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¿Por qué seguimos con Venezuela?

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Martín Aguirre
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Por qué Uruguay tiene una postura tan leal a Maduro? Esa es la pregunta del millón por estas horas. Sobre todo cuando se observa que entre el puñadito de países que comparten visión con Uruguay están la Turquía de Erdogan, la Siria de Assad, Irán, Rusia, Cuba...

Las respuestas posibles no son muchas. La primera, la más insidiosa, sostiene que se debería al compromiso económico de algunos sectores del Frente Amplio con el chavismo. Está bien, a esta altura parece poco discutible que al menos algunos grupos del FA hayan sido beneficiados por la lluvia de petrodólares con la que en algún momento Venezuela regó la región en busca de influencia. Pero... ¿es lógico creer que en este punto todo el FA siga preso de esos compromisos? Usted decide.

La segunda respuesta tendría que ver con un visceral sentido de defensa de la autodeterminación de los pueblos. Esto sería hermoso de creer, pero es insostenible. Los gobiernos del Frente han sido contumaces violadores del principio de no injerencia. Desde lo ocurrido en Paraguay, pasando por las elecciones en Brasil, las interferencias de Mujica en el proceso de paz colombiano, y un enorme etcétera muestran que ese principio está lejos de ser central para la dirigencia del FA.

El tercer argumento es el del antiimperialismo. Esa tecla atávica que tenemos los latinoamericanos de desconfianza a todo lo que hace EE.UU. y que se origina en una historia plagada de malas experiencias. Ahora bien, el antiimperialismo de veras es general. O sea que es tan mala la injerencia de Washington como la de Pekín, la de Moscú, o la de La Habana, De lo contrario no sería antiimperialismo, sería "antiestadounidensismo", lo cual parece bastante tonto. Hoy China es el principal sostén económico de Maduro, ¿alguien cree que lo hace por beneficencia? Descartemos eso también.

Es aquí que vamos a introducir una tesis personal. Y se trata de que se defiende a Maduro por un acto de lo que podríamos llamar "resistencia ideológica". ¿Qué queremos decir con esto?

Hay un solo elemento que une a todos los diversos grupos que componen el Frente Amplio, donde se abraza gente tan dispar como Danilo Astori o Marcelo Abdala, Lucía Topolansky o el senador De León, aquel de la botella de Chivas. El pegamento que une a esta gente es una especie de sentimiento romántico antisistema, un marxismo ecléctico que no tiene una bajada a tierra realista, pero es lo que les permite diferenciarse del resto, y asegura su superioridad moral. Como cuando Bergara o Martínez, tipos profesionales, inteligentes, que han visto el mundo, salen a hablar de "utopías" con ojos húmedos.

¿Qué tiene que ver esto con Venezuela? Bueno, que Venezuela puso en práctica todo aquello que figura en el manual básico socialista utópico. Todo eso que, cada vez que le fue mal a un gobierno progresista desde Lula hasta Bachelet, aparece de boca de algún "puro" ideológico que dice que el problema fue que no se tomaron medidas verdaderamente de izquierda, no se enfrentó al capital, a los poderosos, a los medios.

Bueno, Chávez primero, y Maduro después, con sus notorias diferencias de estatura y de coeficiente intelectual, hicieron todo lo que esa gente siempre soñó. Nacionalizaron la economía, controlaron los medios, cooptaron a los militares, expulsaron del país a la burguesía clase media... no faltó nada. ¿El resultado?

La peor crisis humanitaria en occidente en más de un siglo. El economista español Juan Ramón Rallo daba hace unos días algunos datos que son reveladores. La renta per capita en los últimos seis años ha caído un 46%, un desplome superior al experimentado por España durante la Guerra Civil o por EE.UU. durante la Gran Depresión, y el doble del que sufrió Grecia durante el periodo del llamado austericidio, al que lo habría sometido la "facha" de Merkel. El 86% de los venezolanos viven en la pobreza y un 60% de ellos no ganan suficiente como para consumir 2.200 calorías diarias. Y en materia de igualdad, el índice Gini de Venezuela es hoy 0,65, el peor de América Latina, mucho peor que el que tenía Venezuela cuando Chávez llegó al poder en el 99.

Esta es la consecuencia de la aplicación más pura que haya habido en América Latina de un modelo socialista. Y acá no hubo embargo ni bloqueo como en Cuba. Ni se puede culpar a la caída del precio del petróleo, ya que países que dependen igual de eso como Arabia Saudita, Nigeria o México no han tenido crisis parecidas.

Para mucha gente en el oficialismo, reconocer el fracaso de Venezuela es tener que aceptar que no hay retaguardia ideológica. Bajarse del pedestal de superioridad moral. Como ese profesional próspero cincuentón que sale a caminar por la rambla con una remera del "Che", aunque si va a Cuba no sale del all inclusive. Es, en definitiva, dar el brazo a torcer. Y eso es casi tan difícil para el ser humano como tener que pedir disculpas.

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