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Cuba, Estocolmo y Oliver Twist

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martín aguirre
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Arranquemos con una confesión. Todo lo que tiene que ver con Cuba genera, desde siempre, un profundo aburrimiento a este autor.

Tal vez la palabra sea fastidio, más que aburrimiento. Pero desde que despertó su interés en temas políticos, cada vez que el factor Cuba entraba en una charla, todo se pudría. Incluso la gente más racional del “lado socialista”, perdía el sentido común, y la cosa se convertía en un cruce de consignas emotivas.

En algún momento renunciamos siquiera a hablar del asunto. Por un lado, Cuba es un país bastante intrascendente en el concierto mundial. Y si no fuera por el marketing, la gente hablaría tanto de ella como de... Jamaica. ¿Alguna vez vio en un asado una discusión sobre la política de Jamaica?

Por otro, una persona que se conmueve al escuchar a Carlos María Fossati cantando eso de que “a fuerza de lanzazos se hará historia”, no puede ser tan duro con otro que toma un tema político con ese nivel de emotividad. Con las diferencias abismales entre un episodio y el otro, claro.

Pero, en el caso de quienes ya pasamos los 40, esta emotividad tiene más que ver con cosas heredadas de nuestros padres, que propias. En 2021 y con la información que tenemos de Cuba, no hay nadie con un mínimo de honestidad intelectual que pueda defender el sistema fracasado que gobierna en ese país. Punto.

Los intentos son lamentables. Esta diputada del MPP que repite eso de que “Cuba era un prostíbulo” antes de Fidel. No. Cuba era la joya del imperio español, por algo fue su última colonia en independizarse, y por algo hay esas construcciones fabulosas que, hoy derruidas y decadentes, hacen de fondo en las fotos que se sacan los turistas orondos ese día que dejan el “all inclusive” para posar frente al mural del Che. Cuba antes de la revolución tenía otra dictadura, sí, pero similar a otras del Caribe gestadas por una crisis del modelo agrícola y muy compleja, que no da para analizar aquí.

Pero, ¿y ahora qué es? Lo único que cambió es que el “cafisho” actual pone sellos y da discursos.

El senador Andrade dice que “Cuba exporta médicos, y otros bombas”. No, Óscar, los médicos son seres humanos, no porotos de soja. Son gente que gastó años de su vida en formarse, y que tiene que ir a otros países, en condiciones que parecerían un exceso a Oliver Twist. Por algo se rajan en cuanto pueden.

Cuando uno era joven, siempre se preguntaba por qué los veteranos eran más proclives a un anticomunismo visceral. Después ya de varios años de escuchar estas falacias, de ver al diputado Nuñez hablar del golpe de Terra (!) para justificar cómo unos milicos de particular molían a palos a un manifestante desarmado, empieza a entender muchas cosas.

Después viene el cantito del “bloqueo”. Aburre hasta explicarlo. Cuba no tiene un bloqueo. Después que Fidel expropió todas las empresas americanas sin pagar un peso (distinto a Chávez), Kennedy dijo: “Me insultás todos los días, te quedás con mis empresas, entonces yo no comercio contigo, y el que quiera comerciar con vos, acá no entra”. Nada demasiado loco. Pero que además ni se cumple, y casi todo el alimento que llega a Cuba hoy, viene de EE.UU.

El tema central es que Cuba no tiene plata. Y ahí entramos en el eje del problema. Y de por qué tanta gente sigue aferrada a su amor por Cuba. Cuba deja en evidencia que el sistema socialista llevado a su punto culminante natural, es un fracaso económico y termina siempre en autoritarismo.

Pasó en toda Europa Oriental (¡si será malo el sistema que fundió a los alemanes!), pasó en África, paso en Asia, hasta que los chinos se avivaron y abrieron la economía. Pero pasó ahora en Venezuela también. ¿La miseria de los venezolanos es culpa de un “bloqueo”?

Claro que no. El problema de Cuba, de Venezuela, es que un sistema donde el Estado concentra todo y asfixia la iniciativa privada, siempre se funde. Y un sistema, donde el “colectivo” es tanto más importante que la persona, siempre termina en dictadura. No falla.

El asunto es que particularmente en eso llamado “la izquierda” pocos parecen tener el valor suficiente como para dejar el síndrome de Estocolmo, y asumir estas verdades. Algunos por ese costado sentimental, las canciones de protesta, la rebeldía de los 60 y todo eso. Muy lindo, pero ya está. Otros, por miedo a alienar a una base ideologizada. Y algunos, por motivos menos santos. El día que caiga el régimen cubano, es probable que se abran archivos y... en fin.

Lo curioso es que del otro lado no ocurre lo mismo. Si vamos a quienes defienden ideas liberales, al individuo por encima del colectivo, desde Ayn Rand no hay un referente que no acepte que esas ideas no dan fórmulas mágicas de progreso. Y que el Estado siempre tiene un rol. Todas las sociedades, pero sobre todo las latinoamericanas, lograremos un avance exponencial cuando por fin podamos discutir de forma constructiva sobre los matices, y enterremos de una buena vez mitos ruinosos y liberticidas como el de Cuba.

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