creativos.

Las exportaciones de bienes y servicios creativos en 2011 alcanzaron los 646 mil millones de dólares. Si las insertáramos en la clasificación que hace el Centro Internacional de Comercio (ITC por su sigla en inglés), serían la quinta mercancía más transada del planeta. Price Waterhouse Coopers estimó que desde el año 2012 las industrias del entretenimiento inyectarían 2,2 billones de dólares anuales a la economía mundial.

Cultura y economía muchas veces son conceptos presentados como antagonistas, pero debemos verlas como complementarios para alcanzar su máximo potencial. Felipe Buitrago, creador de la Economía Naranja en Colombia y asesorando al BID en este sector, plantea cultura y economía como los Cronopios y las Famas de Cortázar, que deben complementarse, pero no son lo mismo. En realidad, son cercanas y, si avanzamos en esta idea de romper con esa falsa dicotomía, podremos acceder a más bienes y servicios de estas industrias, con las condiciones dadas tanto para creadores como consumidores.

Las principales oportunidades para la sostenibilidad y crecimiento del sector están en articular los incentivos existentes, para favorecer al empresariado creativo. Especialmente luego de la pandemia, se han identificado una serie de oportunidades que deben ser desarrolladas con ojo crítico.

En esta línea es clave incentivar la valoración, el acceso, el disfrute y las distintas formas de consumo de la producción creativa de Uruguay. Disfrutar de nuestra cultura es un derecho, pero además es un inmenso valor que requiere reconocimiento. Apoyar el valor agregado de nuestros creadores, nos otorga identidad local para la mirada global.

La pandemia nos abrió la puerta a productos creativos del mundo entero. El consumo masivo se instaló fuertemente, y eso es una oportunidad para la identidad ciudadana a través de la creatividad. Ser distintos es lo que nos dará el valor agregado como diferencial competitivo sostenible.

Las oportunidades post Covid se enmarcan en la generación de plataformas de intercambio de información, diálogo permanente del sector con los gobiernos locales pensando en experiencias de consumo mas que en productos consumibles y finitos y potenciando las ideas que dialogan con el mundo desde una perspectiva local.

El valor de las ideas en el centro de la ecuación. El conocimiento es la habilidad más valiosa que uno puede vender, decía Barack Obama. Monetizar el contenido intelectual, y por ende su valor intrínseco, no debe ser un impedimento moral, debe ser la base del respeto por la creatividad diversa en la cadena de valor productiva de todo país.

Aún así, no puede centrarse solamente en este aspecto.

La economía creativa es una forma alternativa de crear, producir y distribuir bienes y servicios culturales con significativo potencial de generar beneficios económicos y también sociales. Los bienes y servicios creativos ayudan a construir ciudadanía, comunidad, identidad y valores sociales que no pueden monetizarse. Esto potencia al sector en el valor competitivo y diferencial de otro tipo de consumo.

Las ideas tienen un valor economía, sin duda, pero también ayuda al tejido social y bienestar de la ciudadanía y eso no tiene precio.

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