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El último mito uruguayo

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En los últimos años son muchos los mitos nacionales que han ido cayendo. El de la educación pública ejemplar, el del país seguro, el que tenía un sistema político de diálogo respetuoso y constructivo. Pero la última edición de la encuesta regional Latinobarómetro acaba de golpear en la línea de flotación del último gran emblema de la sociedad uruguaya: el de ser un país con absoluto apoyo al sistema democrático.

En los últimos años son muchos los mitos nacionales que han ido cayendo. El de la educación pública ejemplar, el del país seguro, el que tenía un sistema político de diálogo respetuoso y constructivo. Pero la última edición de la encuesta regional Latinobarómetro acaba de golpear en la línea de flotación del último gran emblema de la sociedad uruguaya: el de ser un país con absoluto apoyo al sistema democrático.

Según este sondeo, Uruguay es uno de los países donde más cayó este apoyo a la democracia de toda la región, un desbarranque de 8 puntos respecto al año previo, y llegando al lugar más bajo en 21 años. Ante la disyuntiva de vivir en una sociedad ordenada aunque se limiten libertades, el 58% de los uruguayos prefirieron el orden, mientras que el 39 se inclinó por la libertad. Y la demanda de “mano dura” para enfrentar el delito subió al 71%.

¿Qué está pasando en el país? ¿Por qué tras una década de bonanza económica y de gobiernos “de izquierda” que siempre han puesto como prioridad discursiva las cuestiones sociales y la convivencia, se genera esta muestra de decadencia en ese exacto rubro?

Hay respuestas casi tan rápidas como peligrosas.

Una sería asociar estos fenómenos al tema económico, y decir que debe estar vinculado al primer año de estancamiento tras esa década dorada. Es una respuesta que habilita a soñar con que a poco que se reencauce la economía, todo volverá a ser como antes. Pero hay datos duros que tiran abajo este optimismo.

Otra respuesta podría ser culpar de este deterioro del espíritu democrático al período de auge de José Mujica. No parece extraño que cuando un líder de semejante popularidad se pasa criticando las formalidades burguesas y reivindicando lo político por sobre lo jurídico, mucha gente se empiece a preguntar de qué le sirve en verdad toda esa cantarina de la democracia si es un obstáculo para tomar medidas más efectivas.

Y también se podría ir por el opuesto. O sea, que este derrumbe del sentir democrático tiene que ver con la prédica incansable de la oposición y los medios, siempre hablando de inseguridad, pidiendo mano dura, y atacando al gobierno sin tregua.

Ahora bien, si dejamos de analiza el asunto por islas y vemos como un todo la caída de la educación, de la seguridad pública, del diálogo político y del sentir democrático, y hasta el auge popular de una figura como Mujica (impensable hace solo unos años) parece claro que el asunto es más profundo y grave.

Sobre todo cuando lo contrastamos con otros datos. Por ejemplo, eso que se ha dado en llamar la “infantilización de la pobreza”. En Uruguay hoy al menos 1 de cada 4 niños vive bajo la línea de pobreza, y la incidencia de este fenómeno en la población infantil es tres veces superior al del resto de la sociedad. Esto se retroalimenta de problemas como el del embarazo adolescente y la fecundidad en los sectores más pobres, que llega a ser de cinco hijos por mujer, casi a niveles africanos.

Acá le vamos a “robar” algo de su discurso habitual al amigo Francisco Faig, columnista de esta casa, y que desde hace años viene alertando contra el drama de la distribución de lo que se ha dado en llamar el gasto social. “En el período que va de 1935 al 2000 nuestras prioridades dentro de un gasto social siempre creciente no cambiaron: la seguridad y asistencia sociales se llevaron siempre al menos seis de cada 10 pesos. Así, por décadas, nuestra sociedad prefirió gastar en los más viejos antes que en las nuevas generaciones”, denunciaba Faig hace algún tiempo.

Alguien ha dicho que la base de este problema está en que los niños no votan y que por el contrario, el peso político de los sectores más envejecidos es enorme. A ver, por supuesto que no se trata de desmerecer los derechos y reclamos muy válidos de estos sectores que han sabido hacerse valer apelando a las reglas legítimas de la democracia.

Pero como sociedad va a llegar el momento en que los uruguayos deberán asumir que están (estamos) sentados sobre una bomba de tiempo. Si cada generación que pasa el sector social que más crece es el que nace en los estratos más pobres, si no se le da a esos sectores una educación que les posibilite insertarse y tener una vida digna, si no se aplican políticas agresivas para enfrentar la maternidad adolescente y los problemas de mala alimentación de estas nuevas generaciones, la consecuencia está clara.

De hecho, tanto el problema de la inseguridad como el de la pérdida de los valores democráticos, como la aparición de liderazgos de discurso fácil y demagógico (por izquierda o derecha), son fáciles de asociar a este problema de base. Si seguimos aferrándonos a viejos mitos, creyendo que vivimos en el país de hace 40 años y no se ataca el problema de fondo, lo del Latinobarómetro será solo un escalón en un imparable caída hacia el fondo.

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Martín Aguirre

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