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Los amortiguadores sociales

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Luis Alberto Lacalle
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El tema a que alude este título es más fácil explicarlo mediante ejemplos de conductas que se han hecho normales y que delatan la falta de amortiguadores en acciones, reacciones, opiniones y debates.

Imaginemos un simple incidente en el tránsito, un roce de dos vehículos, episodio que a nadie le gusta vivir, pero común. El incidente puede dar lugar a insultos, dudas sobre la capacidad de conducir del otro, discusión acalorada y —en un extremo— liarse a puñetazos. Hoy en día, en similares circunstancias, se puede terminar muerto de un disparo. ¿Qué ha fallado?, pues la decadencia de los amortiguadores propios de la cultura, la educación, la lógica evaluación de lo que realmente ocurre, el respeto. Otro caso: un asalto a un comercio en el cual el asaltante (debemos pensar) que lo que quiere es el botín de su delito. Pues, obtenido el mismo y en el camino de salida, el delincuente se da vuelta y ultima de un disparo al empleado del comercio. ¿Vesania, maldad sin límites? Podríamos seguir con ejemplos extraídos de la vida cotidiana en nuestro país, donde normas elementales de convivencia parecen suspenderse para dar lugar a actitudes bestiales.

Los tales amortiguadores parecen estar ausentes en más de una circunstancia que conviene recordar para advertir cuán cerca estamos, paulatinamente, de perder las conductas que durante tanto tiempo fueron la honra de nuestra patria.

En el deporte es de sobra conocido que asistir a un partido de fútbol, programa sano, diversión compartida, a la que se asistía con novia, esposa, hijos o nietos, se ha vuelto peligroso para la propia integridad física. La sana hinchada entusiasmada o triste según el resultado, ha sido secuestrada por los "barras" que en una patética imitación de lo que ocurre enfrente, llevan a las canchas drogas, piedras o armas. ¡De qué deporte podemos hablar!

Las redes sociales, ese gran avance comunicacional, esa maravilla de método de difusión de ideas, imágenes o conceptos, se convierte más a menudo de lo deseable en una cueva de cobardes injuriadores y calumniadores. Apenas se recibe cualquier disparate acerca de alguien conocido del deporte, la política o la cultura, se reenvía a otros centenares de conectados infiriendo un daño difícil de sanar. ¿No hay un minuto de reflexión acerca de la veracidad de lo que se afirma, una preocupación por averiguar, por racionalizar el disparate que se comparte? No funcionan los amortiguadores que provienen de la educación, de la prudencia o el ejemplo.

Cuando un niño no aprovecha de las clases, no presta atención o se comporta incorrectamente respecto de sus compañeros, es natural que la maestra cite a sus padres o responsables para discutir el tema, aun discrepando en las causas o consecuencias. Lo que sale de todo límite es agredir a puñetazos a la docente, tema recurrente entre nosotros. Los padres no tienen por qué coincidir con la maestra en todo, pero deben de saber que a ambas partes interesa que el niño progrese. Sin embargo ocurren incidentes como el mencionado. ¡Atacar a una persona que dedica su vida a mejorar al menor! ¿Cuándo se había vivido esto en un país que se enorgullecía de su sistema educativo?

Así en la vida política de la cual ha prácticamente desaparecido el debate, el intercambio, para sustituirlos con el "nosotros" y "ellos" antinacional, enemigo de la vida en comunidad, ajeno a lo que es ser uruguayo.

Remedio hay. Comienza por el hogar, en el cual es preciso marcar conductas, formar en ese mínimo "por favor" y "gracias" que son los primeros escalones, el abordar otros temas que no sean el dinero o la vida ajena. Sigue en las aulas. En estos días desde rincones oscuros de destrucción se aboga contra el Liceo Militar. Pregunten a profesores por qué es distinto dar clase allí, responderán que los alumnos se ponen de pie cuando ingresa el docente, porque se mantiene una disciplina que es parte integrante de la propia educación o debería serlo en todos los ámbitos. Pregunten a los egresados de los cuales solo un diez o veinte por ciento siguen la carrera militar y les dirán que mucho les sirvió haber sido así formados para el resto de sus días. Los aspectos de la enseñanza que preparan para la vida no pueden eludir el fortalecer valores como el patriotismo, el respeto por los demás, la solidaridad. La conclusión lógica será adoptar parte de esas prácticas en el resto de la educación pública. Pues no, menos amortiguadores de disciplina, respeto y orden.

También a los que actuamos en la vida cívica nos caben responsabilidades. Se avecina una campaña electoral reñida, en la cual habrá que competir con mejores ideas y respuestas concretas a los problemas. Nadie adelantará insultando, calumniando, sin perjuicio de las más duras críticas respectivas. Por encima de las opciones está el país que después de noviembre de 2019 tendrá un nuevo y legítimo gobierno y una nueva y legítima oposición. En nada debemos debilitar este resultado, siempre que mantengamos vigentes y fuertes los amortiguadores sociales que en política son el respeto por la idea ajena y el acatamiento de lo que las urnas consagren.

Nada hay más fácil que advertir los defectos ajenos en cuidadoso olvido de los propios. Nada hay peor que el mal ejemplo. Pues llega la hora de practicarlo, de volver a esos "amortiguadores" a que aludimos en el título. Periodistas, maestros, dirigentes sindicales y partidarios, gobernantes y oposición, todos están llamados a colaborar en el retorno a un Uruguay de convivencia, respeto y civilizada discrepancia. Usted y el suscrito somos los primeros convocados a actuar en consecuencia. La verdadera reforma comienza por la de las propias actitudes.

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