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¡Viva la República!

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Javier García

Escribo esta nota saliendo de la sesión de la Cámara de Diputados donde quedó sin efecto la famosa ley "interpretativa" de la Caducidad. Lejos, bien lejos, dejemos de lado cualquier gesto de victoria partidaria o política.

Medir en términos de partidos esto sería de una mezquindad enorme. En juego estuvieron valores y principios. Logramos que primara la Constitución y pusimos en el centro del debate su vigencia plena que es la única garantía de respeto de los derechos humanos. Llegó a decirse por un legislador del oficialismo que era más importante la Justicia que la Constitución, cómo si pudiera haber Justicia sin la plena vigencia de la ley.

Algunos no entendieron nada. El resultado va más allá de la permanencia o no de una ley determinada. Su eliminación hubiera significado el desconocimiento a decisiones de la ciudadanía expresadas libremente en ejercicio de la democracia directa. En juego estaba la República, sin dramatismos, la defensa de un sistema que se funda en la vigencia del Estado de Derecho en forma radical y sin cortapisas.

El presidente de la República entró tarde a la discusión y sentó una tesis increíble que decía que éste no era un tema de él sino de la "fuerza política" y del Parlamento. Si la vigencia de la Constitución no es tema del presidente, la cosa es preocupante. Reaccionó tarde y por lo tanto mal.

Fue la oposición quien sacó las castañas del fuego, porque a Mujica su partido lo dejó solo. Quedan tres años y medio de un presidente muy débil. Fue necesario que se quebrara el FA por primera vez en cuarenta años, pero también es verdad que esto sucedió porque desde la oposición desde hace meses se ejerció una fuerte advertencia y militancia por lo que estaba en juego. El mismo diputado Semproni en octubre había votado esta misma ley en la Cámara y defendido ardorosamente su aprobación. No cambió solo.

El FA en su intento de defender lo indefendible intentó interpretar los plebiscitos en algo tan insólito como afirmar que en octubre del 2009 se sabía que quería el 47% que perdió pero no el 53% que ganó ya que este último no había colocado papeleta en el sobre. Sólo la dictadura en el plebiscito del 80 se atrevió a insultar tanto la inteligencia de la gente. Y luego utilizó la peor herramienta que es agraviar a los demás para licuar y ocultar los errores propios.

Hasta aquí llegaron porque no tuvieron el pálpito democrático de creer, aunque sea por un instante, que los demás pueden tener razón, como la teníamos. Este fue un daño autoinfligido por soberbia y falta de criterios republicanos en muchos de sus miembros. Sobre todo cuando no se asume que la legitimidad radica en quienes son electos y no en organismos que nadie sabe ni quien integra ni a quien representan. Una cosa es el Parlamento y otra un Comité de Base.

Esperemos que se haya aprendido que no hay mayoría que se pueda llevar por delante los pilares de nuestra República sin que se genere una reacción popular, respetuosa pero firme, como la que contribuyó a evitar este avasallamiento. Este fue, a su vez, el mejor homenaje a Artigas que podíamos haberle hecho en esta semana de Bicentenario.

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