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La senadora trans

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Martín Aguirre
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La abogada Michelle Suárez es desde hoy senadora". Así arrancaba la crónica de El País sobre uno de los hechos más significativos de la semana, la asunción de la primera legisladora transexual del país.

Se trata de un tema delicado de analizar. No tanto porque genere grandes polémicas filosóficas en Uruguay, de hecho casi nada genera eso hoy. Más bien porque los activistas han vuelto al idioma un campo de batalla tan escabroso, que quien se atreve a decir algo con cierta pretensión de libertad, lo hace acobardado ante la casi segura violación de alguna sensibilidad idiomática que puede pasar de ínfima a crimen de lesa humanidad en cosa de segundos.

Pero no nos acobardemos. Y arranquemos por lo obvio, la llegada de Michelle Suárez al Senado es una gran noticia.

Primero, porque es prueba de que vivimos en una sociedad abierta y tolerante, con un cuerpo como el Senado (pensado como el ámbito de la élite por excelencia) que acepta sin ruido a una figura que en otros países de la región hubiera supuesto una polémica gigante. En Uruguay, salvo por un participante de Masterchef, nadie hizo ningún problema.

Segundo, porque más allá de la visión que cada uno tenga sobre la homosexualidad, el cambio de sexo, y esa serie de conflictos que una figura como Suárez pone sobre la mesa, se trata de una revalorización de uno de los principios más pisoteados en los últimos años: la libertad individual. La forma de vestirse, la identidad sexual, son cosas de estricta definición personal, y que a nadie deberían importar en una sociedad que de acuerdo con la Constitución, solo debe diferenciar a la gente en base a sus talentos y virtudes.

Tercero, por el cambio que parece estar ocurriendo a la interna de uno de los partidos más sectarios, homofóbicos, y liberticidas de la historia. Hablamos, claro, del Partido Comunista de Uruguay, al cual representa Suárez. Un partido que siempre ha destacado por su integrismo ideológico, vanguardia regional a la hora de cumplir los dictados en su momento de la URSS, luego de Cuba, ahora de Venezuela. Lugares donde la libertad personal ha sido vista siempre como frivolidad prescindible, y la homosexualidad como un pecado revolucionario digno de Gulag y reeducación.

Ver un comunicado del PCU llamando a un mundo "totalmente libre" es como para poner a lagrimear a quienes han antagonizado con esa ideología intolerante por décadas. Aunque de seguro debe incomodar en su tumba a Lenin, a Fidel, y al mejor alumno de estas pampas, don Rodney.

"No seas microbio", se dirá. "Todo el mundo ha evolucionado en esos temas". Sí, es verdad. Pero cuando hay gente en el oficialismo que cada tanto saca a relucir discursos de la Constituyente del 16 para acusar de misóginos a figuras de la historia, no parece exagerado recordar lo que pensaban otros hace un par de décadas.

Sin embargo, para el autor, hay otro motivo que genera mucho más festejo. Y es que, aunque sea por unos días, tendremos en el Parlamento a alguien que entiende algo de leyes. Disculpe si el comentario parece frívolo o corporativo. Pero el nivel de debate parlamentario hoy, el de las leyes que se votan, viene en una espiral de decadencia tan, pero tan tremenda, que por encima de otras cuestiones más ostentosas, el hecho de sumar una abogada a ese cuerpo alienta la esperanza de que haya otro freno a las barbaridades que emanan periódicamente del Parlamento.

Claro que no todo es positivo, y hay algunos detalles de este hecho que preocupan.

Lo primero es el énfasis puesto por muchas voces sobre la identidad/opción sexual de la nueva senadora. Está bien mencionar el hito en algún momento, pero tal exageración parece dar la señal de que Suárez llega al Senado por este tema más que por su talento político o legislativo. De seguro que no es esa la realidad, pero no estaría mal pedir a sus correligionarios un poco más de recato en el autobombo, ya que ello termina minando la credibilidad de la propia figura a la que buscan resaltar. Quien lea un poco sobre su trayectoria puede comprobar que Suárez tiene valores que van un poco más allá de ser "mujer trans".

Por último, hay algo en las palabras de Suárez que también inquieta. Y es su planteo de que su prioridad legislativa será "ampliar los derechos de las personas trans en el marco del Estado de Derecho". Está bien conocer las raíces y defender a su base. Pero cuando uno llega al Parlamento debería ampliar un poco la mirada de sus objetivos. Si hay algo que viene perjudicando a la política nacional es la mirada micro de muchos dirigentes, esa obsesión por atender a demandas sectoriales minúsculas, descuidando los grandes desafíos del país. En Uruguay, según un censo del Ministerio de Desarrollo Social, hay unas 1.000 personas "trans". Está bien velar por sus derechos, pero un senador de la República debería tener como prioridad a los uruguayos en general. Hoy, más que nunca, realmente lo necesitan.

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