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Los firmantes padecimos de un excesivo optimismo

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LUIS ALBERTO LACALLE
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América Latina ha intentado varías veces a lo largo de su historia, unir esfuerzos supranacionales para constituir unidades económico-comerciales de mayor porte. Se ha invocado para ello tanto la pertenencia a un mismo continente como al recuerdo de los sueños decimonónicos de los Libertadores.

El propio concepto de pertenencia a una determinada unidad de destino, de ser una Latinoamérica, se desvanece cada día más por no encontrar una base más fuerte de sustentación que la geográfica o la del pasado ibérico del común origen, quinientos años atrás.

Desde los bolivarianos esfuerzos del Congreso Anfictiónico de 1826 hasta hoy han sido varios los esfuerzos, muchos de ellos concretados en lo jurídico, pero no todos en la realidad, aportando beneficios económicos para las respectivas poblaciones.

Hoy están vigentes algunas tales como el Mercado Común de Centro América, la Aladi, el Mercosur y la Alianza del Pacífico. Cuando, hace treinta años, firmamos el Tratado de Asunción el empeño que se iniciaba tenía una base de sustentación geopolítica de suma importancia. La Cuenca platense incluye al Brasil, la Argentina, el Paraguay, Bolivia y nuestro país. Nos adelantamos a la objeción de que ni Brasil ni Bolivia son en su integralidad platenses señalando que para uno y para otro la pertenencia, aunque sea parcial a esa región, redunda en beneficios nacionales que la justifican plenamente. Para Bolivia, que a nuestro juicio debe de pertenecer a la organización, la salida al mar desde la mínima costa que le pertenece en el alto Paraguay es justificativo suficiente y mínima sustitución del impedimento de su salida al Pacífico. Los ríos que articulan la cuenca platense habilitan que las inmensas regiones del sur y del oeste brasileño, Río Grande del Sur, Paraná, Santa Catarina, Mato Grosso del Sur y aún San Pablo sean parte del proyecto en forma natural.

Los obstáculos a salvar eran más de índole política, de rivalidades y conflictos tanto históricos como presentes , derivados de roces fronterizos, competencias por el liderazgo zonal o dominio de los ríos desde su desembocadura. Por encima de ello se reconoció el potencial de la unión en materia económica y comercial que desde el principio fue la meta. Los firmantes del documento inicial padecimos quizás de excesivo optimismo al fijar las metas tales como la constitución a corto plazo de un mercado común. El compromiso era ese y se actuó por parte de los países para lograrlo, agregando sucesivos documentos internacionales instrumentales de dicho designio.

Los principales obstáculos para su logro fueron las crisis monetarias internas y las económicas internacionales, sufridas en tres décadas. A ellas se agregan rupturas del funcionamiento de la nueva organización tal como el episodio de la instalación de papeleras en nuestro litoral que llevó a una grave tensión entre nuestro país y la Argentina, que no fue considerada materia del Mercosur, sino tema bilateral.

Otro paso en falso fue la institucionalización de un llamado “Parlamento” en un intento de réplica de los pasos dados por Europa cuya integración responde a muy distintas realidades. Un Parlamento que no puede aprobar normas de cumplimiento obligatorio y que carece de poderes de contralor.

Mucho más grave fue el desvío de orientación que provocó la influencia del presidente Hugo Chávez y su abultada bolsa petrolera, impulso del llamado “Socialismo del siglo XXI. Gobiernos de parecida orientación ideológica procedieron entonces a poner el centro de la acción del Mercosur en dicho circunstancial común denominador, olvidando (o queriendo olvidar) que los, gobiernos pasan, pero los países tienen intereses permanentes. Ni Venezuela integra las región ni con ese país se negoció comercialmente las condiciones de acceso.

Desde el lejano 1991 no solo han pasado treinta años, el mundo ha cambiado profundamente en lo comercial, en lo político y en lo social. El actual Mercosur debe de hacer una pausa para reflexionar y luego buscar con sinceridad y realismo qué tienen sus miembros como certezas de coordinación económica y comercial realistas. Esto y la flexibilización de los vínculos que los unen puede ser el futuro posible que todos deseamos.

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