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Hadas, unicornios e impuesto al capital

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martín aguirre
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El coronavirus ha puesto el mundo patas arriba. Y si no, mire cuál fue el debate político de esta semana.

Resulta que el Frente Amplio, una coalición de raíz socialista, marxista, “de izquierda”, o como quiera llamarla, se enoja porque su reemplazo, una coalición de tono liberal, “de centro derecha”, o como quiera llamarla, se niega a imponer un impuesto al capital. O sea, una medida propia de su manera de entender la política, pero que ellos mismos no aplicaron en 15 años de poder casi absoluto.

¿Será culpa del mes de encierro? ¿Por qué una coalición que ganó las elecciones, aplicaría una fórmula del recetario de quienes fueron removidos del poder? Empecemos por el principio.

El mundo está lleno de criaturas míticas. Hay hadas, hay unicornios, y está el impuesto al capital. La explicación de quienes lo suelen proponer es que los “ricos” concentran cada vez más riqueza, y que gravar sus fortunas para ayudar a los que menos tienen es un imperativo moral. Esto, además, según una visión que implica que la riqueza es un “suma cero”, o sea que si alguien gana mucho, es necesariamente porque otro gana poco. Fácil y simple.

Hay dos “contras” en este análisis. La primera es netamente funcional. En el mundo de hoy, el capital, o sea la plata, circula de manera bastante libre por el planeta, casi como un ave migratoria, buscando lugares donde recalar y reproducirse de manera segura. Existe una afinada industria liderada por gente muy inteligente (paga muy bien) que está todo el tiempo mirando qué se puede hacer con ese capital. Y ya no es como en las caricaturas de hace un siglo, ese señor de galera que enciende habanos con billetes de cien dólares. En la mayoría de los casos, esos capitales, esa plata, son fondos de jubilados japoneses o americanos, son ahorros de profesionales españoles o suecos.

Esa plata se invierte en los lugares donde hay menos riesgo de que les saquen una tajada grande. Lo cual ha llevado a que los países compitan ferozmente por ese capital, ofreciendo las mejores condiciones posibles. ¿Por qué?

Porque los países, sacando del medio toda la cháchara economicista, son como un almacén. Si usted tiene un almacén, y digamos que tiene mil pesos para comprar mercadería, la podrá vender en 1.500. Ahora si usted precisa más plata para vivir que esos 500 que le quedaron de margen, la primera solución es comprar más mercadería, o sea precisa más capital.

Esto es particularmente importante en países como Uruguay, donde la gente casi no tiene capacidad de ahorro, los “ricos” son cuatro, y su riqueza, en la comparativa global, es insignificante. Entonces, si queremos aumentar lo que se genera en el país, no nos queda más remedio que ser muy atractivos para que algo de todo ese capital que circula por el mundo, termine recalando acá.

Y eso es lo que hizo el Frente Amplio en sus gobiernos. Con las promociones de inversiones, exoneraciones, con aquello que dijo Mujica en el Conrad: “vengan que acá no les vamos a doblar el lomo con impuestos”. ¿Vas a cambiar la estrategia justo en medio de la mayor crisis en un siglo? ¿Cuando todos los países más precisan de seducir a esos mismos capitales? No parece lo más inteligente.

Hace años que se habla de imponer límites a esta libertad que tiene la plata para circular. Pero nadie le pone el cascabel al gato. Y, ¿sabe qué? A nosotros mucho nos conviene. Si esos fondos de jubilados y profesionales del primer mundo no vienen, ¿quién va a invertir acá? ¿Con qué plata compramos mercadería para aumentar los márgenes de este gran almacén llamado Uruguay?

Los defensores de esta tesis le dirán que puede invertir el Estado, y que todo se arregla con más impuestos a “los ricos”. ¡En Uruguay! No da ni para las pastillas. Y eso si los podés alcanzar.

Pero hay una segunda contra. Menos “funcional”, más ideológica en el mejor sentido de la palabra. Resulta que hay mucha gente que no cree que el mundo funcione así como plantean los grupos más dogmáticos del Frente Amplio. No cree que cuando alguien gana plata, otro necesariamente tenga que perder. Sino que se puede generar un círculo virtuoso donde la torta crece para todos. Y ¿sabe una cosa? A lo largo de los años los países que han apostado a esta visión han sido mucho más exitosos, han logrado dar mucha mejor calidad de vida a sus ciudadanos, que los que se la jugaron por la otra. Compare Argentina con Australia, Venezuela con Colombia, Cuba con Corea del Sur. Haga la comparación que quiera, no falla.

Por último, hay un punto importante que tiene que ver con intencionalidades. En una democracia, el poder lo tiene el que logra mejorarle la vida a la mayor cantidad de ciudadanos. Ningún partido, ningún líder, va a privilegiar a un puñadito de “ricos” en desmedro de las mayorías, si quiere tener un futuro político. A menos, que usted crea que la gente es boba y no sabe lo que le conviene. En cuyo caso, entramos en una discusión muy diferente.

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