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La otra pobreza

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Luis Alberto Lacalle
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A principios de marzo El País publicó una interesante nota sobre los nuevos votantes, aquellos que se amontonan en los días de final de plazo en las oficinas electorales, para obtener su credencial y participar en las tres convocatorias cívicas de este año.

De la nota se destacan algunas expresiones de los jóvenes que esperaban en la cola y que provocan esta reflexión. Las más dolorosas, las que deben encender alarmas fueron, refiriéndose a la actividad política y al voto, "No me interesa" y "No sé nada".

Permanentemente aludimos tanto en estudios profundos como en conversaciones circunstanciales al fenómeno de la pobreza material que padecen muchos de nuestros compatriotas, llegando a diferenciar entre pobreza e indigencia y comentando en esos tristes niveles, porcentajes que nos hieren y nos alarman con razón. Que entre nosotros, en frente a nuestras casas en la tarea del "requeche", en el contenedor más próximo o a cuadras de distancia en los barrios de latas que parecen inconmovibles, circulen o habiten compatriotas nuestros, hijos del mismo país, hermanos hijos del mismo Dios, provoca justamente nuestra preocupación.

Pensar que esta circunstancia debería ser ajena a un país potencialmente rico como es el Uruguay, idear soluciones para ello, más allá de la mera dádiva, es tarea de todos, de candidatos y votantes. A ello están abocados los que aspiran a gobernar y bueno es que ocurra y mejor aún que ofrezcan soluciones posibles.

Hay otra pobreza sin embargo: la que reflejan las respuestas de los jóvenes que citamos. Esta carencia, esta otra miseria es más sutil pero no menos evidente y corta horizontalmente nuestra sociedad anidando en seres satisfechos materialmente, poseedores de todas las oportunidades, al igual que en aquellos que —además— sufren la pobreza material.

Que en nuestro, país se diga que no se sabe acerca de política, elecciones, candidatos y partidos (¡y cuán difundida como bien disfrazada está esa ignorancia!) es un fracaso de nuestra sociedad. En el país que cuenta en su patrimonio cívico los dos partidos más antiguos del mundo, un sistema electoral inexpugnable y años de ejercicio de los derechos cívicos, nos golpea a todos. ¡No saben!

¿Dónde está, si aún existe, la noble materia de "Educación Moral y Cívica"? ¿Cuántas veces se habla a los alumnos de la patria, de sus glorias, de sus formas de gobernarse, de los deberes y derechos ciudadanos? Sin perjuicio de agregar otra interrogante, ¿cuántas veces hablamos en nuestras casas de política y no solo para repetir los escándalos cotidianos? ¿Alguien se considera por encima de estos temas?, o ¿demasiado abajo como para que importen cuando comer es un problema? Sin lugar a dudas conocemos las respuestas y las mismas son penosas. La decadencia de lo nacional, de lo común, de lo que nos une a todos, ha sido lenta pero persistente.

Un buen día al gobierno se le ocurrió que se podía sustituir el escudo nacional como símbolo y así apareció un sol naciente (¿o poniente?) para sustituirlo. Lo mismo ocurrió con el escudo de Montevideo. ¿Casos de poca monta? ¡No, los símbolos son los de siempre, la representación gráfica de valores patrios que ninguna autoridad temporal le corresponde cambiar!

Porque en materia valores ante todo está la patria, el común denominador de todos nosotros. Si no se cultiva ese amor, si no se le fortifica en recordaciones de efemérides en los salones de la enseñanza, si no se les repite en el hogar, si no se marcan los días feriados con algo más que la holganza, sembraremos mala semilla de indiferencia que nos traerá esta pobreza moral y cultural a que aludimos. Patria con sus imperfecciones del momento pero que representa solidaridad, justicia, legalidad. Que se debe de amar con sentido de perfección, haciéndola cada día mejor.

Pobreza que no se mide por lo material sino que amenaza sin fijarse en rentas ni sueldos ni comodidad económica. La indiferencia respecto de las cosas del país afecta muchas veces a quienes creen que por gozar de independencia material le son ajenas las preocupaciones nacionales, la suerte de los demás, el futuro colectivo. "No me interesa" puede ser la definición de quienes pretenden escapar a las responsabilidades inherentes a vivir en esta nuestra sociedad. La deserción de las elites, el eludir los deberes que acompañan a todo derecho, merece más condena cuando los que así se niegan a colaborar son los que mejor viven. A ellos la más severa condena, por su egoísmo e indiferencia.

En el otro extremo social, en el que todo falta, aún lo necesario para la vida cotidiana, la desesperanza es mala consejera. La igualdad democrática del sufragio nos coloca a todos en el mismo nivel de poder, en la misma potencia decisora. Poder cambiar los gobiernos es alentar la esperanza de mejora, de que se encuentren soluciones, de cambiar a los gobiernos cuando no responden a las necesidades.

No hay enseñanza cívica, vivimos una pobreza política que debilita a la sociedad, desdibuja el carácter nacional, nos hace menos uruguayos.

Nunca más "no sé" o "no me interesa". Empezando por cada uno de nosotros.

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