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El peligro de los “despiertos”

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MARTÍN AGUIRRE
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Dejemos por un día las miserias cotidianas. ¿Qué diría el lector si le aseguramos que el mundo enfrenta un peligro mayor que el virus, el cambio climático o la desigualdad global? Pues lo hay.

Hablamos de la forma en que parte de la juventud del primer mundo se ha alejado de la realidad que vive el 99% de los terrícolas.

Lo que queremos decir con esto, es que hay ya varias generaciones de ciudadanos europeos y estadounidenses que, criados en un nivel de confort impensable para el resto del mundo, impulsan agendas y debates banales, cuando no francamente ridículos. Es lo que se ha dado en llamar la cultura “woke”, que en español vendría a ser “despiertos”. Sí, porque estas personas, como en una versión millenial de la película Matrix, creen haber despertado a la realidad, mientras que el resto del mundo vive en la era troglodita.

Alcanza con darse una vuelta por The Guardian, el diario británico que es una de las biblias del “woke” bienpensante, para percibir la magnitud del problema. Esta semana, algunos titulares en ese medio eran: “Cómo activistas veganos españoles están salvando animales de granja”. “Las abejas son insaciables: ¿es hora de frenar el boom de apicultores urbanos?”. “Cómo tratar humanamente a las plagas hogareñas.” O la última entrega de su podcast principal, que se titulaba “¿Por qué los hombres poderosos tienen amantes?”.

Tal vez el emblema más fuerte de esto sea la activista ambiental Greta Thumberg. Y el punto más explícito del problema haya sido aquel discurso en la ONU en el que una chica criada entre algodones en Suecia, increpaba a líderes democráticos de cientos de países por no tomar medidas que hundirían al instante a millones de sus ciudadanos en la miseria.

Casi tan grave como la desconexión entre las prioridades de un “despierto” como Greta, y la de un joven de su misma edad, por ejemplo de Indonesia, es que los medios globales inclinan sus coberturas en el sentido de la primera. Porque muchos periodistas del primer mundo salen de la misma burbuja, o porque tienen miedo de ser incendiados públicamente.

Eso es parte central del “ethos” de esta gente. Una visión en la que el mundo debería ser un vergel sustentable, con café orgánico y pan de masa madre para todos. Si no lo es, se debe a que villanos concentran toda la riqueza contaminando el planeta. Y si usted no está con ellos, de inmediato se gana la muerte civil por “cancelación”, ya que la tolerancia no es algo que identifique a esta gente.

Todo esto está lejos de ser una banalidad primermundista, ya que nos impacta a todos. O por la forma en que esa concepción marca la agenda global, ejemplo claro es la demanda planetaria por “lockdowns” al estallar la pandemia, como si Filipinas o Brasil pudieran darse el lujo de tomar las mismas medidas que Francia o Alemania. O por el desvío de prioridades que hace que países como Sudán o Etiopía estén gastando recursos para combatir el cambio climático, cuando la mitad de su gente no tiene qué comer hoy.

Pero hay algo más nefasto que los chicos “woke” del Primer Mundo: sus imitadores periféricos.

En Uruguay tenemos muchos ejemplos de lo mal que hace a la agenda pública, la influencia de estas corrientes de opinión. Tal vez el mayor emblema sea el proyecto de estatización de marihuana en el gobierno de Mujica, que no solo nos desvió por meses y años de debates urgentísimos como la crisis en educación o vivienda. Sino que ahora vemos las consecuencias de su chapucera implementación. ¡Ahh!... Pero que caricia al ego aquellas notas en el Guardian...

Tan ridículas son estas formas locales de imitación de las agendas primermundistas, que hay gente en Montevideo haciendo pintadas contra la “gentrificación” del Cordón y la Ciudad Vieja. Y denunciando que los “ricos” quieren sacar a los pobres de sus barrios, para ganar plata con sus propiedades. ¿Millonarios especulando para vivir en el Cordón como si fuera Nueva York?

Pero nada puede superar a “La Argentina”. Esta semana, el presidente Fernández hizo un circo bárbaro por ser el primer país del mundo en tener cédula para quienes no se sienten ni hombres ni mujeres. ¡Perdón! Lo correcto es decir gente “no binaria”. Dejemos de lado el debate profundo del asunto (no nos da el espacio), pero... ¿a usted le parece razonable que el presidente de un país con 45% de pobreza, pandemia rampante y sin vacunas, conflictos sociales, economía implotada, dedique todo ese tiempo a una cuestión que afectará a que... ¿0,1% de la población? Pues el New York Times le dedicó una elogiosa nota en su edición papel.

Si en nuestros países no tomamos nota de este fenómeno que ya contagia a nuestras elites culturales, y generamos anticuerpos, vamos a pagar consecuencias graves. A los 200 mil uruguayos que viven en asentamientos, a los miles que no terminan secundaria, no les arreglamos la vida con esta agenda ridícula importada.

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