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El espejo roto

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Una confesión. Desde hace ya años que las noticias políticas argentinas no lograban generar en el autor el más mínimo interés. Es que es tal el nivel de locura de los titulares cotidianos de los vecinos que, por más esfuerzo profesional que se le pusiera, no había forma de que los mismos hicieran ni levantar una ceja. Como en esas películas de persecuciones y bombas; después de la tercera explosión, es como que todo da lo mismo. Hasta esta semana.

Una confesión. Desde hace ya años que las noticias políticas argentinas no lograban generar en el autor el más mínimo interés. Es que es tal el nivel de locura de los titulares cotidianos de los vecinos que, por más esfuerzo profesional que se le pusiera, no había forma de que los mismos hicieran ni levantar una ceja. Como en esas películas de persecuciones y bombas; después de la tercera explosión, es como que todo da lo mismo. Hasta esta semana.

La captura de un exsecretario de Obras Públicas, hombre clave del período “K”, tirando bolsas de dinero para dentro de un convento, lleva toda la psicopatía habitual de la política de los vecinos a niveles imposibles de obviar. Pero, sobre todo, hace que la postura de quienes han defendido a capa y espada a los Kirchner, se vuelva insostenible. ¿Como explicar que los paladines populares, los más vivos de entre los vivos de la política regional, no estaban al tanto de lo que hacía su principal operador de la obra pública?

Eso obliga a mirar hacia nuestra orilla, donde varias figuras importantes del Frente Amplio han reivindicado una cercanía carnal con estos gobiernos argentinos. Al punto que la senadora Constanza Moreira ha dicho que son lo mejor que le pasó a Argentina en 40 años, hay diputados socialistas que han ido a trabajar en las campañas de los vecinos, y dirigentes del MPP han asumido la causa kirchnerista como propia.

A medida que todos corren a desmarcarse del papelón vecinal, es bueno señalar dos errores que parecen haber cometido quienes asumieron esa postura previa.

El primero, creer que la política regional tiene factores supranacionales determinantes, y todo ese verso de las “afinidades ideológicas”. Es verdad que en los inicios del continente tuvimos una matriz común, y no deja de ser seductora la idea de encontrar algún día un camino conjunto que nos facilite el desarrollo. Pero dos siglos de vida nacional independiente obligan a no ser tan soberbios de ignorar las particularidades políticas de cada país. Por ejemplo, los partidos históricos uruguayos, que cumplen por estas fechas 180 años de vida, nacieron en la Guerra Grande, que en los hechos fue parte de una guerra civil argentina. Sin embargo, hoy resulta casi imposible descifrar quiénes son los herederos de unitarios y federales en el mapa político de los vecinos. Los “K” intentaron de todas formas asociarse al legado federal, pero sus políticas concretas, nacionalistas al extremo, centralistas, y de combate frontal a la producción de las provincias, dejaba en evidencia que era solo una postura.

Así como para un número abrumador de blancos y colorados les resulta difícil embanderarse con Macri, un líder gestor demasiado frío y lejano de la personalidad de los grandes liderazgos que han tenido estos partidos en su historia, parece ridículo que gente del Frente Amplio, un partido que ya cuenta con tradición y liturgia propias de peso, se aten a figuras como los “K”.

El segundo gran error es replicar esa postura divisiva de la sociedad que los Kirchner supieron llevar a límites extravagantes. Ese quiebre entre buenos y malos, entre ellos y nosotros, donde la verdad, la pureza, la defensa de los humildes está monolíticamente de un lado de la “grieta”, y los que están del otro lado son oligarcas, egoístas y, si se enojaban mucho, hasta “neoliberales”.

Como si en política alguien pudiera asegurar tener la receta infalible para el progreso, y pudiera darse el lujo de descartar el aporte del que piensa diferente.

Por eso resultó llamativa una declaración esta misma semana del diputado del MPP Alejandro Sánchez, figura renovadora del grupo de Mujica. Dijo Sánchez que “No estamos en el gobierno para ser mejores que blancos y colorados. Estamos para ser diferentes. No somos de su clase ni queremos serlo”. Esa exhibición de mesianismo, soberbia y desprecio por el otro, son alarmantes por varios motivos.

Primero porque Sánchez se solía mostrar como una figura un poco por encima en lo intelectual del perfil tosco y medio barrabrava de sus colegas de la misma generación. Algo que esto podría mostrar no era más que una pose. Segundo porque, como deja en evidencia el caso argentino, esas visiones que parten a la sociedad de manera irresoluble solo generan daño, dolor, y hacen imposible la construcción de algo mejor, superador de lo actual. Por último, porque Sánchez aspira, (y tiene toda la pinta de que lo va a lograr), ser presidente del Frente Amplio. ¿Es ese el tono que necesita ese partido hoy para ser el representante genuino de la mayoría de los uruguayos? ¿Es esa la postura que puede aportar para tener un diálogo político más sano? Pero sobre todo, ¿es esa la actitud de humildad razonable después de las macanas tremendas que la sociedad viene descubriendo día a día de lo que fue el gobierno del presidente de su sector? El espejo roto del otro lado del río, dice mucho al respecto.

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Martín Aguirre

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