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Obligado, cualquiera pelea

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MARTÍN AGUIRRE
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Fue la noticia más importante de la semana, del mes, y tal vez en muchos años en Uruguay. 

Si bien había indicios para sospechar que podía ocurrir, el anuncio del presidente Lacalle Pou de que Uruguay buscará acuerdos comerciales con terceros países, más allá de lo que diga el Mercosur, explotó como una bomba en toda la región. Y sus consecuencias pueden marcar la economía del país por décadas.

“El mundo no nos va a esperar, ojalá vayamos juntos, pero allá va el Uruguay”, dijo Lacalle Pou en su mensaje en esta cumbre del Mercosur que tuvo ribetes de folletín. Fue insólito que Argentina decidiera solo emitir el discurso de su mandatario, y silenciara al resto. Y el tono “new age” del presidente Fernández, diciendo que “tenemos que sembrar el bien, tenemos que ser profetas de la esperanza... nadie se salva solo...”. Como señaló el consultor argentino Gustavo Segré, a Fernández le faltó poco para hacer un corazón con sus manos, como los futbolistas saludan a sus novias tras hacer un gol, gestos de ostentoso cariño que suelen buscar compensar pecadillos previos.

Y Argentina tiene varios pecados que compensar. En 30 años del Mercosur, el bloque tan solo hizo 4 acuerdos comerciales: con Egipto, Israel, India y África Austral (?!). Esto en buena medida por la visión proteccionista argentina, que sigue convencido que puede desarrollarse en base a un mercado interno de 40 millones. Y de que el mundo exterior solo quiere perjudicarlo, y es culpable del lento, pero sistemático proceso de decadencia en el que está sumergido hace décadas.

¿Por qué para Uruguay es tan importante abrirse al mundo? Las razones ocuparían varias columnas, pero hay dos excluyentes. La primera es de plata; Uruguay en 2020 pagó 341 millones de dólares en aranceles para poder exportar, casi tanto como todo lo que exportamos de arroz. Esa es plata que debería quedar en Uruguay, pero en vez de eso es apropiada por fiscos de países con los que no tenemos acuerdos comerciales. Pero, además, son márgenes que juegan en contra del que quiere vender carne, soja, celulosa, porque compite con países que producen lo mismo, pero que como tienen acuerdos, no pagan aranceles.

Hay un segundo motivo. Y es que la obsesión proteccionista de los vecinos hace que un país chico como el nuestro, que produce pocas cosas de alto valor agregado, ni siquiera puede importar libremente tecnología para mejorar su producción. La situación ya es insostenible, y solo va a empeorar.

Un detalle, que no es nada menor, es que todos los gobiernos uruguayos de los últimos 20 años, de todos los partidos políticos han estado de acuerdo en que el país necesita mejorar su inserción internacional. Esta vez, según las palabras y el tono del discurso de Lacalle Pou, parece que va en serio.

Claro que no es una jugada libre de peligros. El Mercosur sigue siendo un mercado clave para muchos productos uruguayos, y un divorcio violento podría implicar sanciones gravísimas. Sin ir más lejos, incluso antes del anuncio de Uruguay, las movidas de Argentina en la hidrovía, y con los canales de acceso al río de la Plata y Uruguay, son amenazas muy reales a la sostenibilidad de áreas enormes de la economía del país. Por no hablar de lo que podría ocurrir con el turismo, si el gobierno kirchnerista vuelve a las prácticas de tiempos de las papeleras, ¿se acuerda?

La clave aquí es la postura de los otros dos socios del Mercosur. En el caso de Paraguay, se sabe que su presidente simpatiza con la postura uruguaya, pero depende demasiado para su salida al mundo de Argentina, y no puede darse el lujo de enojarlos. Lo cual nos deja en la incómoda postura de depender nada menos que de Jair Messias Bolsonaro. Su gobierno ha sido claro en su voluntad de cambiar el Mercosur, y su discurso en la cumbre fue contundente: “No podemos dejar que el Mercosur sea sinónimo de ineficiencia”, dijo. Y agregó que la exigencia de “consenso” en el bloque para tomar decisiones, no habilita a un país a tener derecho de veto. Guiñada, Alberto, guiñada...

Todo precioso, pero Bolsonaro (como Brasil históricamente) es impredecible. Y tiene problemas internos que hacen que depender de sus convicciones se sienta como caminar por la cuerda floja, sin red debajo. Está bastante más lejos de lo que anticipan las agencias internacionales, pero ¿y si vuelve Lula? ¿Nos mandará de nuevo a Celso Amorim a meternos la pesada, como ya ocurrió cuando Tabaré quiso un TLC con Washington?

Uruguay enfrenta un momento clave en su historia moderna. En un proceso que la pandemia solo ha acelerado, las cadenas de producción y los mercados se han globalizado de manera vertiginosa. Para un país como Uruguay, las posibilidades de éxito, de dar mejor calidad de vida a su gente, son enormes, y están ahí, a la mano. Seguir atado al destino de un país cuyo objetivo parece ser convertirse en la Albania sudamericana no luce como una estrategia muy inteligente. La cuestión es cómo avanzar por ese campo minado, sin pisar nada que nos haga explotar por los aires.

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