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Homicidios, patriarcado y miopía

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MARTÍN AGUIRRE
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La miopía es un problema visual en el que vemos claro lo que tenemos cerca, pero borroso lo más alejado.

Cuando analizamos las cifras de homicidios en Uruguay, que han superado todos los récords, más que duplicando la tasa que tiene por ejemplo Argentina, se confirma la idea de que la miopía no es solo un tema de la vista.

Hay gente que se molesta (mucho) al escuchar esto, pero hay un dato muy significativo: de las 382 víctimas de homicidios, 327 fueron hombres. Si, más del 85% de los asesinados son varones. Este dato surge de los números aportados por Fundapro. Pero es consistente con lo que viene mostrando el observatorio oficial del Ministerio del Interior.

Es más, cuando se acude a ese observatorio a profundizar en el tema, se comprueban otros datos significativos.

Por ejemplo, que la mayoría de estos crímenes se concentra en tres barrios; Casavalle, La Paloma-Tompkinson, y el Cerro. Y que una cifra aplastantemente superior de las víctimas son jóvenes entre 18 y 35 años. Más de la mitad de estos asesinatos no se resuelven, pero los jerarcas del ministerio los atribuyen a u201cconflictos entre criminalesu201d o u201cajustes de cuentasu201d. Un 40% de los homicidios son vinculados a esto, un 20% se debe a u201cmotivos desconocidosu201d, y un 14% a u201caltercados no domésticosu201d.

No hay que tener un doctorado en Harvard para deducir de estas cifras un par de cosas. Primero, que el país vive una verdadera epidemia de violencia homicida que está segando la vida de cientos y cientos de jóvenes de barrios humildes. Y que la mayoría de estos delitos no solo quedan impunes, sino que el propio estado lo asume como un fenómeno ajeno, inevitable, desde el momento en que los encasilla en esa categoría casi descartable de u201cajuste de cuentasu201d.

Esto claramente se replica cuando uno ingresa a ver los comentarios de estos temas en los sitios web de noticias, y una gran cantidad de gente reacciona diciendo cosas como u201cun pichi menosu201d. Los mensajes subliminales de las autoridades tienen casi tanta fuerza como los explícitos.

Al mencionar el dato frío de homicidios a un colega, hombre y un tanto tribunero, su comentario fue que tan significativo como lo que yo marcaba era que de las 55 mujeres asesinadas en 2018, 31 habían sido víctimas de u201cviolencia de génerou201d. Y es verdad, aunque por motivos bien distintos a los que él buscaba marcar.

El hecho, y acá metemos definitivamente el dedo en el ventilador (para eso somos periodistas y no hacemos comunicación política o corporativa), es que si uno ve la televisión, escucha la radio, o lee los diarios en papel o en sus web (empezando por este), se convence de que los asesinatos de mujeres son el principal problema de violencia del país. Que existe casi que una campaña de exterminio de mujeres por parte de hombres. Y no hay dudas que en un país como Uruguay haya 30 mujeres muertas al año por sus parejas o gente cercana, es un escándalo.

Algo parecido ocurre con los asesinatos que se dan en el marco de delitos como rapiñas o copamientos, que generan tanta inquietud, y que suman una cifra casi igual.

Ahora, la pregunta que el autor se hace es ¿por qué los homicidios de jóvenes pobres que ocurren 10 veces más seguido no ocupan ni el 1% de la inquietud oficial ni de la agenda pública uruguaya?

Hay un aspecto que un periodista raramente aprende en la universidad, pero rápidamente lo hace en una redacción y es lo que se llama el principio de cercanía. La gente tiende a prestar atención a hechos en los que siente que puede estar involucrado él o alguien próximo. Por eso, un accidente de tren en España donde mueren dos personas es cabeza de página en un diario, mientras que el hundimiento de un ferry con 300 muertos en Bangladesh, es una notita breve.

La sociedad uruguaya parece tener asumido que la violencia de género o la que ocurre en rapiñas, puede tocar a una hermana, a un amigo. Mientras que los otros crímenes son algo lejano, ajeno. Es más, como lo ha experimentado el autor estos días, una cantidad de gente se indigna por el simple hecho de que se mencione el tema, y se lo ve como una forma de ningunear su sentida consustanciación con el problema de la violencia de género. Es algo ridículo, sobre todo viendo el tono de algunos comentarios, pero es así.

Nada más lejos de la realidad. No se trata de ningunear nada, pero la sociedad uruguaya en general necesita darse cuenta urgente que hay una epidemia de asesinatos en algunos barrios de Montevideo que tiene proporciones centroamericanas. Y que la misma no tiene la relevancia que amerita en el debate y la agenda pública.

Creer que el hecho de que el valor de la vida humana haya caído tanto en barrios que están a 20 minutos del Centro no nos afecta (o afectará en breve) es un problema de miopía tan, tan grave, que no se arregla ni con los lentes del señor Magoo.

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