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La mesa está servida

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MARTÍN AGUIRRE
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Con un clima exageradamente tenso, terminó la campaña electoral. Podríamos decir incluso, artificialmente tenso.

Porque si prestábamos atención a las declaraciones de algunos dirigentes y militantes, parecía que estábamos en 1968, más que en 2019, y que teníamos casi que un golpe a la vuelta de la esquina. Sin embargo, a poco que se miran las cosas con perspectiva, el país, tal cual su tradición, se encuentra ante un disyuntiva bastante amortiguada.

Lo cual no quiere decir en lo más mínimo que no se esté frente a un cruce de caminos que puede marcar a fuego el país de los próximos veinte años.

Por un lado tenemos al candidato oficialista, Daniel Martínez. El exintendente es un ingeniero, con experiencia en el sector privado y dirigente sindical, cuyo gran desafío fue presentarse a la vez como una voz del cambio que reclama la sociedad, pero a la vez de continuidad de un proyecto que viene manejando el poder político casi a su antojo en el país por los últimos 15 años. Esta contradicción llevó a cosas como tener que acuñar un eslogan que debe ser de las cosas más raras que se han visto en una campaña: “vamos a hacerlo mejor”.

Pero además de esto, Martínez tenía otros dos problemas a resolver. El primero tiene que ver con lograr consolidar un cambio generacional en el Frente Amplio. Y desde que arrancó su campaña tras las internas, su intención fue marcar ese cambio de guardia. Eso se vio en especial con todo el episodio de la selección de la candidata a vice, donde de manera tal vez demasiado ostentosa, se pasó por el jopo las sugerencias de Vázquez y Mujica, e impuso a una figura cuando menos sorpresiva, como Villar.

En defensa de Martínez cabe decir que debe ser muy difícil intentar el “parricidio” de figuras del peso emocional que tienen en la interna del Frente, Vázquez y Mujica.

El segundo desafío complejo que tenía Martínez, particularmente en esta segunda vuelta, era compaginar a una fuerza política que notoriamente se había volcado hacia su lado más extremo, con la necesidad de seducir a un electorado menos ideologizado, algo clave para retener el poder. De fuera dio la sensación que buena parte de la dirigencia del FA no compartió esa lectura, tal vez convencida de que el idilio de su partido con una parte mayoritaria de la sociedad seguía siendo el de hace una década.

Si hubo algo que se percibió como haciendo más ruido de esta campaña del Frente Amplio, parece haber sido esa disonancia de lecturas de la sociedad actual.

Si Martínez gana, todo serán rosas, aunque luego deberá verse las caras con una bancada que no parece para nada en la línea que él ha dicho sería la suya. Si pierde, será el chivo expiatorio de la crisis emocional de buena parte de una dirigencia que tenía casi asumido que su llegada al poder era definitiva.

Del otro lado está Luis Lacalle Pou. Ni sus más feroces contrincantes pueden poner en duda que este Lacalle Pou de hoy es muy diferente del que enfrentó a Vázquez hace cinco años. Aquel diputado que de manera algo ingenua empuñaba “la positiva” como consigna, y enrostraba su juventud a la gerontocracia nacional haciendo “la bandera”. El golpazo anímico de aquella derrota parece haber sido bien canalizado por Lacalle Pou, que logró salir indemne de una siempre riesgosa interna blanca, para luego de octubre, convertirse en el líder de una coalición tan diversa que va desde la tibieza socialdemócrata del Partido Independiente, al desarrollismo conservador de Manini Ríos.

Un paréntesis. ¿No es un poco exagerada toda esa alharaca por el video de Manini instando a los soldados a votar contra el gobierno? El tipo no tiene ningún cargo. No vamos a subestimar a la tropa pensando que van a seguir a un exjefe por un tema de rango, ¿no? Y desde los recuerdos celebratorios de la “toma de Pando” hasta la reciente campaña de los inspectores de educación secundaria, instando a votar al gobierno, parecería haber un doble rasero algo exagerado en algunas sensibilidades. ¿Alguien cree que con los discursos y acciones de los últimos gobiernos respecto a las FF.AA., Manini precisa salir a decir mucha cosa?

Pero volvamos a Lacalle Pou. Si pierde, será una derrota de esas que son muy difíciles de sobrellevar. Ahora, si gana habrá logrado la proeza de derrotar a una maquinaria electoral casi perfecta. Y pasará a la historia como el primer presidente blanco del siglo XXI. Aunque no serán todas rosas.

Tendrá que demostrar que el talento que exhibió para tejer esa coalición, lo puede elevar como para hacerla funcionar en un gobierno. Tendrá que desactivar varias bombas de tiempo que le dejan sus predecesores, y demostrar a la población que se pude hacer un gobierno serio, prolijo, y con inquietudes sociales, a la vez que dando más espacio al desarrollo privado e individual. Pero, sobre todo, tendrá que lidiar con la reacción de un Frente Amplio que saldría muy golpeado. Y cuya dirigencia podría tener la tentación de radicalizar su discurso, como forma de aliviar la turbulencia interna que causaría una derrota.

El que sea... ¡Suerte en pila!

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