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El puerto y el estandarte

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MARTÍN AGUIRRE
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El puerto de Montevideo es la razón de que exista Uruguay. Su ubicación geográfica, sus condiciones naturales, hicieron que ya desde tiempos de la colonia, fuera base estratégica para la flota española.

Desde entonces, los intereses que giran en su entorno, han sido claves para entender lo que pasa en el país. Sin embargo, es un ambiente cerrado, complejo, y es muy poca la gente que entiende su dinámica.

En los últimos días ocurrieron dos hechos que agravarán seriamente este problema a futuro.

El primero es el fallecimiento de Emilio Cazalá. Don Emilio tenía 97 años, y desde hacía 78 trabajaba en El País. La mayor parte de los cuales los dedicó a una de sus grandes pasiones, justamente el Puerto de Montevideo. Y no es una audacia sugerir que nadie conocía ese micromundo como él. Recibió reconocimientos y condecoraciones por ello, pero más elocuente era la forma en que empresarios y gobernantes de todos los partidos acudían a él en consulta para entender el tema.

Esa sabiduría, don Emilio la ganó como en los viejos tiempos. Hijo de inmigrantes, y con una ética de trabajo a prueba de balas, hasta no hace mucho se lo podía ver, invierno o verano, lluvia o sol, recorriendo el recinto portuario, tomando nota, hablando con los operadores. Eso le daba una autoridad que convertía sus páginas en verdaderos editoriales, donde el crecimiento y futuro del puerto era la máxima absoluta.

Un párrafo para lo humano. Emilio era un viejo cascarrabias, pero querible y generoso. Apóstol de una forma de ver la realidad sin medias tintas, sin pedir disculpas por lo que pensaba, que hoy parece ya extinta. Este periodista en los casi 25 años de compartir redacción, le registró algunas de las frases más crudas y elocuentes para describir la vida y el periodismo. Lamentablemente, no se podrían replicar en este espacio, sin arriesgar a que a algún sensible milenial le diera un brote celiaco. Lo tiempos que nos toca vivir...

Don Emilio nos dejó dos lecciones profundas. Primero, que el tema portuario, a nivel mundial, es una actividad comercial, sangrienta y competitiva. Allí no hay buenos y malos, no hay principistas de un lado, y manipuladores del otro. Es un mundo donde todos buscan su ganancia, y donde se mueven intereses muy complejos y de largo aliento. La segunda, que para hablar de algo, hay que estudiarlo.

Dos lecciones que hacen falta hoy más que nunca, cuando la polémica por el nuevo acuerdo entre el gobierno y la empresa belga Katoen Natie para extender la concesión de la terminal de contenedores, y los reclamos de su rival Montecon, han llevado a que cualquier diputado o presentador de matinal de TV, pontifique de temas portuarios con el mismo tono petulante con el que hacía 10 minutos hablaba de turismo o de Peñarol. La mezcla de liviandad y soberbia es un cóctel explosivo y de crecimiento exponencial en el periodismo. Y en la política.

Un poco a raíz de haber estado tan expuesto al tema tras compartir espacio con don Emilio tantos años, seguimos de cerca la interpelación al ministro Heber de la semana pasada. Y podemos decir que fue una postal expresiva de la decadencia del debate político en Uruguay.

Empezando por las formas, despegadas de la capacidad de atención y comunicación actual. Pero, peor, en el fondo. Todo se reducía a consignas, panfletos patrióticos, y declaraciones morales, tan fallutas como alejadas de la realidad de lo que es un neto diferendo comercial. Punto.

Se puede discutir si un plazo es correcto o no, si dar la exclusividad es lo más conveniente. O sobre la importancia de tener como socio en un rubro tan competitivo a una de las empresas top del mundo. Es más, al gobierno eso le vendría bien, porque el debate potenciaría su postura en la mesa de negociación con la empresa. “Fijate que si te doy eso, me matan”...

Pero escuchar al senador Andrade hablar de “cipayismo”, a Charles Carrera hablar de dolo y mala intención, está al borde del exceso. Sobre todo, porque si uno va al archivo, era exactamente el mismo tono y los mismos apelativos que usaban los dirigentes opositores cuando la reforma portuaria de 1992. ¡Exactos! Y esa reforma fue ratificada como buena, al punto que cuando el FA gobernó no la tocó.

Otra cosa, si hasta hace un año eras experto en temas bancarios o de turismo, no parece razonable que ahora lo seas en materia portuaria. Podés tener una mirada, pero... ¿tenés autoridad como para acusar de cipayo al que simplemente no está de acuerdo con tu visión? ¿Tan bueno te volviste, en tan poco tiempo?

En épocas de la reforma, a don Emilio que era gran impulsor de la misma le atacaron el auto, y le pusieron pasacalles acusándolo de “vendepatria”. Tal vez se haya ido con una sonrisa al ver que muchos de los que lo criticaban entonces, ahora se han vuelto grandes defensores del libre mercado. O triste de que pese a todo su esfuerzo, la ignorancia general sobre el tema portuario sigue siendo tan aplastante.

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