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Patria y Partido

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luis alberto lacalle herrera
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Agosto es mes de recordación patria.

El 25 se celebra como el Día de la Independencia Nacional. Sabemos de las objeciones históricas que se formulan al episodio y también que otra efemérides, la de la Convención Preliminar de Paz de 1828, se aproxima más al significado profundo que se quiere conmemorar.

De todas formas, la tradición cuasi centenaria, ha engarzado el episodio de la Florida en la recordación popular. La voluntad de independencia se proclamaba en las Instrucciones del año XIII. Así lo fueron bosquejando los patriotas que paso a paso, se libraron de las ataduras y amenazas de los vecinos con coraje y habilidad. Allí se destaca la acción inteligente de Pedro Trápani, hablando al oído de Lord Ponsomby, logrando la coincidencia de intereses con la Gran Bretaña que nos ayudó en la magna empresa. Día de la Independencia el próximo 25 y por ello allí estaremos, unidos por encima de otros matices para reafirmar la soberanía, para proclamar nuestra autonomía y para comprometernos no atarnos jamás a otro interés que el nacional.

Agosto es también mes del Partido Nacional. Recordamos el décimo día de este mes la aprobación del decreto de Oribe ordenando que sus seguidores se adornaran con una cinta blanca en la que se definían como "Defensores de las Leyes". Singular definición en aquellos tiempos de turbulencia, de violencia, de confusión.

No pretendía seguramente el Brigadier General fundar un partido en el sentido que hoy damos a ese término. Como tampoco lo quisieron quienes rodearon a Rivera, engalanándose con una divisa punzó. Sí fueron los episodios de aquellos momentos, agrupaciones alrededor de caudillos y de posiciones claras y definidas respecto de lo que acontecía en nuestra patria, en el entorno regional y aún en el mundo occidental.

El hecho es que desde entonces han vivido en nuestra sociedad dos entidades políticas -el Partido Nacional y el Partido Colorado- sin cuya presencia durante más de ciento ochenta años, no se puede comprender a nuestra sociedad, a nuestro país.

Si se busca una explicación a la peculiar forma en que los uruguayos nos hemos organizado como una comunidad distinta a las demás del continente, debemos ir a dos presencias institucionales, la educación pública y privada de alto nivel y la apertura a la participación política que representaron y representan los partidos políticos. Todos ellos de corte vertical en lo que alude a su composición, convertidos en factor de ascenso social, constituyendo instrumentos inmejorables para ir formando lo que Faig con acierto llama un "nacionalismo incluyente", propio de las naciones que se edificaron sobre la base de inmigrantes, quienes en virtud de esas dos vías de inclusión social, se hicieron prontamente uruguayos.

Pasados los años terribles de la segunda mitad del siglo XIX, a partir del Pacto de la Cruz, blancos y colorados, enfrentándose y pactando, matándose y abrazándose, edificaron un sistema electoral singular, adecuado al cuerpo social que querían abrigar, cuyo momento culminante son las leyes electorales de 1925, el más grande monumento cívico de nuestra historia y el mayor legado de los partidos fundacionales a todo el Uruguay. Una democracia que tuvo sus traspiés en 1898, 1933, 1942 y 1973.

Este último episodio de una gravedad especial y con características propias. Los anteriores cortes de la legalidad fueron operaciones, cirugías de carácter político, de las que solo participaron fuerzas políticas civiles que de un lado u otro quedaron. Lo del ’73 es más complejo. Comienza con el ataque artero de la subversión que desde 1963 ataca a las instituciones y a los gobiernos legales. Califica a las libertades públicas de "burguesas", pidiendo la vía de la sangre, el atentado y el crimen como mecanismos políticos. A pesar de ello, en 1966 se realizan elecciones, en 1967 se aprueba una nueva constitución, en 1971 se vuelve a votar. Faltaba la otra mitad del drama y algunos oficiales de las FFAA interpretan que es mejor un poder militar que un poder civil, inaugurando doce años de dictadura. Hasta 1984 son una veintena de años en los que el sistema nacional, la vía de legitimación del poder que preferimos como país, se vio cuestionada por la fuerza. Tendrían que llegar las jornadas de 1980 en un plebiscito constitucional definitorio, las elecciones internas de 1982 con la legitimación renovada de la dirigencia de los partidos, la elección renga de 1984 y la plena participación en 1989 para demostrar que el sistema partidario es el adecuado, es el deseado por nuestros compatriotas.

¿Es este sistema perfecto?, ¿Le caben críticas fundadas? Por supuesto a que no y sí son las respuestas. Ahora bien ¿quién da vida a ese sistema? ¿Quién le otorga los poderes de la soberanía? Todos nosotros somos el sistema. Si algún peligro corre el mismo es el que deriva de la indiferencia, de la falta de cumplimiento de los deberes políticos. Mucho nos acordamos en el Uruguay de los derechos, poco de los deberes. ¿No hemos oído por ventura "son todos iguales", "a mí la política no me interesa"? La poca comparecencia en las internas es una muestra.

Los demasiado satisfechos se consideran por encima de "lo político", aunque sean los primeros en solicitar del poder alguna cobertura de sus intereses. Los que están en el fondo de la pobreza, muchas veces esperan y siguen a los demagogos, prontos a prometer villas y castillos. En el sistema de enseñanza no se hace el necesario hincapié en Educación Moral y Cívica, en el hogar no se habla de la vida política, de los problemas de todos.

Este año podemos subsanar en parte estas carencias. No dejando abandonados a los políticos, acercándonos para asesorar y para criticar, participando, votando luego de sopesar las propuestas. ¿Es un remedio definitivo? No, pero empecemos por ello. Y luego de la elección, conocidas las posiciones de poder de cada corriente, ejercer el mando, supremo a todo otro, con la ley como respaldo y la mejora de la patria como objetivo.

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