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¿El tango es macho?

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La senadora Constanza Moreira no pierde ocasión de ilustrarnos sobre la bastedad (sí, con “b”) de su pensamiento. A raíz del sobado incidente en la plaza del Entrevero dictaminó con imprecisa semántica que el tango “no ha ofrecido una imagen de la mujer precisamente autónoma, de avanzada; el tango tiene un claro componente machista y paternalista en sus letras”. Y como conclusión exigió: “Queremos otro tango y otros bailarines”. También publicó un artículo, repertorio de citas previsibles.

La senadora Constanza Moreira no pierde ocasión de ilustrarnos sobre la bastedad (sí, con “b”) de su pensamiento. A raíz del sobado incidente en la plaza del Entrevero dictaminó con imprecisa semántica que el tango “no ha ofrecido una imagen de la mujer precisamente autónoma, de avanzada; el tango tiene un claro componente machista y paternalista en sus letras”. Y como conclusión exigió: “Queremos otro tango y otros bailarines”. También publicó un artículo, repertorio de citas previsibles.

El tango nació a fines del siglo XIX, primero como danza (“una forma de bailar cualquier cosa”), luego como un género musical, con una variedad de subgéneros como el vals y la milonga y por último como expresión poética. Su período fértil de producción se agota a mediados de los 50. Astor Piazzolla, clave en su proceso hacia la fusión contemporánea, no concibió su obra para la danza y apenas tuvo comercio con las letras. Por eso la frase de la senadora diciendo “Queremos otro tango y también otros bailarines”, no solo es “una pretensión algo megalómana”, como dijo A. Mazzucchelli, sino, también, anacrónica .

El tango es hijo de los puertos del Plata en las primeras décadas del siglo XX; un lugar, una época y una sociedad en explosión, escasa de mujeres (había un 25% más de hombres) que fundamentó el formidable negocio de la prostitución, tan bien estudiado por Yvette Trochón en Las mercenarias del amor y Las rutas de Eros.

Sus inventores, y primeros oficiantes fueron una suma de ásperos inmigrantes, paisanos desplazados a las ciudades, niños bien deseosos de aventura, mezclados con un camandulaje de gente armada, prostitutas, delincuentes y matones.

En 1917, Pascual Contursi, con Mi noche triste, le agrega su tercera expresión al inventar el tango canción, aunque, lógicamente, no sus temas. “Lo que inaugura […] para el tango -dice Idea Vilariño- es el tema del amor desdichado, y lo dice con ternura, delicadeza y emoción”. Por amor, explica Vilariño, “se supone todo aquello que le es inherente y tributario: la traición, el hastío, el olvido, los consiguientes rencores, súplicas, arrepentimientos, odios, venganzas, crímenes diversos, algunas veces la felicidad”.

La primera generación de letristas de tango observa y relata el mismo mundo que frecuentaron los pintores impresionistas y postimpresionistas. Nada hay más “tanguero” que las mujeres retratadas en La copa de ajenjo de Edgar Degas, El bar del Folies Bergère, de Édouard Manet o La inspección médica, el Salón Rue des moulins y la serie de retratos de Suzanne Valadon, de Toulouse Lautrec.

La mujer que protagoniza los tangos compuestos entre 1917 y fines de la década del Treinta -el 40 planteará un cambio significativo- es un tipo específico de personaje. Para usar la simple y bella denominación de Idea Vilariño: “la linda que se pierde”, a veces por su propia ambición, por los engaños y la seducción de un proxeneta, las más. Ambos arquetipos subsisten en el arte y en la realidad y a nadie se le ocurre identificarlos ontológicamente con la mujer.

Una vez convertida en “femme fatale”, arrastra al enamorado a la perdición: “una mina que arrodilla mis arrestos de varón” (Como abrazado a un rencor). Los desenlaces pueden ser, desde la tristeza y la melancolía -el spleen- de Mi noche triste, pasando por el apóstrofe cargado de reproches: “Desde lejos se te juna / pelandruna abacanada… “ (Margot) hasta la venganza criminal. Es cierto que estas abundan en las letras de tango, pero no es menos cierto que sus autores son, en su mayoría hombres al margen de la ley, cuchilleros, cafiolos y ladrones. Aun el protagonista del insufrible Noche de Reyes, que sorprende y mata a su mujer en brazos del amigo más fiel, era un delincuente provisoriamente reformado: “Por ella me hice bueno, honrado y buen marido”.

Pero, al mismo tiempo muchos de los más hermosos tangos se apiadan de esa “linda que se pierde”. Samuel Linnig lo hace en Milonguita (“¡Milonguita! Los hombres te han hecho mal…”) tanto como Contursi en El motivo (“Hoy no tiene quien se arrime / por cariño a su catrera. / ¡Pobre paica arrabalera / se ha quedao sin corazón!”), ambos escritos en el temprano 1920 y que serían la matriz de numerosas letras.

Incluso le dan voz y justificación a su rebeldía: “Yo, si a un hombre lo desprecio, / tengo que fingirle amores, / y admiración, cuando es necio / y si es cobarde, temores...” (Loca). En De mi barrio, la protagonista justifica su condición de “femme fatale” como venganza vicaria de quien la arrastró a la mala vida: “Y si encuentro algún otario que pretenda / por el oro mis amores conseguir / yo lo dejo sin un cobre pa’ que aprenda / y me pague lo que aquel me hizo sufrir”.

La contracara de la “femme fatale” no son las esposas, quienes como los padres, casi no existen para los letristas, sino la noviecita buena y sobre todo la madre, abandonadas en el barrio por el hombre que se pierde, encandilado por las luces malas del centro. Vilariño se asombra por la frecuencia de las letras dedicadas a la madre y la consecuente “entrega infantil a su amparo en boca de hombres mayores que vuelven a menudo de un mundo adulto, depravado, criminal.”

El tango, como cualquier expresión artística, puede gustar o no; todos tenemos derecho a ejercer nuestra sensibilidad de manera particular. Pero lo que no es admisible es despacharlo con una trivialidad trillada. En el breve lapso de cuarenta años se han registrado más de cuarenta mil piezas del género. Su éxito popular y comercial tuvo como resultado que en materia de letras se nos ha infligido todo, como dice Idea Vilariño y agrega “ese todo comprende una buena parte de productos torpes, inauténticos o groseros.” El tiempo ha juzgado este corpus poético y como resultado “el tango está justificado, explicado, por sus mejores obras, por aquellas excepcionales […] que tocan el pobre dolor, la vulgar miseria del hombre, porque hablan de las cosas de la vida, patéticas, sucias, desamparadas, ridículas.

He citado en abundancia un solo libro, que es suficiente: Las letras de tango, de Idea Vilariño (Schapire, Bs. Aires, 1965). La autora difícilmente pueda ser acusada de machista, incompetente, insensible o reaccionaria.

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Luciano Álvarez

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