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La cuestión moral

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MARTÍN AGUIRRE
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Dos cosas llaman la atención del debate público en Uruguay hoy. Por un lado, que cualquier discusión, incluso la más técnica, deriva en aspectos pasionales al filo de la irracionalidad

Y la segunda, la obsesión de un sector de la opinión pública vinculado a la oposición, por atribuir una cuestión de superioridad moral absoluta a todos sus planteos. El que sea.

Esto tiene una consecuencia negativa excluyente. Hace casi imposible el diálogo, y todavía más el acuerdo, desde el momento en que uno de los que argumenta solo es capaz de aceptar que alguien no piensa como él porque es malo (pero muy malo), busca su interés personal o, en el más generoso de los casos, el de los “ricos y privilegiados”. En las últimas semanas hemos tenido muchos ejemplos de esto, pero para no aburrir, vamos a centrarnos en tres. Y usted, estimado lector, verá al final de esta pieza si la tesis del inicio es válida o no.

El primer debate afectado por este problema es el de la tolerancia cero en el alcohol. La historia usted la conoce: el gobierno de Vázquez, con apoyos de blancos y colorados, decidió bajar a cero la cantidad de alcohol permitida en sangre, con el objetivo de reducir los accidentes. Pasados varios años, ese efecto no se ha notado, pero ha habido algunas quejas tanto de quienes producen bebidas, como de algunos conductores que denuncian que las aseguradoras se aprovechan de esto para no pagar, en ocasiones que deberían.

Bien, el senador Botana puso el tema sobre la mesa estos días, proponiendo moderar una exigencia que no existe así de drástica en ningún país desarrollado, y poner un límite de 0,3% de alcohol.

La verdad que es un tema árido y complejo. Y la discusión es entre 0 y 0,3%, menos que una copa de vino. Sin embargo, el debate ha tenido una virulencia que parece que fuéramos a reinstalar la esclavitud. No hay datos contundentes a favor de la tolerancia cero, salvo por un estudio muy parcial difundido por La Diaria, que sugiere un impacto leve apenas al principio de la medida. Y luego, nada.

Sin embargo, la discusión política no reconoce nada de estas complejidades. Si usted cree que el cero total es un exceso, es un genocida en potencia, que solo quiere mamarse y matar gente. O peor, está a sueldo de los empresarios del vino. Y ni siquiera corresponde discutir el asunto, porque sería un retroceso civilizatorio. ¿Cómo se responde a eso educadamente?

El segundo caso es todavía más extremo. Se trata del etiquetado de alimentos con advertencias sobre azúcares y otros compuestos que, en exceso, pueden ser malos para la salud. De nuevo, acá no se discute si ponerlos o no, o si la gente es tan idiota que va a comprar un frasco de dulce de leche y no sabe que tiene exceso de azúcar.

El debate es en torno al nivel al que habría que ubicar la necesidad de la advertencia, la cual genera claramente un costo a los productores, además de un desestímulo a la compra. Y esto habría que verlo, porque un estudio difundido por la Udelar y Unicef al respecto, asegura que en los primeros 10 días de aplicación se habría modificado la intención de compra del 58% de los usuarios... Digamos que este autor consultó a uno de los mayores expertos en opinión pública sobre el mismo, y el hombre se agarraba la cabeza.

De nuevo, estamos hablando de cuestiones muy técnicas, de márgenes de azúcar o sodio imperceptibles. Y con el agravante de que los cambios que busca este gobierno, se volvería prácticamente a los propuestos originalmente por la administración previa. Pues si usted osa contradecir la postura de los “integristas del octógono”, solo puede ser porque es un ser del averno, que quiere ver a la gente reventar de diabetes, mientras enciende habanos con billetes en algún lustroso salón del Club de Golf, con sus amigos los empresarios explotadores.

Por último, tenemos el tema de la famosa cuarentena obligatoria. Vamos a pasar rápido por este, porque ya lo hemos mencionado muchas veces, y no queremos abusar de su paciencia. Pero lo más asombroso de este debate es que pese a que quienes más sufren estas medidas son los más pobres y humildes, por más que ya van dos veces que el gobierno logra “ganarle a las matemáticas” sin recurrir al encierro forzoso, siguen saliendo dirigentes de la oposición, académicos y sindicales, a decir que si usted cree que no es útil o necesario, es un facho, alguien que desea que miles de uruguayos agonicen en un CTI. O todavía peor: lo dice para beneficiar a los empresarios que perderían dinero si todos nos metemos en nuestras casas. Igual, a los pobres los arreglamos con una renta que se la sacamos a esos ricos insensibles, y listo.

Como se imagina el lector, con este nivel de argumentación, es muy difícil poder dialogar de manera constructiva. Cuando una de las partes está tan convencida de ser moralmente mejor y que el otro o es un corrupto o quiere perjudicar a la mayoría de la gente, llegar a una síntesis constructiva, el propio eje del debate democrático, se vuelve una tarea insalubre y agotadora. Y así, perdemos todos.

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