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Despedida didáctica

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MARTIN AGUIRRE
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Quienes conocen a este periodista quedarán sorprendidos de su elección de tema para hoy.

Es que se pasó buena parte de la semana ironizando sobre el revuelo mediático de la renuncia al Senado de los expresidentes Mujica y Sanguinetti. Y sin embargo, si dejamos de lado la sombra amenazante del virus, no hubo nada con más impacto.

No se trata de minimizar a los personajes, ni a la relevancia del gesto de que dos figuras de esa talla, que han marcado a fuego la política nacional por más de medio siglo, (y en general combatiéndose), se vayan de la mano de la institución que es cuna y esencia de la democracia. Pero, hay un par de aspectos de este episodio que hacen reflexionar.

El primero, cómo el gesto de Mujica y Sanguinetti de salir cantando loas mutuas puede ser visto con igual justicia como un supino acto de hipocresía, o de fino sentido republicano. Pocas figuras han marcado de manera tan explícita el “yin y el yang” de la sociedad uruguaya. Sanguinetti, el líder universalista, de cultura y modos europeos, heredero de una tradición política que ha gobernado el país con muñeca de orfebre la mayor parte de nuestra historia.

Mujica, el exguerrillero caótico, impulsivo, pechador. Con ese perfil impostado de agricultor “pata en el suelo”, y discurso a lo Viejo Vizcacha, en el buen sentido del término. Algún analista lo ha vinculado a la idiosincrasia del Partido Nacional, queriendo marcar ahí esa dicotomía que forjó la historia del país. No. Mujica tendrá origen blanco, pero toda su vida pública ha estado marcada por una mirada estratégica, y una frialdad en la ejecución de sus planes, que tiene poco que ver con la pasión muchas veces irracional, romántica y “perdedora” que es la marca de orillo de los líderes blancos desde Oribe.

Un detalle: mientras que Sanguinetti deja el Senado sin un sucesor digno de cargar su bandera, Mujica ha impulsado a un delfín como Orsi, que ya es una figura política de primer nivel.

Un segundo hito interesante es cómo la sociedad uruguaya aprovechó el episodio para batirse el parche de su excepcionalismo. El uruguayo se lanzó a una orgía empalagosa de autobombo bastante provinciano, gritando que gestos de concordia de este tipo, solo se podrían ver aquí.

No es por pinchar ningún globo, pero no es verdad. La relación correcta y civilizada entre líderes políticos de distinto carril es propia de toda democracia sólida. Pasó siempre (hasta ahora, al menos) en Estados Unidos, como quedó patente en la asunción de Trump al ver nada menos que a George W. Bush compartiendo pastillas y sonrisas con Michelle Obama. Pasa en Gran Bretaña, pasa en Francia, pasa en Alemania. Tal vez el contraste aquí es más chocante por el ejemplo nefasto y perenne que nos dan los hermanos del otro lado del río.

Otro detalle interesante es que si bien Mujica y Sanguinetti son de la misma generación, representan estilos de liderazgo de tiempos muy diferentes.

Sanguinetti es la quintaesencia del liderazgo político de los 80 y 90, donde la gente no buscaba un Presidente, sino un líder. Alguien que fuera más inteligente, más culto, que tuviera más mundo, alguien que lo representara por ser mejor. Mujica es un producto ya de la era de internet, de las redes, donde la gente lo que busca es un igual, alguien que hable, que se vista, que reaccione como lo haría él. Es parte del engañoso sentido de horizontalidad que ha permitido la tecnología actual, donde cualquiera que se abre una cuenta de Twitter se cree que puede discutir de igual a igual con médicos, abogados, periodistas... La peor y más perniciosa lectura del “naides es más que naides”.

Pero, volviendo al concepto de la dicotomía entre hipocresía y talante republicano de la despedida, hay diferencias importantes. Sanguinetti fue contenido, educado pero sin estridencias, y no “forzó la dosis”. Mujica, todo lo contrario. Incluso terminó con esa frase de que “en mi jardín, hace décadas que no cultivo el odio”, que podrá seducir a observadores ajenos, pero que quienes siguen la política local de cerca saben es una mentira grande como un árbol. Alcanza leer la entrevista publicada en este diario el pasado domingo, para ver ese odio destilando sus peores aromas.

Habiéndose formado en un hogar de raíz blanca, wilsonista, donde su primer recuerdo político sea tal vez la noche de las elecciones de 1984, donde el nombre de Sanguinetti no se asociaba a elogios ni cariños precisamente en el hogar paterno, los años han permitido a este autor valorar los aportes del expresidente. Algo exactamente a la inversa con Mujica, cuyo personaje “compramos” como muchos uruguayos en un momento, para luego caer en cuenta de lo negativo que su sello de talenteo, chatura de miras, y resentimiento gratuito, han impreso a esta sociedad. Los años parecen estar mostrando que ese proceso está ocurriendo también en la cabeza de cada vez más uruguayos.

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