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El presidente y el soberano

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martín aguirre
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Otra semana frenética en el Uruguay Covid. Y nada parece anticipar que la tensión vaya a amainar a corto plazo.

Pero permita el amable lector dejar eso para dentro de unos párrafos. Porque la semana arrancó marcada por la conferencia del presidente Lacalle Pou, que ante el crecimiento de casos y muertes, y de la presión del mundo médico, científico y político, se sentó ante los micrófonos a dar la cara y explicar su punto de vista.

El mensaje presidencial esta vez dejó gusto a poco. Y no porque se esperaran más medidas de “reducción de la movilidad”, eufemismo para definir el encierro compulsivo de la gente. (George Carlin se haría una fiesta hoy).

Pero se echó en falta un mensaje más claro, más contundente a la sociedad, de que vamos muy mal. Que somos (casi) todos muy hinchas de la libertad responsable, pero que no vale quedarse solo con la primera mitad. Y que si la gente no hace su parte responsablemente, tenemos un mes (con suerte) de terror por delante.

Un segundo punto incómodo tiene que ver con un planteo algo maniqueo del mandatario. Parecería que entre la situación actual, donde si bien hay cosas cerradas, la gente vive casi en la normalidad (sobre todo los que no tienen hijos), y un toque de queda, hay un margen como para tomar medidas que ayuden a frenar esta estampida viral. Aunque sea desde un punto de vista simbólico.

Un ejemplo concreto. ¿Era necesario que jugaran Nacional y Rentistas? Ese día, en la Ancap de Trouville, después del partido había una cola de 25 personas comprando cerveza y a los gritos.

Dicho esto, las dos medidas que más reclaman la oposición y los histéricos de Twitter (en su mayoría, periodistas) desnudan los típicos complejos de la aldea charrúa.

Por un lado, que se cierren los bares y la vida nocturna. Algo que, francamente, es una tontería que solo satisface la vejez cronológica o mental de una mayoría de los uruguayos. ¿Alguien cree que los pibes de 20 años se van a quedar en sus casas si cierran los bares? Después de un año de pandemia, y sabiendo que son los que corren menos riesgo, esa medida solo potenciaría las fiestas clandestinas. Que es lo que pasa en países como Argentina y Chile, que en papel tomaron medidas muy duras, pero que nadie las cumple.

El segundo gran reclamo es cerrar los shoppings. Bobadas como “cierran las escuelas y se puede ir de paseo al shopping”, bien de esa cabecita que canaliza en los centros comerciales una especie de resentimiento hacia lo que ven como templos del “consumo capitalista”. En los shoppings trabajan 5 mil personas. En un sector comercial muy golpeado por la pandemia, y su cierre, aunque fuera temporal, derivaría en miles de despidos, no ya seguros de paro. Sin contar con que son lugares amplios, hiperprotocolizados y fáciles de controlar, donde nunca hubo un brote.

Ahora bien, hubo otro hecho esta semana que sirve para poner en perspectiva el momento que estamos viviendo. Hablamos de la encuesta de Equipos, que mostró que el apoyo al presidente Lacalle Pou aumentó 4 puntos en marzo, y llegó al 58%, una cifra altísima comparada con cualquier predecesor reciente. A lo que se agrega lo mostrado por Ignacio Zuasnabar el viernes en un evento del CED, de que el 72% de la gente no culpa al gobierno por el aumento de casos, sino que lo atribuye a que la sociedad misma no se está cuidando. Estos datos son reveladores de varias cosas.

La primera, lo alejados que estamos los que trabajamos en los medios o estamos en el llamado “círculo rojo” de la política, del resto de la sociedad. Salir de una redacción, agobiado por la ansiedad y la depresión, y ver a miles de personas distendidas en la rambla como si nada pasara, así como es de preocupante, debería ser un despertador. Casi tanto como percibir que tras semanas donde “mundo twitter” nos convence de que el gobierno derrapa día tras día, el apoyo popular a la gestión presidencial sube en vez de bajar.

Existe un divorcio claro entre una gran parte de la opinión pública, y quienes pensamos que la conocemos mejor que nadie. Algo que sugería Rafael Porzecanski el jueves en un evento de El País, al decir que “las ciencias sociales llegaron tarde a colaborar con la gestión de la pandemia”. Pero también el propio presidente Lacalle Pou, que en una entrevista con La Nación de Argentina cuestionaba a quienes asocian a la “opinión pública” a las 150 mil personas que gritan en una red social.

Este momento tan complejo deja una certeza y dos preguntas. La primera, que nadie puede obligar a una sociedad a cuidarse cuando esta no lo asume por sí misma. Las preguntas son si hay un problema con la forma de transmitir el mensaje. O si esta ajenidad de mucha gente ante el problema, esta capacidad de seguir como si nada en medio de una crisis así, simplemente tiene que ver con alguna forma de resiliencia atávica, que es la que ha permitido que la especie humana haya atravesado pandemias, guerras y cataclismos y haya logrado seguir adelante.

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