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La guerra a los autos

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MARTÍN AGUIRRE
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Para entender a una sociedad, sus dilemas y contradicciones, a veces es más fácil hacerlo atendiendo a detalles pequeños, en vez de los grandes debates.

Por ejemplo, hace algunas semanas la intendencia de Montevideo anunció un plan para peatonalizar algunas de las calles de Ciudad Vieja, para hacer esa zona más amigable para peatones y paseantes.

El plan, está enmarcado en una visión que campea entre muchos jerarcas de la comuna capitalina, que siguiendo la moda actual en Europa, creen que el coche particular conspira contra una ciudad más disfrutable y humana. Ahora bien, este planteo pone de manifiesto al menos dos pecados que tiene la elite, política uruguaya, sobre todo la afiliada con una mirada “progresista”, al gestionar la cosa pública.

El primero, poner el carro delante de los bueyes.

Podríamos compartir el fondo de la idea, pero la implementación nunca debería venir primero por hacerle una guerra al auto, antes de entender por qué tanta gente apela a ese modo de transporte, pese a ser caro e incómodo en lugar de calles estrechas y donde estacionar es un drama.

Mucha gente apela al auto, porque las alternativas no son competitivas. Muy linda la bicicleta, pero no todos tienen la capacidad aeróbica o glándulas sudoríparas suficientemente socialistas, como para compartir espacio con otros seres humanos tras 45 minutos de pedalear en repecho. Y el transporte público en Montevideo está a años luz de dar una alternativa cómoda, confiable y eficiente.

Este no es un comentario snob de neoliberal antipueblo. Si vemos lo que ha pasado en los últimos años, en cuanto la gente más humilde mejora un poco sus ingresos, lo primero que hace es comprarse una motito, y mostrarle el dedo mayor al bondi. Hace poco un jerarca comentaba babeante que Helsinki pensaba eliminar los autos del centro. Déjeme decirle que entre tomar el tranvía eléctrico de Helsinki, un relojito pulcro como un CTI, y un bus montevideano, hay un abismo.

Entonces, parece que la responsabilidad de un funcionario público debería ser enfocarse en dar alternativas más atractivas a la gente, para que la decisión lógica sea dejar el auto. Acá no. Acá te fajan con el estacionamiento, con la patente, te complican la circulación. Y al mismo tiempo se subsidia a los monopolios de hecho de un transporte público de calidad más que discutible, y se colabora en destruir cualquier alternativa, como pasó con Uber.

El segundo pecado es enamorarse de recetas ajenas, sin analizar la realidad local en el terreno.

Lo que está pasando hoy en Montevideo es que hay una migración al este. Primero fue el éxodo a Ciudad de la Costa, luego el boom de los barrios privados en Canelones, y ahora lo que vemos es que muchas empresas, estudios jurídicos, y oficinas cuyo ámbito natural sería la Ciudad Vieja, se van a Carrasco.

Porque hay casas grandes vacías, porque hay buenos servicios y estacionamiento gratis, porque está más cerca de las nuevas zonas residenciales. Porque está más limpio y prolijo y no hay el acoso de una población mendicante de cuidacoches/pastabásicos.

¿Qué va a pasar naturalmente si la intendencia complica todavía más a la gente que va a Ciudad Vieja a trabajar? Pues se va a acelerar el proceso que ya está en marcha. Y el barrio perderá buena parte del movimiento que le da vida, lo hace atractivo, y justifica que se reciclen esas mansiones patrimoniales que no se adaptan de ninguna forma a las familias actuales.

Lo dijo el propio William Rey, presidente de la comisión de Patrimonio, y vecino de la Ciudad Vieja: “Todos queremos un mayor residencialismo en el barrio, pero no se puede producir un vaciamiento de la actividad terciaria y creo que el planteo de la intendencia está muy orientado hacia el uso social del área pública en función de un aparente residencialismo que todavía no existe.”

Hay muchos otros aspectos donde estos mismos pecados producen efectos contraproducentes. Cosas chicas como por ejemplo, los contenedores de basura. Sí, funcionan en muchas ciudades del mundo, y hasta del interior del país, pero si tenés una población flotante de hurgadores y adictos que tiran todo para afuera y usan los contenedores como baño a cualquier hora del día, capaz no es lo mejor para vos. O cosas grandes, como la bancarización. Si en vez de forzar desde arriba a la gente a bancarizarse, convencieras apelando a estímulos atractivos, no habría habido tanta resistencia.

El tema de fondo es que hay un pecado mortal en nuestra elite dirigente, más acentuado en la afiliada a una mirada “progresista”, que se enamora de cualquier moda foránea, no la aterriza a nuestra realidad, y para colmo, la quiere imponer de pesado. Puro bastón y nada de zanahoria. Eso sí, después cuando las cosas no salen, se enojan con la propia sociedad, o denuncian algún oscuro complot conservador.

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