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Cada vez más bipolares

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martín aguirre
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Los resultados de anoche confirman la dicotomía histórica que vive Uruguay.

Incluso el resultado en la capital del país se acercó todavía más a ese corte por mitades de lo que había antes, con el Frente Amplio apenas arriba de ese 50% simbólico. Mientras que en la otra gran mitad nacional, ese universo tan disímil, pero que desde la capital se suele englobar como “interior”, las fuerzas “multicolores” aumentaron su preponderancia.

Este corte se puede medir también con la reacción de los polos opuestos ante los triunfos de dos de los grande ganadores de la noche: Carolina Cosse en Montevideo, y Carlos Moreira en Colonia. Debe haber pocas figuras políticas que atraganten más a un votante no frentista hoy que Cosse, envuelta en los escándalos de derroche y abuso de autoridad en Antel, acusada de ser el mascarón de proa nada menos que del Partido Comunista, y pese a lo cual logró una cómoda victoria en la capital. Moreira, que vivió en carne propia el calor incandescente de los reflectores mediáticos por el audio repetido hasta el hartazgo donde supuestamente aceptaba negociar pasantías a cambio de un encuentro personal, y que representó en cierta forma el villano caudillista perfecto para esa mentalidad “progre”, capitalina, también logró una victoria potente, sanadora.

Tal vez donde esta bipolaridad nacional no tenga reflejo es en Canelones, el departamento “bisagra”, adonde Yamandú Orsi logró un triunfo también muy holgado, cuyo discurso dialogante hizo honor a esa calidad de su departamento, y confirmó su aspiración de ir por la presidencia en 2024.

Pero para seguir con la temática bipolar, Montevideo también mostró otro contraste llamativo. Por un lado la sonrisa triunfal de Laura Raffo, que en pocos meses logró posicionarse como una figura de proyección, que superó sola la votación de los tres candidatos que presentó su coalición en 2015, y dejó en claro que seguirá en la actividad y con Montevideo entre ceja y ceja. Si lo hace, tal vez sea la primera vez en muchas décadas que el arco no frentista plantea un proyecto de largo aliento para reconquistar la capital.

La contracara evidente de esta situación es la de Daniel Martínez. El exintendente de Montevideo terminó confirmando una implosión para los manuales de Ciencia Política. Un candidato que estuvo cerca de llegar a la Presidencia en noviembre, y que menos de un año después logra apenas poco más del 10% de los votos en el feudo más recalcitrante de su partido político. A partir de aquel festejo en la derrota de noviembre, de saltos y golpes en el pecho, el camino de Martínez ha sido un barranca abajo como pocas veces se ha visto en la política nacional.

A nivel del resto de los departamentos, hubo pocas sorpresas. La victoria del Partido Nacional en Paysandú es un golpe emocional para una colectividad que recuerda en ese lugar uno de los hitos históricos que marcan su identidad. Algo que compensa el Frente Amplio al mantener Salto. Río Negro fue reconquistado por el nacionalismo y Rocha también, y esos resultados cambiaron el sabor de boca de cada mitad del país al cerrar la jornada.

Ahora bien ¿qué cambian del escenario político estos números de anoche, más allá de los datos y anécdotas locales?

Por un lado, para el arco “multicolor”, episodios como el de Salto dejan en evidencia la necesidad de dejar de lado ciertas cuestiones identitarias de hondo trasfondo histórico, pero que no parecen adaptarse bien al escenario actual. Para el votante de a pie colorado, blanco, cabildante, y hasta del Partido Independiente, es mucho más lo que lo separa del universo y la sensibilidad política frentista, que de ninguno de sus compañeros de ruta actuales en el gobierno nacional. De alguna forma, para ser exitosos, deberían replicar esta bipolaridad que parece tan obvia a nivel de la sociedad.

Por otro, están los equilibrios de poder en el Frente Amplio. La victoria de Cosse, y la debacle de los sectores “socialdemócratas” pueden ser un cambio significativo a futuro. Un Frente Amplio que parece recostarse sobre su base histórica urbana, universitaria y sindical, pero que arriesga volverse cada vez menos atractivo para el tipo de votante independiente al que Vázquez, Astori y Mujica supieron seducir, convirtiendo así a su colectividad en una máquina electoral imbatible por 15 años.

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