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Uruguay Natural y la cloaca

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Martín Aguirre
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El tema de la semana bien podría ser la candidatura de Julio María Sanguinetti. Pero en cierta forma era una noticia esperada, y analizada hasta el mínimo detalle.

O podría ser el acto evangélico de Tabaré Vázquez en el Antel Arena, el Caroline Square Garden, como lo bautizó alguien estos días. Pero, más allá de la polémica de si es correcto que un presidente haga un acto partidario usando recursos públicos, es poco lo que hay para comentar del asunto.

Y como en cada periodista anida, escondido y avergonzado, un demagogo sin Arenas a su disposición, enfocaremos esta pieza en un tema que su mera mención la semana pasada, le generó al autor un llamativo rebote: la eventual instalación de la nueva UPM. En lo que no deja de ser un signo reconfortante de que a la gente le importan los temas importantes, fueron varias las reacciones recibidas tras la columna, y en general con tono de preocupación. Desde mi tía Alicia, pasando por algún dirigente político, y hasta un agraviante comentarista anónimo, cuyo nombre registrado en el diario coincide con el de un científico que suele predicar del tema.

Pero basta de rodeos. El análisis de UPM2 se debe dividir en dos: por un lado el contrato y la negociación de la empresa con el estado, y por otro lo que es el impacto de la planta en sí, en nuestro degradado Uruguay Natural.

Sobre el contrato, vale decir que ningún convenio de este tipo es bueno o malo de por sí, se trata del fruto de una negociación donde cada parte intenta sacar la máxima ventaja. Y acá es donde muchos afirman que Uruguay no está negociando desde la fortaleza precisamente. El gobierno ha abrazado este proyecto desde el primer día como su gran tabla de salvación ante una economía estancada, un empleo en caída, y una falta de inversión preocupante.

Desde afuera (es importante marcarlo) la postura del país luce francamente desesperada y algo chapucera. Ojalá sea una impresión equivocada, porque las consecuencias de hacer un mal acuerdo en esta fase, impactarán en el país por décadas.

El otro tema es si al Uruguay le conviene instalar otra pastera, si el río Negro está en condiciones de soportar el impacto, y cuál será la consecuencia ambiental.

Acá es necesario hacer una digresión personal. Hace un par de años, y en ocasión de la visita a nuestro país del presidente Niinisto, este periodista fue invitado a Finlandia, y pudo observar en directo tres puntos centrales de esta polémica: el cuidado que los finlandeses ponen a los temas ambientales, que el país tiene muchas pasteras funcionando sin que eso les degrade el medio ambiente. Pero, sobre todo, que son una nación con una idiosincrasia que lleva al extremo la seriedad, y si se quiere la unidimensionalidad del ciudadano del norte de Europa. Pensar que van a venir a Uruguay a hacer las cosas mal y a ventajear en pequeñeces, es no entender cómo funciona su cabeza.

Dicho esto, vale agregar que Uruguay tiene una masa forestal importante, producto de una política de Estado (de las pocas exitosas) que ha desarrollado de la nada una industria que hoy es de las principales exportadoras del país, que da trabajo a miles de personas, y que logra aumentar la diversidad productiva nacional.

La forestación tiene impacto ambiental, claro. Pero en nuestro caso la abrumadora mayoría de los entendidos afirma que los buenos superan en mucho a los negativos. Ha permitido combatir la erosión, neutralizar parte del impacto negativo en materia de carbono de la ganadería, y hasta la recuperación de los bosques nativos, al haber una alternativa más económica a la hora de conseguir leña. ¿Puede Uruguay darse el lujo de no contar con una inversión de 5 mil millones de dólares? ¿Una inversión que de lo contrario iría a Argentina o Brasil, a donde deberíamos exportar nuestra madera? Desde el punto de vista económico, parece claro que no.

Es verdad que el Río Negro tiene problemas, la mayoría producto de la falta de saneamiento, al punto que hay zonas "muy comprometidas" por coliformes. También que tiene un exceso de fósforo, un problema que parece ser global, según un artículo publicado en La Diaria la semana pasada, donde se narra los esfuerzos de países como Holanda o China para enfrentar el fenómeno.

El eje de este debate parece estar desvirtuado. La cosa no debiera ser UPM2 si o no, sino si el acuerdo es lo mejor que Uruguay puede conseguir. Y hasta dónde se puede aprovechar la construcción de la planta, y los recursos y el know how de los finlandeses, como excusa para relanzar nuestro golpeado Uruguay Natural.

Si se miran los rankings globales de calidad ambiental, por ejemplo el EPI, se verá que los que lo encabezan son Suiza, Francia, Austria o Finlandia. O sea, países desarrollados, con industrias y riqueza. Los peores son los más pobres, los que no se pueden dar el lujo de pensar en mañana. La pregunta es en qué punta del ranking nos gustaría estar a nosotros.

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