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¡Ideología, ideología!

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MARTÍN AGUIRRE
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Una semana terrible para el capitalismo. Es que varias figuras de la política global, salieron a denunciar el impacto de esta ideología perversa, cuyos estragos se sentirán todavía más tras la pandemia.

El primero de estos líderes globales fue el presidente argentino, Alberto Fernández, quien dijo que hay que “aprovechar “esta pandemia para “revisar el capitalismo”, e “ir hacia un capitalismo más noble”. Es más, según una cobertura de Telesur, esa señal tan ecuánime donde revista nuestro compatriota Jorge Gestoso, “el capitalismo no será viable tras la pandemia”.

En Uruguay no nos quedamos atrás. El excandidato presidencial del Frente Amplio, y hoy aspirante a la intendencia de Montevideo, Daniel Martínez, tras participar en una videoconferencia del “Grupo de Puebla”, dijo que “el coronavirus ha dejado en descubierto la peor versión del capitalismo”. Y que se precisa potenciar el rol del Estado, para combatir la desigualdad.

Por último, vino el argumento más demoledor, uno que debe haber hecho vibrar de envidia a las cenizas de Engels desde la playa británica de Sussex donde fueron repartidas. Christian Di Candia, el segundo cargo político más importante del país, afirmó que “no tendría una pareja que no tuviera mis ideas políticas”. Y explicó que “no podría compartir cama, mate y desayuno con alguien que piensa que lo mejor es que lo privado trate de llevar adelante el mundo y que lo público debe reducirse”.

Acá podríamos seguir con la ironía, y tomar para broma a tres dirigentes políticos tal vez demasiado acostumbrados a decir disparates entre gente que los aplaude sin demasiada visión crítica.

Particularmente en el caso del argentino, alguien con credenciales académicas demasiado sólidas como para andar repitiendo sanatas de este estilo. Y que podría hacer un aporte más enriquecedor explicando cómo un país plagado de riquezas, y con un capital humano formidable, vive una crisis endémica, ha “clavado” nueve veces a los ingenuos que le prestaron plata, y va bien encaminado rumbo a la décima. En serio, Alberto, ¿Argentina le va a dar al mundo una alternativa superadora al capitalismo? No podemos esperar.

El tema es que la ideología no puede estar por encima de los hechos. La cuestión no debería ser si quiero compartir el mate con alguien que crea que lo privado lleve adelante el mundo, sino verificar si los resultados de eso son buenos, o si son mejores cuando se hace desde los público. Sobre esa realidad, podemos conversar luego.

Y los hechos son muy tercos en ese sentido. Por ejemplo, tomemos el último ranking de libertad económica que produce la fundación Heritage, paladín si los hay del capitalismo liberal. Allí en el top diez están Singapur, Hong Kong, Nueva Zelanda, Australia, Suiza e Irlanda. O sea que estos son los países más capitalistas del mundo.

Uruguay está a media tabla en el lugar 47, Argentina en el 149, junto a Guinea Bissau y Djibouti. Venezuela y Cuba cierran el ranking de 180 países. Alberto Fernández no parece vivir en un país demasiado capitalista como para enojarse tanto con ese sistema.

Pero lo interesante es comparar ese ranking con el de Desarrollo Humano, generado por una institución bien “progre” como el PNUD de las Naciones Unidas.

Allí el top diez es muy parecido al otro mencionado. Están Suiza, Irlanda, Hong Kong, Singapur, Australia, más Alemania y Noruega. Que tampoco rankean mal en libertad económica. Uruguay, como siempre, mitad de tabla en el puesto 57, un poco por debajo de Argentina que está en el 48. El año próximo, como viene la cosa con este gobierno, la veremos mucho más abajo. Es interesante, de nuevo, mirar el fondo de la tabla, porque también son casi los mismos países los que tienen peor desarrollo humano y peor índice de libertad económica.

Pasando raya, lo que queda claro es que los países que aceptan y se adaptan mejor a las reglas del capitalismo son los que dan mejor calidad de vida a su gente. Y los que más las rechazan, donde se vive peor. Es un dato de la realidad, ni opinión, ni ideología, nada.

Por supuesto que hay matices, y adaptaciones a la idiosincrasia de cada país. No existe una fórmula perfecta para el desarrollo. O sí. La fórmula perfecta pasaría por descartar todo lo que se ha hecho una y mil veces, y que todos sabemos no funciona. Un Estado omnipotente, que asfixie a la iniciativa privada, y donde la receta para el progreso personal pasa por ascender en un escalafón burocrático, en vez de aportar genuinamente al bienestar general, con ideas, productos y servicios innovadores. Y entendiendo que la naturaleza humana demanda un beneficio personal constatable, para que esa persona realmente se comprometa en su esfuerzo. Aquello de que nadie se levanta a las 5 de la mañana para ordeñar una vaca del Estado.

Tal vez por eso Di Candia no quiera compartir mate y cama con alguien que entienda esto. En una de esas, lo hace pensar, y cuestionarse eso que algunos llaman ideología. Y otros, bien podrían llamar necedad.

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