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Discutiendo lo obvio

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Martín Aguirre
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Si hay algo exasperante en la discusión pública en Uruguay es esa capacidad que tenemos de discutir tonterías. Se derrocha un fervor, una elocuencia, y una pasión dignos de mucho mejor causa, en las cosas más absurdas.

Es como si los tipos que están escapando del Titanic se pusieran a pelear por el color de los botes salvavidas, mientras el agua les va llegando al cuello.

Esta semana, tuvimos dos ejemplos chocantes de este tema.

Tal vez el más ridículo tuvo que ver con la presentación de un proyecto de reforma para la educación uruguaya por parte de ese grupo llamado Eduy21. Se trata de un conjunto de gente de distintos partidos que intentan superar los límites sectarios y la epidemia de diagnósticos, para realizar un planteo concreto de reforma de la educación nacional. Las cabezas visibles son Renato Opertti y dos exfuncionarios del actual gobierno como Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir. Pero hay allí también gente de otros partidos. Y en la presentación estuvo desde el ministro Astori hasta toda la cúpula de la oposición. En Uruguay no queda (casi) nadie que no comparta la angustia por el estado de la educación. Sobre todo entre los sectores más humildes, cuyos resultados son descorazonadores, y hacen tener fundado pavor de lo que nos depara el futuro cercano como sociedad.

Pero al día siguiente, a instancias de comentarios de la jerarca de la Intendencia de Montevideo Fabiana Goyeneche, y del consejero docente de Primaria e integrante del MPP Pablo Caggiani, el debate se centró en dos temas realmente claves: la falta de mujeres en la foto final del evento, y la denuncia de que se trata de un "intento privatizador" de la enseñanza. Algo así como "vos callate, sos machista y neoliberal".

Ahí se fue todo al diablo. Los organizadores pasaron 48 horas justificándose. Y el partido de gobierno se salvó de explicarle a la sociedad cómo habiendo un consenso tan grande en la clase política sobre el camino a recorrer para mejorar la educación, hace al menos una década que no hace nada al respecto. Incluso cuando entre quienes apoyan el cambio está nada menos que Astori, el hombre que maneja la caja estatal.

El segundo episodio fue casi tan lamentable. Y ocurrió cuando el Director Nacional de Policía, Mario Layera, salió a la palestra a pretender justificar el aumento del delito, y el fracaso de su gestión para enfrentarlo, hablando de profundos temas sociales y de la degradación moral en sectores de la sociedad uruguaya. ¡Otra vez la pelota en casa de doña María!

Lejos de salir indignados a decirle a Layera "señor, por qué no se calla y trata de hacer mejor su trabajo, que viene dejando mucho que desear", buena parte de la discusión pública se dispersó en debates tan estériles como si lo del jerarca muestra las divisiones en el gobierno (¿hay alguien que no las conozca?), o sobre si se trata de la consecuencia natural del opresor sistema capitalista actual.

Sobre esto último, leyendo algunas columnas de opinión en medios oficialistas, daba para pensar que había ocurrido el fenómeno del libro de Mark Twain "Un yankee en la Corte del rey Arturo", y que un golpe en la cabeza nos había transportado a algún vibrante comité de base del año 68.

¿Se puede en el año 2018 seguir con la sanata sobre la maldad del capitalismo? Sobre todo por parte de gente cuya propuesta de alternativa siempre termina en el mismo cóctel de miseria, autoritarismo y represión. Al final obligan incluso a la persona más reflexiva y tolerante a parecerse a esos veteranos cascarrabias de foro de Internet, que siempre terminan diciendo "mirá que lindo que andan Cuba o Venezuela".

Por suerte, a los pocos días vino la sensatez, y tal vez del lugar menos esperado. Una entrevista de Leonardo Haberkorn con el removido jefe de Policía de Cerro Largo José Adán Olivera, puso los puntos sobre la íes de manera inapelable. "Me ofende que se habla de marginales como sinónimo de delincuencia, como dijo Layera. Pobre no es sinónimo de delincuente. Yo vengo de un hogar muy, muy pobre y no quiere decir que esa pobreza nos inclinara al delito. Mi madre era quilera y según su manera de pensar yo tendría que haber sido contrabandista. Pero no fue así".

Parece tan obvio... Tal vez por eso Olivera está en su casa, y Layera sigue en su cargo, y elogiado por analistas y colegas como si fuera un Eliot Ness pampeano.

Tal vez lo que genera más frustración de ver este tipo de polémica (sobre todo cuando se la puede ver con cierta perspectiva de distancia) es que la magnitud de los problemas de un país como Uruguay es insignificante. Si comparamos con los desafíos que tienen otras sociedades, nuestros dramas cotidianos son de una banalidad, que no solucionarlos solo se puede justificar por nuestra culpa.

Y, tal vez, por esa obsesión por convertir cada tema en una discusión de boliche, donde el objetivo más que encontrar soluciones, parece ser el de ocupar el tiempo en eternas polémicas inconducentes, como para matar el tiempo hasta que venga "la penúltima". Mientras, el agua, sigue subiendo.

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