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El voto que el alma no pronuncia

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martín aguirre
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Quejarse por tener que votar en las elecciones universitarias puede ser visto como una muestra de amargura poco democrática. “¿Qué te cuesta?”, “Hay que participar”, “¿No te gusta votar?”... O la peor: “¿Querés dejarle todo a los ultras que no faltan nunca?”.

Este último planteo, encierra un aspecto central para cualquier democracia, y que en Uruguay, muchos se niegan a asumir. Hablamos de la proliferación de ámbitos “participativos”, que se presentan como logros democráticos para que “la gente” sea parte de las grandes decisiones, pero que en el fondo significan todo lo contrario.

Tal vez nos pusimos muy volados. A ver... La democracia liberal uruguaya prevé que usted va, vota para elegir un gobierno, y le concede 5 años para gestionar la cosa pública. Al terminar ese plazo, se evalúa y se premia o sanciona en las urnas. En el ínterin hay otras formas de intervenir, desde la posibilidad de juntar firmas, llamar a referendos, hay elecciones municipales en el medio, etc. Y la principal forma de participación política individual posible: estar informado, ser un ciudadano con cabeza crítica, y no parte de una majada que sigue una bandera sin importar si lo lleva a un precipicio.

Ahora bien, hay gente que piensa de otra forma. Los sectores más socialistas buscan lo que llaman “democracia participativa”, y con la excusa de que hay que ser parte activa del sistema, pretenden que todos integremos grupos que tengan voz y voto en cada decisión colectiva. Un sindicato, un grupo estudiantil, una asociación profesional, una “oenegé”. A instancias de estas visiones, en Uruguay se ha dado creciente peso a estos grupos en los organismos públicos. Hay “representantes sociales” en la salud, en el BPS, la Universidad... El Mides, por ejemplo, fue durante el Frente Amplio poco más que una confederación de “oenegés” que recibían dinero del contribuyente, pero se organizaban a su manera. Por no hablar del mundo laboral.

¿Ha significado toda esta apertura una mayor participación de las personas en las decisiones públicas? La realidad es que no.

A poco que analizamos, se ve que quienes terminan investidos con el poder de representación de estos grupos, son siempre los dirigentes más intensos, más fanáticos, más “de izquierda”. Con lo cual, lo que termina pasando es que estas ideas terminan teniendo una sobrerrepresentación en todos los debates. Y los representantes electos democráticamente deben coexistir y aceptar como iguales a estos dirigentes cuya legitimidad es infinitamente menor.

¿Quiere un par de ejemplos? Mire los resultados de las elecciones universitarias. Los sectores más marxistas, ganan siempre, incluso con voto obligatorio. Gente que después defiende a Cuba o al pederasta de Daniel Ortega. ¿Piensa así la mayoría de los universitarios del país? No. De hecho, el gran ganador en la mayoría de las facultades fue el voto en blanco.

Mire el Sindicato Médico. Después del bochorno que fue la actuación de este grupo en la pandemia, van y ganan los mismos la elección gremial. Pese a que claramente no son la voz de la mayoría de los médicos, ni de la sociedad.

¿Usted vio las fotos de la protesta del gremio del puerto en Torre Ejecutiva? Cincuenta señores que a los gritos y con petardos se lanzan contra la oficina de un presidente legítimo, diciendo representar a “los trabajadores portuarios”. ¿Será?

Permita el lector una digresión. Hace un par de días, este autor escribía en una red social la pregunta irónica de que a quién se le habría ocurrido hacer obligatorio votar en la UdelaR. Entre los cientos de reacciones a favor, y las decenas de insultos, una llamó la atención. El dos veces decano de la Facultad de Arquitectura, Salvador Schelotto contestaba con tono enojoso algo así como que había sido Sanguinetti en los 70, para darle poder a las “mayorías silenciosas”, pero que igual se había llevado una paliza.

Difícil saber qué es más alarmante. Si la carencia de sentido de la ironía de muchos dirigentes universitarios frenteamplistas (¿se acuerda cuando el rector Arim mandó cancelar al propietario de un café por no entender el chiste de “ni perros ni mexicanos”?). O la obsesión de convertir todo en un debate futbolero machirulo de “les ganamos igual, chupen giles”.

La pregunta debería ser: ¿es mejor la Universidad con este sistema supuestamente participativo? ¿Cuantas Universidades del top 50 del mundo tienen algo parecido? ¿Funciona mejor el BPS, la Salud Pública, con estos representantes “sociales”? ¿No son suficientemente “sociales” los diputados y senadores electos libremente?

El tema de fondo es que muchos uruguayos no quieren, no queremos, ser parte de un sistema que funciona como una enorme asamblea de copropietarios. Votamos, nos informamos, y después trabajamos y hacemos nuestra vida. Pero resulta que así, hay un grupo de intensos que se aprovechan de los vericuetos del sistema, para que su visión, su voto, valga el doble que el nuestro. Y así imponer ideas que no funcionaron en ningún lado. ¿Es eso democrático?

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