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Capacidad de asombro

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Para una sociedad, es peligroso perder la capacidad de asombro, de admirarse de los sucesos que en ella ocurren, las actitudes de sus gobernantes o sindicatos.

Para una sociedad, es peligroso perder la capacidad de asombro, de admirarse de los sucesos que en ella ocurren, las actitudes de sus gobernantes o sindicatos.

Es que asombrarse, sorprenderse, es la primera reacción ante lo equivocado, lo grosero, lo inusual o lo absurdo de las acciones humanas. Esa primera reacción detona las que naturalmente aparecen en la mente de cada uno y provocan sentimientos de ira, vergüenza colectiva, desesperación, repudio y demás. Si se pierde esa capacidad de asombrarse, si hasta la más anómala acción, el más resonante desplante, el disparate lógico más evidente no provocan asombro, no apuran el pulso, no enrojecen el rostro, mal encaminada va esa sociedad. El acostumbramiento a esas circunstancias adormece la conciencia, amortigua el sano espíritu de crítica, hace perder tono a la musculatura cívica, se desespera de encontrar el camino.

Estamos en tren de ello, es más, desafiamos a quien sea a decir que la muerte cotidiana de alguien en manos de los delincuentes, le asombra. Que alguien opine en contra cuando por enésima vez se paralizan las clases o hay paro de taxis u ómnibus. Cuesta reconocerlo pero una suerte de anestesia nos va ganando de forma paulatina pero, al parecer, inexorable. Se banaliza hasta lo más grave, se hace cotidiana la mala nueva, la noticia desestimulante.

Ya nadie toma en serio al equipo económico, a Astori o Bergara. Hace once años que lo soportamos, junto con Ferreri, García y demás economistas responsables de más de una década de gobierno. Nadie les cree porque mienten, nadie les cree porque vuelven a mentir, antes y después de las elecciones. Para empezar, a nadie asombran con su notoria habilidad para inventar neologismos destinados a disfrazar los hechos. Al famoso “espacio fiscal” lo ha sucedido la “consolidación tributaria”. Dicho en criollo ¡dale con el gasto! Es que la maraña de mentiras que comenzaron en la campaña electoral, no ha cesado de crecer y con ella la pasividad, la sensación de futilidad del esfuerzo que paraliza la voluntad de avanzar y progresar sustituyéndola por la de achicarse y esperar que aclare. Estamos como en el 2005, la máquina del tiempo frentista nos coloca en los mismos guarismos de hace una década. A la prosperidad se la llevó la corriente, solo quedó el agujero.

No hay carreteras ni puentes nuevos. Un día sí y otro también se explica en conferencias y seminarios que la logística importa, que los costos de distancia con pavimentos deshechos, inciden y mucho. ¿Cuánto hace que no se invierte en serio en la obra pública? Mucho PPP y otras letras pero nada de concreto. Antes el país invertía cada año en sus vías de comunicación. Así se construyó toda la red vial del país. El Tesoro de Obras Públicas, creado por el gran Giannattasio, financiaba la inversión. La deuda pública se contraía para obras como la ruta 5, la 26, que agilitaron la vida del país... hace más de cincuenta años.

Hoy no habrá clase y mañana tampoco. Todas las mañanas nos espera un titular de esa especie. Los profesores “le torcieron el brazo a Celsa Puente”, representante del Presidente a estar a su propia definición. Los docentes vencen en una pírrica victoria que les permitirá seguir faltando sin límite, cambiar de liceo cada año y demás prerrogativas que llevan a que se dicten menos clases o que otro grupo de muchachos sean más pobremente educados.

Ya no asombra pero debería hacerlo el saber que se agranda la distancia de calidad educativa entre la enseñanza privada y la pública, en detrimento de los que más armas necesitan para enfrentar la vida de trabajo.

La dosis diaria de asesinatos y rapiñas se ha incorporado al paisaje cotidiano sin más respuesta que no salir de noche, encerrarse en las casas, y pensar que -estadísticamente- puede ser que no nos toque aunque las probabilidades aumenten día a día.

Un contenedor, en erupción de basura, nos toca en suerte en nuestra cuadra. Los primeros días nos ofende la vista, luego el olfato y llamamos a la Intendencia. Al mes, no nos asombramos por el simple expediente de no mirar o de mirar con ojos amansados.

No exageramos, el lector lo sabe. Pero no nos resignamos a que a fuerza de repetirse, los panoramas se vuelvan parte de la normalidad, que ingresemos en una suerte de resignación asiática ante la aparente inevitabilidad de lo que nos rodea. ¡No existen ni el “espacio fiscal” ni la “consolidación” tributaria! La verdad es que se gasta más de lo que se tiene y se gasta mal. No se invierte en obras públicas porque el dinero de los contribuyentes va para tomar empleados. No se dictan clases ni hay sentido del deber educativo porque no se ejerce la autoridad por miedo a los sindicatos. Ídem con la basura y la seguridad. ¡No se ejerce el poder que se tiene! ... porque no se sabe o porque no se quiere; ninguno de estos temas debería existir cuando se cuenta con dinero y poder político

No hay que quedarse, no hay que amansarse ni resignarse. Viene creciendo la marea de la sana reacción. Cada uno debe de dinamizarla a su manera. Familias y barrios ya protestan y se hacen oír. Hay que encarar a los responsables. No tienen excusa válida para oponer ante lo rotundo de la realidad, con el agravante de haberlo prometido en la campaña electoral.

Muchos creyeron, la culpa no es de la buena fe de los votantes, es de los que a sabiendas, mintieron ayer, son impotentes hoy. El mundo no tiene que ser como es, la voluntad de los gobiernos bien orientados, mejora la vida de los ciudadanos. Nuestro país no tiene que ser pobre, sucio, peligroso o ignorante. Lo que nos debe asombrar es cómo hicieron para estropear la tan magnífica oportunidad que tuvieron.

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Luis Alberto Lacalle

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