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De Manini a Larrañaga

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Martín Aguirre
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El miedo es mal consejero. Pero también es uno de los grandes motivadores de decisiones políticas.

Y en Uruguay tenemos experiencias, desde la amenaza de que algunos se iban a llevar a los niños a Rusia, hasta la motosierra con las políticas sociales. Pero en estos días el país observa dos fenómenos llamativos: el éxito de la campaña “Vivir sin miedo” de Jorge Larrañaga, y el salto a la política de un despedido Comandante en Jefe del Ejército. Dos fenómenos que al parecer no tienen vinculación, pero desde aquí se argumentará que sí la tienen. La conclusión, como siempre, será del lector.

Todo empieza con una experiencia personal. Un martes cualquiera, el periodista sale de la redacción a eso de las diez de la noche. Camina la cuadra y media hasta el estacionamiento esquivando al cuidacoches manguero, mira respetuosamente para otro lado al pasar junto a la dupla que fuma pasta base a dos metros del garaje del Ministerio del Interior, y saluda a la señora que ha montado vivienda en el pretil del edificio “Circolo Napolitano”. Al salir del garaje, toma Zelmar Michelini y pasa frente a la comisaría segunda. Cruza Maldonado y ahí se topa con un problema inesperado.

A mitad de cuadra, donde “trabaja” la señora trans cuidacoches, generalmente macanuda salvo cuando sucumbe a su debilidad por las espirituosas de mala calidad, otro señor ha instalado un sillón abandonado, afinando la calle a la mitad. ¡Si tendrá razón la ministra Marina! Pero eso no es lo complicado. Sino que directamente cortando la calle, un muchacho sin remera, de espaldas al tránsito, y bajo los efectos de algún “entorpecente”, revolea alienado dos fierros a modo de espadas, como las que usan en los videos esos que salen periódicamente del Comcar.

¿Qué hacer? En el caso real, el periodista, de mediana edad, y con la confianza que le da el estar en relativa buena forma, y tener alguna experiencia en lidiar con gente alterada, acerca el coche, chista de manera más o menos respetuosa, y pasa despacio, evitando un contacto visual que estimule un conflicto. Éxito total, alivio, y todo como siempre.

Sin embargo, un par de preguntas quedan rondando en la cabeza. Primera pregunta, ¿es normal que a 30 metros de la comisaría Segunda, y a pocas cuadras de la Jefatura de Policía, tres desbundados se apropien de una calle céntrica de esa forma?

Segunda pregunta, ¿qué pasaría si quien viniera conduciendo fuera, por ejemplo, su madre? Mujer, viuda, saludablemente transitando los 70, y que suele circular sola. ¿Hubiera tenido la misma reacción? ¿La misma suerte? ¿No tiene derecho a circular tranquila en pleno centro de la ciudad?

Tercera pregunta, ¿sería raro que esa mujer sintiera miedo? ¿Inseguridad? Sobre todo si suma esa experiencia, a que recientemente cuando fue a un Abitab a pagar sus cuentas se encontró al empleado atado como un chancho, minutos después de ser copado. O la forma en que padece regularmente el acoso cuasi violento de limpiavidrios en cada semáforo de la ciudad.

El punto central de toda esta historia, es que para mucha gente, sobre todo para la gente más débil, los espacios públicos de este país se han vuelto territorio hostil. Territorio donde hay la sensación de que no mandan las reglas de siempre, sino una ley del más fuerte. Donde quienes ostentan la fuerza o un suficiente grado de enajenación, parecen tener vía libre para hacer lo que quieran, incluso en la cara de quienes deberían tener el monopolio de la fuerza para dar seguridad a los más débiles: la Policía. En pocas palabras, hay la sensación de que esto es un relajo.

Cuando uno está acá día tras día, lo ve como parte del paisaje natural. Pero el pasado invierno, al volver el autor de un año fuera del país, esa sensación se hizo patente. Lo mismo que la irritación de mucha gente de su entorno, gente nada “facha” o con ese perfil caricaturescamente autoritario que algunos imaginan están detrás de estas campañas y figuras.

Lo cual nos lleva al principio. Nadie que vea esta realidad se puede sorprender de que una campaña como la de Larrañaga, más allá de su contenido concreto, haya tenido éxito. O que una institución que es vista como la imagen más clara de la verticalidad y el orden, como es el Ejército, haya subido en materia de apoyo popular. Ni que un Comandante como Manini Ríos, que siempre coqueteó con temas por fuera de su área, como aquella propuesta sobre mandar a los “ni-ni” a los cuarteles, esté tomando el protagonismo que está tomando.

Desde el oficialismo se culpará a los medios que, según ellos, generan clima de miedo. La realidad es que hoy ningún medio puede crear una sensación así, si la gente no la vive en carne propia. Y lo que vive en carne propia quien anda por la calle, puede llegar a ser bastante asustador. Quienes han manejado al Estado por 15 años en forma excluyente, no deberían culpar a otros por tal reacción.

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