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La sal de la vida

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Encandilados por el Mundial, son escasos los temas que han logrado hacerse lugar en la agenda noticiosa local. Dejando de lado las asombrosas palabras del viceministro del Interior, quien dijo que si usted no anda en cosas raras o no tiene "problemas familiares", no tiene por qué tener miedo a que lo maten, son pocos los temas que se discuten hoy en día por fuera de la pelota. Sin embargo podríamos mencionar tres, no tanto por su relevancia individual, sino porque sumados, dan una muestra de un inquietante fenómeno que avanza en la sociedad uruguaya.

Encandilados por el Mundial, son escasos los temas que han logrado hacerse lugar en la agenda noticiosa local. Dejando de lado las asombrosas palabras del viceministro del Interior, quien dijo que si usted no anda en cosas raras o no tiene "problemas familiares", no tiene por qué tener miedo a que lo maten, son pocos los temas que se discuten hoy en día por fuera de la pelota. Sin embargo podríamos mencionar tres, no tanto por su relevancia individual, sino porque sumados, dan una muestra de un inquietante fenómeno que avanza en la sociedad uruguaya.

Hablamos de la "guerra de los taxis", la discusión sobre la ley de medios, y las nuevas restricciones a la publicidad del tabaco.

Lo de los taxis es conocido. La irrupción de aplicaciones que permiten al usuario escapar al monopolio del servicio de radiollamadas ha generado un tormenta. Las patronales han enviado gente al seguro de paro, y dirigentes del oficialismo han salido a defenderlas con discursos propios de la revolución industrial. Pero un argumento, usado por el director de Transporte de la Intendencia de Montevideo, es ilustrativo sobre la mentalidad que campea a nivel estatal. Según Hugo Bosca, estas aplicaciones no son seguras y a la larga son negativas para los usuarios, por lo que es partidario de prohibirlas. Es raro, porque son los usuarios los que rápidamente han aceptado este servicio, pero desde una instancia estatal se sugiere que la gente no sabe lo que le conviene y necesita ser protegida por alguien "superior".

Por su parte, el tema de la ley de medios es largo, farragoso, y lleno de intereses cruzados. Pero un punto llamativo es la declaración del relator de la ONU para la Libertad de Expresión, Frank La Rue, acerca del aspecto de la protección de niños. En su segundo viaje al país para apoyar el proyecto de ley (esfuerzo conmovedor ante los desafíos que tiene la ONU en otros países de la región con estos temas) La Rue se mostró extrañado de que haya gente que afirme que son los padres y no el Estado quien debe velar por lo que ven los niños en TV. Y dijo que con las familias atomizadas de hoy, y con padres que deben trabajar tanto, es básico el papel del Estado en controlar estos temas. O sea, una especie de "Estado niñera". O niñero, para respetar el espíritu "inclusivo" del proyecto.

Y con el tabaco, lo que ha generado polémica estos días es la decisión de directamente prohibir la publicidad de este producto en los quioscos, lo cual ha generado la ira de los comerciantes que muchas veces financian sus locales con los avisos de esta naturaleza. Vale decir que hasta ahora cada centímetro de publicidad de tabaco debía estar "compensado" por esos repugnantes carteles "informativos" con fotos de fetos malformados, y pacientes en fase terminal de algún cáncer, que reciben al cliente en cada comercio del país. Imágenes gratuitamente chocantes, que si agreden a cualquier testigo, es de imaginar el impacto que deben producir en quien tiene la desgracia de padecer alguna enfermedad así, o tiene algún familiar cercano en esa disyuntiva.

Vale decir que si bien la estrategia antitabaco de estos años ha sido provechosa para los no fumadores, es poco lo que ha logrado en reducir el consumo de este veneno, y por el contrario lo que ha hecho es potenciar el contrabando y la venta informal.

Si a estos temas sumamos la decisión de la Intendencia de Montevideo de prohibir la sal y los condimentos en las mesas de los restaurantes, y las medidas en carpeta legislativa para restringir aún más la venta y publicidad de alcohol y la comida grasosa, la sensación que queda es preocupante. De que vamos en un camino en el que el Estado excede largamente su cometido de velar por la salud general, para directamente intervenir en ámbitos que deberían ser de estricta decisión individual de las personas. Incluso se maneja un argumento que puede llegar a ser muy peligroso, que es el impacto que las enfermedades potenciadas en cierto modo por estos consumos cuando son excesivos, generan altos costos a la salud pública. En base a ese argumento, es difícil ver dónde quedarían los límites entre lo que es una política pública, y el derecho de cada persona a ser el dueño de su vida.

Parece razonable que el Estado difunda la información sobre los riesgos de algunos productos. Es lógico que se regule que la publicidad no sea engañosa. Pero ¿es tan débil la gente ante la publicidad? ¿Requieren los individuos un nivel tan alto de tutela estatal? Más bien lo que parece haber es un fervor desmedido por parte de los gobernantes, por gobernar la vida privada de los ciudadanos.

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Martín Aguirre

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