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Señales de alerta

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Todo se agrieta en el paraíso progresista”. La frase es parte de un texto publicado en una web de grupos de izquierda “radical”, tras los incidentes en el Codicen. Un delirio paranoico plagado de adjetivos rimbombantes y consignas huecas y repetitivas, pero que a la vista de dos incidentes ocurridos esta semana, no deja de prender una luz de alerta sobre la sociedad uruguaya.

Todo se agrieta en el paraíso progresista”. La frase es parte de un texto publicado en una web de grupos de izquierda “radical”, tras los incidentes en el Codicen. Un delirio paranoico plagado de adjetivos rimbombantes y consignas huecas y repetitivas, pero que a la vista de dos incidentes ocurridos esta semana, no deja de prender una luz de alerta sobre la sociedad uruguaya.

El primero de ellos pasó un tanto desapercibido, pero es tal vez el más grave. Fue a principios de semana en Santa Catalina, cuando el arresto de dos personas que acababan de rapiñar a un vecino a plena luz del día, motivó que decenas de jóvenes sitiaran la subcomisaría del barrio, y atacaran a los efectivos con piedras y algún balazo. Además, cortaron con troncos y basura los accesos al lugar, y enfrentaron a miembros del Grupo de Respuesta Táctica que llegó de apuro a apoyar a los policías sitiados. Algo muy parecido había pasado apenas hace unos meses.

Todavía más inquietante que la noticia, fueron las imágenes logradas por el fotógrafo de El País, Marcelo Bonjour, en las que se veía a una treintena de jóvenes encapuchados, mezclando risas con amenazas, y en su mayoría vistiendo championes cuyo costo es de varios salarios mínimos. El reclamo era expresivo: que se vaya la policía del lugar. La autoridad del Estado, allí, en ese barrio a pocos kilómetros del centro de la capital, no es bienvenida.

El otro incidente no necesita demasiada explicación. Fue la violencia desatada en el edificio del Codicen, cuando las autoridades decidieron desalojarlo, tras varios días de ocupación por parte de un grupo de estudiantes.

No debe haber nadie en Uruguay que no haya visto las imágenes hasta el cansancio. Ni haberse cansado, también, de la maratón televisiva de algunos de los protagonistas del episodio, desde el ministro Bonomi, hasta dirigentes del gremio del taxi, pasando por abogados y supuestos estudiantes. Aunque la estrella excluyente de los medios fue Irma Leites, que paseó su iracunda figura por todo canal y radio que se precie. Ríase de “La semana del tiburón” de Discovery. Esta, sin dudas, fue “La semana de Irma”.

Es que si nos fuéramos a tomar el tema con humor (negro), el evento es un manantial inagotable. Desde algunas frases de la propia Leites, como cuando dijo que en Uruguay “se criminaliza la solidaridad”, hasta la denuncia de un estudiante porque los viles policías les cantaban “sal de ahí, chivita, chivita”, pasando por la explicación de Bonomi de que en su juventud la violencia contra las instituciones se justificaba porque había un proyecto político alternativo detrás, y ahora no.

Lo de Bonomi es significativo porque transparenta uno de los mayores problemas que dejó a la vista este episodio. El conflicto terrible que atraviesa a buena parte del oficialismo a la hora de padecer este tipo de cóctel de protesta sindical y violencia antipolítica. Ha sido muy ilustrativo ver los requiebres dialécticos a los que han apelado políticos, periodistas y operadores del Frente Amplio para explicar cómo salir a romper todo contra la reforma de Rama estaba fenómeno, pero ahora es una traición a la patria.

De hecho, este periodista recuerda que en esos tiempos, mientras cubría actividades de la Junta Departamental, algún edil hoy devenido importante diputado oficialista, se hinchaba de orgullo al narrar que sus hijos ocupaban liceos en muestra de compromiso político. Casi como hoy hace otro diputado del mismo gobierno, Óscar Andrade, que incluso llegó a decir que si desalojaban el liceo Zorrilla al que acude su hijo, él iba a apoyarlo a resistir.

Todo este mundo de contradicciones motiva una serie de preguntas tan básicas como difíciles de responder. ¿Por qué un grupo de personas se siente con derecho a apropiarse por la fuerza de un edificio público porque no le gusta la cantidad de plata que el gobierno le da a la educación? ¿Qué tiene que hacer el gremio del Taxi en un evento de este tipo? ¿Por qué la Policía no desalojó el edificio de inmediato, cuando había tres pibes ociosos y dos tambores, y esperó a que se convirtiera en un escándalo? ¿A cuánta gente representa Irma Leites? ¿Sería muy caro pagarle un pasaje a Alemania para que compruebe que se cayó el Muro de Berlín y el porqué?

El sueño explícito de algunos de los “ultras” del Codicen sería poder conectar su discurso integrista con la violencia latente de los muchachos de Santa Catalina. Algo que viendo el discurso (y el peinado) del líder estudiantil que se quejaba de los cánticos de la policía, por suerte, está lejos de pasar. Pero si las autoridades siguen dando espacio y notoriedad a este tipo de planteos, y la educación pública sigue siendo rehén de los mismos, está claro que los 30 o 40 jóvenes que apedrearon la comisaría en poco tiempo serán 100 o 500. Y ahí te quiero ver.

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Martín Aguirre

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