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Olor a sangre en el agua

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martín aguirre
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El mito dice que un tiburón es capaz de detectar una partícula de sangre en un millón de agua.

Esto es nada comparado a la sensibilidad que puede tener un político ante la chance de que un rival haya abierto un flanco para atacar. En una semana en la que todos los indicadores de la pandemia parecen estarse disparando fuera de control, algunos tiburones hambrientos salieron a mostrar los colmillos.

No es necesario mencionar los números. Son deprimentes, y a esta altura los conocemos todos. La esperanza es que el llamado del presidente y del Grupo Asesor Científico tenga impacto, y la gente reaccione de manera tal que haya un freno en los contagios.

Pero la semana estuvo marcada por dos hechos políticos significativos. El primero, la salida de algunos dirigentes de la oposición reclamando más protagonismo en la toma de decisiones. Desde que empezó la pandemia, ese ha sido un pedido frecuente de la oposición, pero que no está muy claro qué significa. ¿Invitar a Miranda o a Michelini a los consejos de ministros? ¿Implementar las medidas que propone la oposición que perdió las elecciones, que van en línea exactamente contraria a lo que ofreció el que ganó? ¿Acaso hay información que la oposición no maneja? Raro.

Pero la verdadera polémica estalló por una banalidad. Porque el senador Bergara salió a rechazar que su partido haya planteado alguna vez una cuarentena forzosa. Algo que no resiste el mínimo archivo, ya que los reclamos formales y por escrito del FA en marzo son muy expresivos en pedir “endurecer las medidas de cuarentena”, y en decir que lo que hacía el gobierno en materia de control de movilidad era insuficiente. Sin mencionar el planteo sin medias tintas del expresidente Vázquez, o la presión pública y bastante prepotente de dos instituciones alineadas en lo político con el FA, el Sindicato Médico y el Pit-Cnt.

Es más, hay una entrevista a Bergara en marzo donde llama a “profundizar la cuarentena”. Ni Kelsen se animaría a interpretar esa frase de otra forma que no sea una cuarentena forzosa.

El segundo episodio fue todavía más cruento. Ramón Méndez, exjefe de campaña de Daniel Martínez, hizo circular un audio donde acusaba a los miembros del Grupo Científico, en particular a su líder, Rafael Radi, de estar ocultando la realidad de la situación, porque habría sido “comprado” por el gobierno con unos fondos para instalar un laboratorio.

Méndez es una figura muy resistida en el ambiente académico, e incluso en el Frente Amplio, donde le afean soberbia y varias decisiones catastróficas como la de impulsar la regasificadora. Y casi todo el espectro político salió a condenar su acción. Todos menos algún politólogo y panelista de TV, que se quejó de la virulencia de la reacción contra Méndez señalando que todos decimos cosas feas de otros cuando creemos que no nos oyen. ¿Podemos creer que alguien como Méndez, señalado en su tiempo como un cerebro global, no sabe que los audios se “viralizan”? Lo próximo sería sugerir que Méndez se podría perder buscando una playa en Rocha.

Ahora bien, estos ataques contra el gobierno y contra el hasta ahora intocable “GACH” marcan que la oposición palpa una debilidad ante la escalada de la pandemia. Y, co-mo en marzo, hay dirigentes que parecen apurados por aprovechar un flanco por el que horadar su escudo de popularidad.

Por el otro lado, el gobierno parece llamativamente tranquilo. Salvo la conferencia de prensa del presidente, y el anuncio de medidas bastante focalizadas, no se percibe una gran alarma ante los números. Tal vez el ministro Salinas sea el más expresivo en su “estrés” público. Por un lado, esto es bueno porque lleva calma a la gente, y da sensación de que hay alguien calmo al timón. Por otro, si la cosa no se frena, el costo político será bastante mayor.

Mientras tanto, la esperanza está puesta en las vacunas. Gran Bretaña será el primer país en iniciar esta semana un esquema de vacunación. Y en Brasil, el gobernador de San Pablo, João Doria, dijo que en enero empezará a aplicar masivamente una vacuna china. Acá, la expectativa de que se pueda empezar a vacunar es recién en abril. Pero los técnicos le bajan el perfil al asunto, y aseguran que no será un cambio radical de un día para el otro. Aunque, visto por un lego en la materia, si podemos vacunar rápidamente a los 500 o 600 mil uruguayos en mayor riesgo por su edad, la baja letalidad que tiene el virus en el resto de la población, francamente, no debería justificar los sacrificios que se hacen hoy.

El gran tema entonces es ver qué pasa de aquí al 18 de diciembre, cuando se analizará de nuevo la situación, según dijo el gobierno. Porque si la escalada no se frena, y hay que cerrar más la economía justo cuando llega la temporada de verano, eso puede tener un costo económico y social muy severo. Y ahí sí que los tiburones van a salir con los dientes afilados.

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