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Los símbolos de un día histórico

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MARTÍN AGUIRRE REGULES
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El traspaso de gobierno es poco más que una colección de símbolos. Una serie de gestos que terminan por consolidar en el imaginario colectivo el hecho central para toda democracia: el cambio pacífico del poder político en un país.

La jornada de ayer estuvo plagada de símbolos. Usted puede elegir el que más le guste. Si quiere resaltar la tradición democrática, se puede enfocar en Tabaré Vázquez y Luis Lacalle Pou bajando del brazo del estrado de Plaza Independencia. Si quiere ir por la negativa, puede marcar al grupito de fascistas que desde la puerta del IPA (pavada de símbolo) insultaban al que pasaba. O en la ausencia de José Mujica del estrado oficial, por eso de que no le gustan las “pompas feudales”. Justo él, que debe ser el político uruguayo vivo que más ha sacado jugo al juego de los simbolismos.

El lector perdonará que este periodista elija una imagen a su gusto. Y es la del presidente Lacalle Pou escoltado por cuatro mil hombres y mujeres a caballo.

“¿Qué es lo que quieren decir con esto de los caballos?”, preguntaba el sábado de noche Janaína Figueredo, enviada especial de O Globo, al recorrer la rural del Prado, en un momento particularmente emotivo. Justo cuando Lacalle Pou apareció para saludar, y Carlos María Fossati, apoyado en un bastón y un par de guitarras veinteañeras, cumplía con dejar testimonio del repertorio blanco que fue banda de sonido de la resistencia a la dictadura. Coréandolos estaba, además del quien es quien del Partido Nacional, Guido Manini Ríos y la cúpula de Cabildo Abierto. Símbolos...

Por dónde empezar con lo de los caballos...Tal vez por una rápida explicación de la historia del Uruguay, marcada a fuego desde el Primer Sitio por el quiebre entre Montevideo y la campaña. Luego por una visión según la cual las “ventajas comparativas” del agro nacional debían subsidiar el desarrollo de una sociedad urbana de industria y servicios. Para terminar, con 15 años de una dialéctica de confrontación, de “progres” contra “conservas”, de agudización de las contradicciones históricas del país, ya sea con fines electorales, u honesta miopía ideológica. Que tuvieron dos momentos de quiebre en el último período: el “canarios comebostas” de aquel sindicalista de Conaprole, y el “nos vemos en las urnas” de Vázquez a “Un solo Uruguay”.

El hecho es que fue el interior del país el que terminó sellando la salida del FA del poder. Ese interior que tras la crisis del 2002 le había dado una carta de crédito al trabajo hormiga de Mujica y a la visión estratégica del primer Tabaré, al sumar a gente desencantada. Y lo abandonó por dos motivos: una crisis económica que nunca fue bien medida por la elite urbana y burocrática que es el cerno frentista. Y por el avasallamiento y desprecio por cualquier cosa que oliera a tradición de parte de sus núcleos intelectuales “orgánicos”.

“Si el agro uruguayo está tan mal, ¿por qué no pasó algo parecido a lo que se vio en Argentina cuando las retenciones?”, preguntó con implacable racionalidad la periodista brasileña. Bueno, son las cosas de los símbolos y las tradiciones. Allá la gente sale, corta calles y rompe cosas. Acá se vota, podría ser una respuesta.

Pero la simbología de la presencia “campera” en el traspaso de bando va más allá de estos aspectos mencionados. También se podría destacar la armonía antimarxista entre una mayoría de gente de caras curtidas, y otros de aspecto más... cuidado. Entre la convivencia de banderas blancas junto a algunas divisas coloradas, y muchas de Cabildo Abierto. O que toda esa gente, en no pocos casos con códigos en las antípodas de lo urbano, pueda haber cruzado la ciudad enfervorecida, y con algún caliborato entre pecho y espalda, sin que haya pasado nada. Ni siquiera ante provocaciones muy documentadas en las redes.

“¿Esto es como para marcarles la cancha a los sindicatos que fijaron paros antes de que asuma Lacalle?”, insiste la enviada especial. Difícil decirlo. Aunque a la hora de hablar de símbolos, esa avenida tapada de bosta fresca, esa masa autoconvocada de rostros rústicos, debe haber dicho algo a quienes suelen erigirse como únicos representantes del “pueblo”, en excluyentes dueños de “la calle”.

En el fondo, qué explica que un partido político sobreviva 180 años, y habiendo gobernado apenas 5 de los últimos 50, si no es por una fuerte carga emotiva y simbólica. Tal vez lo que le vino a decir esa columna de gente al nuevo presidente Lacalle Pou es que su base está, que no se olvide de lo que su partido representa, y que a partir de ahí está en él construir algo más grande, algo que pueda perdurar. Podrá salir bien o mal, pero, como símbolo, difícil encontrar uno más poderoso.

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