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Desde el fondo

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Martín Aguirre
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Escribir columnas como esta implica un esfuerzo de concentración. Hacerlo mientras el éter es dominado por las vocecitas irritantes de los "Héroes en Pijamas", es una tortura china.

De haber concurrido a la marcha feminista del otro día, una semanita mano a mano con los herederos de 3 y 8 años debido a viaje de trabajo del otro 50% de la sociedad conyugal, debería contar a favor para avanzar algunas cuadras en esa manifestación donde los hombres, al parecer, debían ir bien al fondo. Pero a ningún hombre en su sano juicio se le ocurriría hacer tal planteo por estos días.

Ya sea por lo abrumador de las tareas paternales, por cromosomas, o por haber crecido en un hogar con roles familiares saludablemente desvirtuados, hay cosas del furor feminista que me hacen ruido. Y si bien el instinto de conservación suplica no meterse con el tema, algo me impulsa a hacerlo. Tal vez tenga que ver con la idea de que el periodismo consiste en nadar un poco contra la corriente. Tal vez, eso sea solo una excusa para dar aire a un notorio espíritu "contra".

Pero basta de justificaciones. Por segundo año seguido, un número masivo de personas marcharon por Montevideo. Lo hicieron generalmente en orden, con alegría, y mezclando a gente de los perfiles más diversos. Hasta ahí, nada que objetar.

El primer "pero" llega cuando intentamos descifrar qué es lo que reclama tal concentración. El planteo general hablaba de alcanzar una mayor igualdad entre hombres y mujeres en la sociedad. Después hay convocatorias sectoriales de todo tipo: desde los que reclaman terminar con el capitalismo y el "patriarcado", algunos brotes anticlericales equivocados de país, y otras voces que exigen igualdad salarial.

Sobre lo del capitalismo, alcanza con señalar que en todos los rankings de situación de la mujer, el top 10 de países donde estas tienen mejores condiciones son los que aplican de forma más cruda los principios de la democracia burguesa y la libertad de mercado. Y el fondo de la tabla está siempre dominado por sociedades con formas colectivistas y "originarias".

Lo del patriarcado es otra cosa compleja. La lectura de algunos libros antropológicos sobre sociedades matriarcales no da grandes esperanzas de que ese sistema lleve a organizaciones más humanas y justas. Y la aparición de algunos liderazgos femeninos recientes, como Marine Le Pen, Cristina Kirchner, o Aung San Suu Kyi, caída en desgracia, tampoco permiten concluir que el hecho de ser mujer redunde necesariamente en cosas positivas.

Tal vez lo más entendible sea la cuestión de la igualdad salarial. Según datos del Mides, la brecha de ingresos entre hombres y mujeres es de 26%. Algo que así dicho suena inmoral, pero que debe tener algún matiz oculto. ¿Por qué? Porque en tiempos de consejos de salarios, las empresas deben tener estratificadas sus plantillas por trabajo, y el laudo se establece en función del rol. Nadie podría usar el "género" para reducirle los ingresos a una persona.

Es más, si una empresa pudiera pagar el 26% menos a un trabajador por ser mujer, y nos ceñimos a las crudas reglas del capitalismo, el desempleo femenino sería cero.

En estos días se publicó en España un artículo interesante del economista Juan Rallo que explicaba un poco el origen de esta disparidad. Rallo apuntaba que eso se debe en principio a la cantidad de horas trabajadas que en los hombres alcanzan unas 36 a la semana, contra 30 de las mujeres. Pasado este filtro, sigue habiendo un margen de 14%. Algo que Rallo explica en función del tipo de tarea realizada, ya que los hombre aún acumulan la mayoría de los cargos superiores, aunque esto viene cambiando rápidamente debido a que las mujeres están teniendo mejores resultados educativos. El otro tema es la maternidad, al punto que según Rallo en aquellos países desarrollados donde las mujeres renuncian a ser madres, la brecha no existe.

Esto nos lleva a un par de conclusiones que pueden resultar incomodas. La primera es que sí, que la sociedad occidental (las demás son mucho peores) históricamente ha relegado a la mujer a un segundo plano, si bien Uruguay es de los países que ha avanzado más rápido en la materia. Y que todavía hoy, existe una presión social que impone a las mujeres roles que las someten a posiciones postergadas. Tal vez esa sea la razón más sentida que toca a mujeres de orígenes tan diversos para aglutinarse.

La segunda es que por más que la ley decrete la igualdad total, la biología se niega a aceptarlo. Que hay roles como la maternidad que son ineludiblemente femeninos, que podemos desarrollar una batería de medidas para compensar, pero ningún gobierno puede cambiar esa cuestión por decreto.

Me encantaría poder entrar ahora a hablar de los políticos sin escrúpulos, de los que se suben a cualquier carro para salir en la foto, y de los sectores que buscan apropiarse de genuinas manifestaciones sociales para empujar agendas retrógradas. Pero los dibujitos saltaron a "Mi Pequeño Pony". Y mi hija odia los unicornios y los arco iris.

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