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Nadie paga la cuenta

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Rompamos el molde. Para analizar todo este culebrón en torno a la crisis de Ancap tomemos un camino distinto y por un momento imaginemos que no somos Uruguay. Que somos otro país de primera. No EE.UU., para no irritar a la barra antiimperialista, digamos Suecia, que es un sistema político que toca fibras emotivas en muchos compatriotas.

Rompamos el molde. Para analizar todo este culebrón en torno a la crisis de Ancap tomemos un camino distinto y por un momento imaginemos que no somos Uruguay. Que somos otro país de primera. No EE.UU., para no irritar a la barra antiimperialista, digamos Suecia, que es un sistema político que toca fibras emotivas en muchos compatriotas.

Pues bien, resulta que un día esa sociedad sueca descubre que su empresa estatal de combustible (parece que Suecia no tiene empresas estatal de combustible, pero es un detalle) está fundida. Viene perdiendo cientos de millones de dólares desde hace años, su actual jerarca admite que está en crisis, y el presidente de la República informa que el pueblo va a tener que volcar a la misma unos 750 millones de dólares para que pueda seguir funcionando.

Como en casi todo país de primera, semejante escándalo genera una comisión de investigación a nivel legislativo. Y allí se conocen datos interesantes.

Por ejemplo, que esa empresa tiene una división para producir cemento, rubro donde compite con otras colegas que están prósperas. Pero como a ella los números le dan en rojo, planifica una inversión de 118 millones de dólares para reventar el mercado. Sin embargo, ese calculo se hizo mal, y se debió pagar 251 millones, el doble, y la estimación es que se deberá pagar otro tanto en los próximos años. Pese a lo cual sigue perdiendo dinero.

Por ejemplo, que la empresa quiso potenciar su producción de cal, para lo cual decidió invertir 45 millones de dólares en una nueva planta. Pero lleva ya puestos 120 millones y necesita invertir otros 27 millones más. Pese a lo cual, también sigue perdiendo plata.

También se supo que la empresa invirtió en una planta desulfurizadora, cosa muy importante, que iba a costar 90 millones, pero terminó costando 420 millones.

Además de estos detalles y errores recurrentes (alguien no se da bien con la matemática en la empresa) se han conocido otros datos polémicos, como contratos directos millonarios con agencias de publicidad, inversiones en barcos que nunca funcionaron, gastos suculentos en fiestas, donaciones sin control, entre las cuales una a la central sindical para que 10 personas viajaran a Cuba a ayudar tras un huracán.

Queda librado a la creatividad del lector imaginar cuál sería la reacción de los flemáticos suecos ante semejante episodio. Pero como la imaginación no es un fuerte del autor, vamos a ver el efecto de todo esto en la pastoril sociedad uruguaya donde de veras ocurrió el desastre.

El presidente actual de la empresa, figura que antes ocupaba cargos de primera responsabilidad, dice que hay una campaña para afectar el buen nombre de la misma, y que no piensa renunciar.

El anterior presidente de la empresa, hoy vicepresidente del país, afirma que las perdidas se deben a que las autoridades del ministerio de Economía (de su partido) no le permitieron pasar a tarifas un alza de costos de distribución millonario. Costo que no se explica bien quién habilitó, si era tan oneroso para la empresa.

El actual ministro de Economía, antes vicepresidente del país, dice que él avisó muchas veces que había “descontrol” en la empresa y que nadie le dio importancia. Pese a lo cual siguió en su cargo y no dijo nada a sus jefes, los ciudadanos, que ahora van a tener que pagar la cuenta.

El anterior presidente de la República, paladín global de la austeridad y hombre versado en las más variadas ramas del saber humano, dice que son todo pavadas, que esa plata que falta es casi un detalle contable, y se enoja porque todo este escándalo afecta la moral de los “mandos medios” de la empresa. Vale recordar que mientras el mismo sabio presidente estaba de guardia, se fundió la empresa estatal de aviación y se generó un exótico proceso de liquidación que dejó un pufo de varios cientos de millones.

Pasando raya, nadie se hace cargo del desastre. Porque hay algo que está más allá de cualquier especulación política, y peleíta interna; si el presidente dice que hay que capitalizar a la empresa, es que está quebrada. Una empresa que funciona sin competencia, que vende un producto de primera necesidad, y lo hace a un costo casi al doble que los países vecinos, afectando la competitividad de la producción y el turismo.

O sea que la sociedad entregó a determinada gente hace 10 años el manejo de ese activo de todos, y ahora está fundido. ¿Nadie es responsable de esto? ¿Nadie tiene culpa de nada? ¿Es solo mala suerte? ¿Una conspiración?

En inglés hay una palabra interesante que se llama “accountability”. Es algo así como la carga que tienen quienes administran cosas públicas de asumir la responsabilidad por sus acciones. Seguro que en sueco debe haber algo parecido. En Uruguay, parece que desapareció del diccionario.

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Martín Aguirre

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