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Socialismo

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Hebert Gatto

Recientemente gran parte de los sectores frentistas ratificaron su vocación socialista. No solamente socialistas y comunistas, sino también emepepistas, independientes y radicales se pronunciaron por él, lo que determina que una sólida mayoría de la coalición se defina como socialista. Resulta por tanto provechoso dilucidar el alcance de esta aspiración.

Más allá de que no todos se reconozcan marxistas, estos grupos consideran que en tanto el capitalismo conlleva explotación -apropiación parcial por el capitalista del producto del trabajo ajeno-, esta característica limita material y espiritualmente al trabajador impidiéndole su plena realización como ser humano. La explotación, como apropiación de la plusvalía o excedente, si bien se presenta en el proceso productivo, no constituye únicamente una categoría económica, sino un concepto de rango antropológico negativo que inhibe las potencialidades de los seres humanos. O, para expresarlo por la positiva, nadie es capaz de ser plenamente sí mismo mientras deba vender su trabajo por un salario. Un modelo que dada esta característica, no admite reformas.

De allí que el socialismo implique una formación económico-social basada en la propiedad comunal (estatal, regional o local) de los medios de producción que al suprimir la explotación se constituye en la única organización social congruente con la realización humana. No porque produzca o distribuya mejor, sino por ser radicalmente diferente. Con él -se sostiene-, la civilización occidental completa su desarrollo en un estadio donde el hombre, superada la necesidad, deja atrás la prehistoria e ingresa en el reino de la libertad.

¿Este modelo, así formulado, admite combinarse con la democracia liberal, un régimen caracterizado por libertades civiles, políticas y sociales, instituciones liberales, soberanía popular, rotación de partidos y gobiernos? Con excepción de los comunistas, gran parte de los actuales socialistas aspiran a armonizarlos, pero ello, como veremos, no resulta posible. Salvo para aquellos, que son los menos, que identifican socialismo y social democracia.

La democracia consiste en un sistema de gobierno diseñado para permitir la convivencia en libertad a grupos ciudadanos con diferentes visiones sobre el bien humano y social. Un procedimiento que, como dice Rawls, admite el hecho irreversible del pluralismo contemporáneo, declarándose neutral entre sus variadas ideologías, brindando a todas iguales oportunidades. A la inversa, el socialismo se caracteriza por sustentar una teoría del bien que descansa en una condición: la socialización de los medios de producción. No admite variantes o alternativas que no incorporen este presupuesto, al que justifica por una teoría fuerte sobre la incidencia del trabajo en la naturaleza humana y por derivación sobre las clases sociales y sus relaciones.

De aquí que el modelo socialista, una vez colectivizada la economía, no se legitime por el apoyo de los ciudadanos sino por su propio régimen de verdad. Resultaría incongruente que una concepción asaz potente del bien y la felicidad humana, de muy compleja concreción en los hechos, quedara sujeta a contingencias tan aleatorias como las cambiantes mayorías electorales. Lo cual, como la historia corrobora, lo hace incompatible con la democracia que conocemos.

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