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La dura realidad

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En el correr de la pasada primavera asistí con provecho a una jornada de actualización ideológica organizada por la lista 40 del Partido Nacional que encabeza el senador Javier García. Una de las actividades de dicho congreso fue la exposición de Fernando Filgueira sobre la educación, su calamitoso y conocido estado actual, y el proyecto de reforma que él y un grupo de expertos está elaborando.

En el correr de la pasada primavera asistí con provecho a una jornada de actualización ideológica organizada por la lista 40 del Partido Nacional que encabeza el senador Javier García. Una de las actividades de dicho congreso fue la exposición de Fernando Filgueira sobre la educación, su calamitoso y conocido estado actual, y el proyecto de reforma que él y un grupo de expertos está elaborando.

Este profesional deslumbra por sus conocimientos pero más aún por el compromiso y el calor que vuelca en su proyecto: pasión que se alimenta con la lacerante alarma del daño que en este terreno se le está infligiendo a los uruguayos jóvenes.

Salí de esa conferencia pensando: a este tipo hay que apoyarlo. Pero, a poco de reflexionar, me di cuenta, con pena, que ese fantástico proyecto está muerto. El certificado de defunción estaba contenido (y muy visible) en las palabras con las cuales Filgueira cerró su brillante exposición. Dijo: este proyecto supone un enorme costo político en el corto plazo para asegurar un gran beneficio nacional en el largo plazo. Esta afirmación final -indiscutible, por cierto- significa, ni más ni menos, que el proyecto presentado es directamente imposible.

Imposible en las actuales circunstancias; no porque ese proyecto de reforma educativa sea en sí mismo impracticable sino que es imposible en el estado actual de correlación de las fuerzas políticas (y las no-políticas) que tironean y arrastran a la sociedad uruguaya.

La ecuación de fuerzas, en cualquier sociedad, es lo que determina lo que es políticamente posible en esa sociedad y lo que no lo es. Suponer otra cosa es una ingenuidad casi dolosa.

Parece claro que en el actual período de gobierno, con la correlación de fuerzas existente (fuerzas políticas, sindicales, culturales, sociales y de intereses creados) no hay posibilidad alguna de que el proyecto de Filgueira se pueda hacer realidad. La condición para que llegue a ser posible es la derrota -no solo electoral sino sobre todo cultural y simbólica- del Frente Amplio, es decir, de la versión raquítica y enferma que la izquierda ha tomado en el Uruguay de hoy. Esta parece una conclusión demasiado fuerte, sin embargo es difícil de refutar. La única chance que tiene esta reforma es, no solo por fuera de las estructuras institucionales y mentales del Frente Amplio, sino en confrontación abierta con ellas y sujeta a su derrota.

El costo político del proyecto y no sus méritos pedagógicos o dificultades técnicas es el eje del asunto. Resulta obvio que quien está hoy en el poder no va a emprender acciones que le signifiquen costos políticos, ni en la enseñanza ni en ningún otro ámbito. Quien puede animarse a enfrentar esos costos es el desafiante, el que disputa el poder.

Me parece que Filgueira -y todos los como él, que no son pocos- tienen por delante un doble desafío: abrirse a una convicción y abrazar un compromiso. La convicción de que mientras dure la actual ecuación de fuerzas políticas en el país su proyecto de reforma de la educación no tiene ninguna chance. El compromiso será el de sumarse en el pago del costo político (y personal) que sin duda afrontarán quienes hayan desplazado al Frente Amplio del poder.

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Juan Martín Posadas

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