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De los “antipasta” a los antipolítica

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MARTIN AGUIRRE
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No tuvo que ver con Manini, con la Caducidad, ni con el coronavirus.

La nota que llevó a más gente a suscribirse a la edición web de El País esta semana fue: “Los “antipasta”: jóvenes salen con bates de béisbol a golpear adictos en Ciudad Vieja”. El título no necesita explicación. Lo que sí la precisaría, es la reacción de alguna gente.

Pero vayamos un paso atrás. Según la pieza, la Policía investiga denuncias de algunos pastabásicos de Ciudad Vieja, sobre un supuesto grupo de jóvenes que saldrían a golpear a los adictos que pululan por calles céntricas. La nota, además de dar voz a los supuestos agredidos, hace varias concesiones a la mirada “correcta”, hablando de lo flamante de los autos de los agresores, de que portan armas, y lo peor... ¡bates de béisbol! ¿Hay acaso un gesto más antipopular que usar el elemento distintivo de la cultura “yanqui” para golpear pobres? Uno ya imaginaba los efluvios salivales drenando por la comisura de los estudiantes de Ciencias Sociales y fans del PCU.

Sin embargo, desde las alturas morales desde donde suele ver la vida la grey bienpensante, surgieron andanadas contra el autor de la nota, contra el diario, y en un canal estatal varios se agraviaron por el insensible uso de términos “estigmatizantes” en la nota.

El episodio ocurrió apenas una semana después de otro con aristas similares.

Un cuidacoche de la Ciudad Vieja fue prendido fuego mientras dormía bajo un pretil, y entonces los mismos injuriados por los bates de béisbol, denunciaron que se trataba de una expresión de “aporofobia”, de odio a los pobres. Y que seguramente el autor de ese salvaje ataque sería algún joven acomodado, que dejó el aroma a jazmines e hibiscos de Carrasco, para salir a quemar pobres en el Centro. ¡Ah!... Y que todo era motivado por los discursos de dirigentes del hoy gobierno, que pasarían criticando la “mano blanda” frentista con el delito y quienes viven en la calle.

Ojo, mire que esto no lo dijeron cuatro bobos en Twitter. Hubo legisladores, exdirectores de ministerios, gente supuestamente respetable, que abonó esta versión.

Después se supo que el ataque había sido un ajuste de cuentas entre adictos. Incluso el exjerarca del Ministerio del Interior Gustavo Leal, en un gesto que lo ennoblece, escribió una columna donde criticó estas visiones ligeras, y dijo que “ante un hecho criminal tan grave y con escasa información inicial, consolidar la idea de que ese odio o miedo se convirtió en acción de exterminio es absolutamente imprudente y alejado de la realidad”.

En las últimas horas otro episodio tiró más abono (y no del químico) sobre este problema. El fallo de un tribunal arbitral en el reclamo de la minera Aratirí contra Uruguay por más de 3 mil millones de dólares, llevó a que muchos dirigentes opositores tuvieran una actitud cuando menos insólita.

En vez de respirar aliviados de que una causa motivada por la chapucería y truchez con que se manejaron estas cosas en el gobierno de José Mujica (¿se acuerda del “Pepe” con el mapa rutero de Ancap queriéndole vender el puerto de Rocha a Putin?), en vez de hacer decoroso silencio ante el reclamo de una empresa dirigida en nuestro país por un exjerarca del Frente Amplio, lo que hubo fue una andanada de ataques y agravios. En la que quien padeció los dardos más afilados fue el director de la OPP, Isaac Alfie.

De nuevo, no hablamos acá de los 20 abollados que pasan en las redes defendiendo cualquier cosa, ni de los satélites “compañeros” en los canales públicos. Senadores como Charles Carrera y Óscar Andrade impulsaron la teoría de que Alfie había jugado para la empresa india. Se ve que no jugó tanto por el resultado visto.

Lo grave es que esta gente, algo de leyes y procesos se supone entiende. Y deberían poder distinguir entre un testigo y un acusador, entre un perito y un fiscal. Por lo cual es difícil disimular la mala fe.

A lo que vamos con estos hechos al parecer inconexos, es que forman parte de un discurso tremendamente dañino para una sociedad democrática. Es un discurso que busca imprimir un carácter moral al debate político, donde la gente que no comparte contigo cuales son las mejores soluciones para conducir el país, no son compatriotas equivocados. Son gente despreciable, egoísta, capaz de sacrificar todos los valores por un puñado de dólares. Gente cuyo discurso empuja a sus seguidores a salir a golpear y a prender fuego a los pobres y excluidos.

La primera consecuencia es que si hay ideas y palabras escritas que llevan a esa violencia, no deberían ser permitidas. La segunda es que si hay dirigentes capaces de vender al país a una “transnacional”, nada de lo que hagan va a servir. Si existe ese foso moral entre ellos y nosotros, es imposible el diálogo.

¿Qué tipo de país se puede construir con gente que piensa que el que no comparte su receta es así de despreciable? ¿Qué diálogo se puede tener con alguien que por dos votos es capaz de acusarte de vendepatria sabiendo que es mentira? Las respuestas no son tranquilizadoras.

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