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Luis Alberto Lacalle

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Eran los tiempos en los que "el nieto de Herrera" lideraba un Consejo Nacional Herrerista que procuraba recrear el espacio tradicional del herrerismo; donde se conjugaba la participación de ciudadanos que otrora habían acompañado el sector con la de quienes nos íbamos incorporando a la política. Desde aquellos años, y hasta ahora, siempre nos impresionó su personalidad; y de ella, hay dos características notorias y remarcadas que queremos destacar: una forma de ser profundamente blanca, y una voluntad de hacer que no conoce ni de pausas ni de descansos.

Lógicamente, esas virtudes, con el paso del tiempo, encuentran cauce y expresión diferente. En 1989 permitieron construir la victoria del Partido Nacional, y posteriormente, cumplir una gestión de gobierno que la historia celebrará, por lo menos, como la mejor del siglo XX.

Hoy, cuando tanto se oye hablar de "gobiernos revolucionarios", uno no puede menos de sonreír al pensar que si en Uruguay ha habido en las épocas modernas un mandatario al que se pueda calificar de "revolucionario" éste es, sin duda alguna, Luis Alberto Lacalle.

La perfecta comprensión de las variables geopolíticas y un cabal conocimiento de la realidad nacional en sus más variadas manifestaciones le permitió asumir las cuestiones sustanciales con la visión, no de un administrador, sino con la de un verdadero estadista. Con él se marcó un hito histórico: hay un antes y un después del gobierno del Partido Nacional.

Culminado el mandato —calificado por tirios y troyanos como exitoso— no dudó en seguir en la brega. Persistió en el empeño de convencer y demostrar a la dirigencia política y a la sociedad toda que hay temas a los que el Uruguay no podía permitirse el lujo de dar la espalda; que había procedimientos que cambiar y actualizar, y que, en todo ello, se jugaba el destino de las próximas generaciones.

Ante la adversidad, desatada por las oscuras fuerzas de la envidia y de la traición, su respuesta fue siempre la misma: callar y redoblar el trabajo.

Creciéndose en la contradicción exhibe su profundo sentido de lo blanco. Siendo consciente de que el instrumento necesario es el Partido Nacional pero que, únicamente, ese instrumento se hace idóneo y exitoso si está unido, batalló sin desmayos por la causa de la unidad partidaria. Así lo hizo al frente del Honorable Directorio. Obedece la consigna recibida de sus mayores, buscando hacer realidad la leyenda consagrada en el escudo partidario: "la unión nos hará fuerza". Palabras, pero, por sobre todo, obras que resellan las palabras.

Cercanamente hay tres instantes, tres momentos que ilustran con prístina claridad esa profunda convicción de que únicamente desde la unidad es posible construir el triunfo.

Ante el monumento al General Saravia, pasando revista a las largas jornadas de militancia al servicio del Partido. El recuerdo emocionado de Wilson y el compromiso expreso y público con la concordia partidaria.

Pero, cuando más grande se hace es en el momento en que tiene el gesto enorme de quien, siendo perdidoso por la voluntad ciudadana, se presenta ante el vencedor y ofrece su concurso para ser uno más en la columna partidaria, convencido de que por encima del sector está el Partido, y de que es más importante la bandera que el abanderado.

Hoy, cuando la suerte es adversa, cuando se abren delante nuevas etapas y desafíos es bueno detenerse y manifestar estas cosas acerca de alguien que le ha dado mucho al país; pero, por sobre todo, de alguien que aún tiene mucho por dar.

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