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Sacudón descarnado

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Martín Aguirre
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Semana negra para las causas populares. La salida de la presidenta de ASSE, Susana Muñiz, es un golpe duro para los postergados de América Latina.

No sería extraño que el mismísimo Donald Trump haya hecho un alto en sus conciliábulos con la Asociación del Rifle o la Red Atlas, para festejar aunque sea por un momento este hito en la implacable marcha del Plan Atlanta.

Pero incluso a la salida, Muñiz dejó un aporte final al debate nacional, al regalarle al pueblo un nuevo adjetivo para calificar a la terrible fuerza que se alza contra los gobiernos populares. Ahora sabemos que "la derecha" no solo es cerril, neoliberal, conservadora y reaccionaria. También es "descarnada". Bueno, en el fondo, menos mal. Si llega a tener carne...

Hablando en serio, la salida de Muñiz era algo que veía venir todo el sistema político. Su gestión estuvo empañada por todo tipo de escándalos y denuncias. Pero, sobre todo, de una soberbia a prueba de realidades. Incluso en el Ministerio de Salud, liderado por una persona del riñón del presidente Vázquez como el Dr. Basso, no se ocultaba la molestia con la gestión de Muñiz. La gran pregunta que hay que hacerse es por qué demoró tanto.

Y ahí podemos entrar en el meollo del asunto, que es el propio diseño institucional de ASSE, y los problemas que presentan los cambios impulsados por el primer gobierno Vázquez. ASSE es un monstruo burocrático que maneja unos 10 hospitales y centros de salud en el área metropolitana, y más de 20 en el interior. Cuenta con uno de los presupuestos más abultados del Estado, y fue organizado como un órgano descentralizado a partir del 2007. O sea, que se relaciona con el gobierno a través del Ministerio de Salud, pero cuenta con una independencia importante.

Esto se potencia porque su dirección está en manos de cinco personas, de las cuales uno representa a los "trabajadores" y otro a los "usuarios". Casi desde el principio, esto ha generado una alianza entre ciertos sectores políticos (particularmente el MPP y el Partido Comunista) con estos representantes "sociales", que de hecho manejan el organismo a voluntad.

Esta alianza quedó de manifiesto cuando la gestión de aquel célebre "poeta de la medicina" a decir del ex presidente Mujica, Mario Córdoba, durante cuyo período ocurrieron los desaguisados que terminaron con el procesamiento de Alfredo Silva. Luego con los problemas que padeció la gestión de Beatriz Silva, que llegó para cortar un poco con estos excesos. Y con la llegada de Muñiz, con la idea de que los comunistas, por su vínculo con los gremios, eran los que podían manejar ese monstruo.

Los hechos demostraron que no ha sido así, y que los acomodos, corruptelas, pero sobre todo la desconexión con la función central de ese órgano, que es atender la salud de los más humildes, siguieron rampantes. Si se quiere un ejemplo de esto, basta ver el caso de la sobredosis del medicamento Mulsiferol que sufrieron el año pasado varios niños de meses de edad. Un escándalo que en cualquier otro país hubiera costado la cabeza a toda la cúpula del organismo, y que la ahora expresidenta manejó con un nivel de soberbia e impunidad asombroso.

Hoy, el Parlamento tiene una comisión que analiza al menos cinco denuncias graves de estos años en ASSE, que van desde acomodos en la contratación de ambulancias y servicios médicos privados, desvíos de fondos, y hasta maltratos a pacientes.

Pero, como pasa con todo en Uruguay, la discusión sobre este tema resulta imposible en un país cortado por barricadas políticas. Según los integristas del gobierno, la Salud Pública está mejor que nunca, y todas las críticas son por defensa de intereses mercantiles que orbitan en torno a la medicina. Para los opositores, los hospitales públicos se caen a pedazos, y hay que entrar con motosierra al sistema.

La realidad no parece ser ni una cosa ni la otra. ASSE ha recibido en estos años un aumento de recursos millonario, a la vez que la reforma de la salud le ha restado una cantidad de usuarios que han migrado a mutualistas (cuya situación actual justificaría otra columna). Y que la situación varía mucho de un hospital a otro dependiendo de sus gestores. Hay lugares que andan bien, otros son un desastre.

Lo que debería ser un análisis frío de la marcha de estos cambios lanzados en 2007, para ver qué ha sido positivo y qué no, se hace imposible por el delicado esquema de alianzas políticas que él mismo ha generado. Entonces Vázquez opta por sacar a la presidenta aprovechando un escándalo de nepotismo menor de un director, pero pone a cargo a otro dirigente del Partido Comunista, consagrando la sensación de que ello es un feudo cerrado de ese sector minoritario de la política nacional. En vez de abrir y ventilar una institución que maneja cientos de millones de todos los uruguayos, se retocan nombres y todo seguirá más o menos como hasta ahora.

No sea cosa de hacer olas que den de comer a esa "derecha descarnada", que acecha en las sombras.

Los recursos y la calidad de la salud de los uruguayos, parecen venir en segundo lugar.

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