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El Antel Arena no es el problema

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martín aguirre
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La composición tenía algo de Velázquez.

Sobre un fondo vidriado detrás del cual se podía adivinar el movimiento de los plebeyos, cuatro personajes ocupan el centro de la imagen. A la izquierda, un señor ignoto, sin corbata, que mira con gesto desconfiado. Al centro el presidente Vázquez y su esposa María Auxiliadora, con caras cansadas y escépticas, contemplan de boca abierta la gesticulación de la protagonista. Y en el centro... ella. Las manos extendidas, expresión beatífica, y el rictus despectivo en esos labios finos, que parecen proclamar: “hete aquí... mi obra”.

Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras. Y la imagen que marcó el Antel Arena para todos los uruguayos, sin duda que fue esta de la entonces ministra Carolina Cosse, regalándonos a los mortales, el fruto de su pasión.

Esta semana el Antel Arena fue objeto de agrias discusiones en el sistema político. Particularmente por dos noticias que se conocieron de boca del nuevo ministro de Industria, Omar Paganini. La primera, que en 2021, año que según el plan de negocios debería ser de los más rentables, el Antel Arena dejará ganancias por un millón de dólares. A un costo de 100 millones en su obra, una ecuación comprensible hasta por este abogado de relación boxística con los números, revela que llevaría un siglo recuperar la inversión. La segunda, que tan solo la cocina, costó más de 600 mil dólares.

Y así estalló la bomba.

Desde el oficialismo se reflotó la polémica del gasto excesivo, del desprecio al Tribunal de Cuentas, del secretismo con las cifras, del capricho de nuevo rico en un país con enormes carencias. Por ejemplo, un lector nos hacía llegar a la redacción un mensaje sobre que al mismo tiempo que se abría el Arena, se inauguraba la primera etapa del hospital Pasteur en la calle Larravide. Y se trataba solo de la primera etapa, porque faltaron US$ 50 millones para la obra completa. Medio estadio.

Del otro lado de “la línea”, la respuesta previsible. Que se buscó ampliar el negocio de Antel, que el país precisaba un centro cerrado para espectáculos de nivel. Que es una inversión cultural, que no se debe medir con criterios materialistas. Y que con ella se logró llevar vida a una zona desmejorada, y dar cultura a sectores postergados.

A trece mil quinientos pesos una entrada para ver a los Backstreet Boys, el argumento de acceso democrático, (¡y a la cultura!), se cae un poco. Pero no derivemos.

En el fondo es una polémica trascendente. Porque desde una perspectiva liberal clásica, el Estado no tiene nada que hacer invirtiendo dinero de los contribuyentes, extraído para cubrir necesidades generales básicas, en una obra faraónica que solo aprovecharán unos pocos. Y la noticia brindada por Sergio Puglia de que la cocina del Centro de Convenciones de Punta del Este, de similar proporción, costó exactamente la mitad, haría a Milton Friedman sonreír con cara de “se los dije”.

Pero también hay algo de razón en el otro extremo. Con perdón de don Benegas Lynch, en un país con la escala de Uruguay, y donde el sector privado está tan constreñido, tiene tan poca capacidad de inversión, y suele ser tan conservador, la chance de que el mismo acometa obras de esta magnitud es escasa. Se podrá cuestionar qué viene antes, si el huevo o la gallina, pero salvo tal vez el Palacio Salvo, en este país todos los emblemas urbanos y culturales han sido hechos por el Estado.

Es más, esta polémica recuerda la de la construcción de la Torre de Antel, impulsada por el gobierno del expresidente Sanguinetti. Y que su correligionario Jorge Batlle, más de una vez comentó que de ser por él, la volaba a cañonazos.

A lo que vamos, es que si fuera simplemente por una cuestión del rol del Estado, versus lo privado, la construcción del Antel Arena contaría con mucho más respaldo de gente de todos los partidos, que el que cuenta hoy.

¿Por qué pasa esto? La única tesis que se le ocurre a este autor es la que surge de la imagen del comienzo. El Antel Arena no fue una obra pensada para regalar cultura a los uruguayos, para cambiar el eje de movilidad al interior de la ciudad, para mejorar los números de Antel ni para desatar movimiento económico. Fue un capricho personal de la exministra Cosse, y su construcción es más bien un monumento a su ego, y a su innegable capacidad de ejecución, que otra cosa. Y si no, basta preguntar el exministro Astori cómo le fue cuando quiso frenarlo.

Entonces el problema no es con el Antel Arena, ni con el rol del Estado, ni de cultura versus economía. El problema es que para muchos uruguayos, este estadio es un monumento a la forma en que algunos políticos usan los recursos de todos para potenciar sus carreras. Un problema histórico en Uruguay, que debería tener una solución institucional a prueba de egos. Mientras tanto, a menos que consigamos una foto de Jordan hundiendo la bola en el Antel Arena, la imagen que asociaremos para siempre al mismo será una muy poco estimulante. La del principio de esta nota.

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