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Las redes enemigas

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Martín Aguirre
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Mientras la elite nacional se rasgaba las cuerdas vocales en defensa de Viglietti o de Mercedes Vigil, el Congreso de EE.UU. analizaba la que ha sido llamada la mayor amenaza de la historia al sistema democrático: el rol de empresas como Google y Facebook en la sociedad actual.

En el Parlamento americano, el foco está puesto en una denuncia acerca de la influencia de capitales de origen ruso en el resultado de las elecciones ganadas por Donald Trump. La empresa Facebook ha reconocido que dinero vinculado con Moscú generó contenidos políticos divisivos y polarizantes que fueron consumidos por alrededor del 40% de la población. En muchos casos, a través de cuentas fantasmas y sin ningún control.

Esta noticia fue potenciada por un estremecedor informe de la revista The Economist sobre el papel que estos gigantes de internet están teniendo en la situación política global. En un informe capaz de poner los pelos de punta, la revista alerta sobre tres aspectos en los que estas megaempresas están rediseñando nuestra cultura.

El primero es económico. Solo entre Facebook y Google ya controlan el 40% de la publicidad digital mundial, a lo que hay que sumar el crecimiento de otras redes como Twitter o Snapchat, que también se están subiendo al carro de la tendencia. Esto va en detrimento de las empresas de medios tradicionales, que han sido el ámbito de discusión política natural durante al menos el último siglo.

El segundo aspecto, tiene que ver con la gran diferencia entre estos dos grupos de empresas. Mientras los medios "tradicionales", la TV, la radio y los diarios, tienen estrictas regulaciones que van desde reglas antimonopólicas, el uso de ondas públicas y normativas de responsabilidad penal específicas, los gigantes de internet no tienen nada. De hecho, uno de los principales argumentos que usan estas empresas para no ser regulados es que ellas no producen contenidos, sino que solo los difunden.

Por último, está el tema de lo que se llama la "economía de la atención". Estas empresas manejan sofisticados sistemas de análisis del comportamiento humano que les permiten conocer la reacción de la gente común ante determinados contenidos: cómo el consumidor es más proclive a "viralizar" argumentos confrontativos, aunque no sean ciertos, cómo los algoritmos tienden a generar grupos cerrados y excluyentes, donde la gente recibe solo información que ratifica sus puntos de vista, y suprime aquellos que los ponen en cuestión. Y las empresas ponen luego esa información al servicio de sus clientes, que pueden ser empresas conocidas u opacos operadores políticos externos.

Según esta teoría de la "economía de la atención", es tan fuerte la atracción que sentimos ante estas llamadas, notificaciones e interacciones, que eso compite de manera letal con el tiempo que se puede dedicar a leer cosas más profundas, o a intercambios más enriquecedores y desafiantes.

La manipulación política de este fenómeno, potenciada por la renuencia de estas megaempresas a mostrar cómo funcionan internamente, viene creciendo de manera exponencial. Y su influencia, generando noticias falsas y estados de ánimo popular perturbados, ha sido demostrada en casos que van desde el Brexit hasta el reciente intento de independencia catalana.

Volviendo a la aldea, esto que parece tan lejano es lo que explica que una sociedad como la nuestra pueda estar una semana discutiendo sobre Vigil y Viglietti. Todo se origina en una publicación de la escritora en Facebook que en el fondo solo dice una obviedad: que el músico fallecido defendió toda su vida posturas políticas fracasadas y liberticidas. ¿Alguien puede poner eso en duda?

Pero a partir de ahí, se empieza a generar una bola de nieve, donde gente con ideas de izquierda, pero que seguramente en un mano a mano no dudarían en reconocer la veracidad del punto (por algo el Partido Comunista no supera nunca el 5% de los votos), "viraliza" una indignación artificial que termina generando peleas y campañas ridículas. Como si no hubiera temas más trascendentes en los que canalizar esa energía en el Uruguay de hoy.

Esto podrá parece una banalidad, pero no lo es tanto. Por ejemplo, cuando el autor se sentó a pensar de qué escribir para este domingo, las opciones eran dos: apostar a enfocarse en algo profundo como es esta mirada crítica sobre el rol de las redes sociales en la cultura actual. O hablar de Viglietti y de la estúpida polémica entre una escritora de best sellers provincianos y las viudas morales de un músico cuyo cuarto de hora pasó hace 30 años y que hoy era más que nada una estatua erigida en homenaje a los valores de una generación que se niega a acepar que lo que promovió hace medio siglo fue un fracaso total.

Hace diez años, la opción hubiera sido cantada. En tiempos donde la relevancia se mide en clicks, en retuits y en "me gusta", ya no tanto.

A nadie le gusta escribir para que no lo lean.

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