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Murro, síntoma y enfermedad

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Martín Aguirre
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El ministro Murro ha pedido que le dejen "disfrutar" de su fugaz aspiración presidencial. Y, empalagado con las mieles de la alta política, ha ido desgranando algunos conceptos tan evidentes para su forma de ver el mundo, como peligrosos para una democracia que se precie.

En pocos días ha amenazado a los tamberos y a la directiva de Conaprole con aplicar un decretazo salarial si no se allanan a negociar con el gremio; ha impulsado un proyecto de subsidio estatal al empleo para enfrentar la ola de cierre de empresas y ha sugerido que el hecho de que no haya ministros claramente alineados con el Frente Amplio en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo y en la Suprema Corte de Justicia, se debe a un "exceso de democracia".

Este último concepto ha sido el que más ruido ha hecho. Tal vez porque, no contento con afirmar una idea que teñiría de rubor las mejillas de Mussolini, fue más allá y sostuvo que "tenemos que ver cómo somos capaces de encaminar las cosas". O sea que no solo dice un disparate fascista, sino que amenaza con pasar a la acción, a querer "encaminar".

Pero el lector cometería un error grave si subestimara lo de Murro como parte del disparatario previsible de un loquito. No porque no sea efectivamente un loquito. El problema es que Murro es solo el síntoma de un problema más grave. Apenas el primer temblequeo de un párkinson que avanza letal. Es que durante estos tres períodos de gobierno del Frente Amplio se ha visto un avance sistemático de visiones ideológicas como las que expresa Murro. No en cuanto a masa de apoyo electoral, ni nada que se le parezca. Pero sí en cuanto a influencia política, a medida que las figuras más centradas que el oficialismo ha usado en sus afiches de campaña, van cayendo víctimas de los estragos del calendario o de la sierra sorda de grupos como el Partido Comunista, o el ala más "podemista" del MPP.

Dos características centrales marcan la visión de estos sectores "neomarxistas". Por un lado una capacidad envidiable de eliminar de su campo visual todos los ejemplos históricos del desastre que suele generar la aplicación de ideas como las que ellos impulsan. Desde las más tradicionales, como Cuba o las más modernas como Venezuela o Argentina.

Dos casos muy reveladores. El primero, porque su consecuencia es el drama humano más terrible del mundo contemporáneo junto con la guerra de Siria, y a cuyo gobierno siguen defendiendo de manera asombrosa. El segundo, porque aunque se quiera culpar a Macri de las penurias del país vecino, ni el mago Mandrake podría haberlo hecho mucho mejor cuando la señora Kirchner dejó un país con cifras de déficit que quienes entienden afirman rondaba el 8% del PIB. Y no por haberlo repartido a los pobres, como ha quedado claro por estas fechas.

La segunda característica es una absoluta ausencia de sentido del ridículo. Contra toda evidencia práctica, contra todo recurso lógico, contra cualquier aspiración de apertura mental, esta gente sigue repitiendo el mismo mantra anticapitalista, como si viviéramos en 1980, y el Muro de Berlín gozara de buena salud. Empresario malo, trabajador bueno; gobierno sabio, individuo egoísta, etc, etc, etc.

Y si quiere una prueba, vea lo que pasa con la educación. Toda la oposición, y buena parte del oficialismo, con el casi seguro candidato Daniel Martínez a la cabeza, reconocen el estado lamentable de nuestra enseñanza, al apoyar los planteos del grupo Eduy21. Y sin embargo, los gremios y las autoridades afines al MPP, no solo insisten que todo va fenómeno. El gremio del rubro se toma el derecho de escupir en la cara de la sociedad que le paga el sueldo y se niega a permitir que se hagan las pruebas PISA. Claro, todos los países exitosos y "normales" del mundo las hacen, pero acá cuatro locos sueltos dicen que no porque es "mercantilizar" la educación. ¡Y no pasa nada!

Esto es lo más trágico. Porque locos y anacrónicos hay en todos los países del mundo. Pero las sociedades sanas los encapsulan, los dejan rumiando su amargura retrógrada en un costado, y siguen avanzando para el bienestar de su gente. Así el mundo ha avanzado en los últimos 50 años de manera que no se veía en siglos.

En Uruguay no. Acá somos mucho más vivos, y creemos que aplicando normas laborales, y haciendo discursos políticos que harían aplaudir a Maduro, nos vamos a convertir en Suecia. Incluso cuando vemos que los resultados de todo esto ya empiezan a mostrar las consecuencias previsibles.

La oposición, llena de defectos y debilidades, no es la culpable de esto. La culpable es esa mayoría de votantes del oficialismo, gente educada y racional, que ante un panorama así en vez de exigirle al Presidente que ellos pusieron en el gobierno que eche a un ministro que no pasa primer año de un curso de democracia, se aplauden a sí mismos hablando del aborto y la marihuana. Y asustando con una "derecha" feroz y amenazante que solo existe en su imaginación. La orquesta del Titanic... un poroto.

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