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Un observador comprometido

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En estos días, quien más quien menos está exaltado y no soy la excepción. Pensar un artículo para este sábado ha sido un desasosiego que calmé, al menos momentáneamente, cuando, revolviendo la biblioteca, me encontré con el rostro de Raymond Aron mirándome desde la tapa de “Un observador comprometido” (París, 1981).

En estos días, quien más quien menos está exaltado y no soy la excepción. Pensar un artículo para este sábado ha sido un desasosiego que calmé, al menos momentáneamente, cuando, revolviendo la biblioteca, me encontré con el rostro de Raymond Aron mirándome desde la tapa de “Un observador comprometido” (París, 1981).

La historia de este breve libro vale la pena. En diciembre de 1980 dos jóvenes sociólogos --Jean-Louis Missika y Dominque Wolton--, le propusieron al filósofo, historiador y periodista más célebre de la “derecha liberal” francesa filmar tres largas entrevistas para televisión. Missika y Wolton rondaban los treinta años y se consideraban representantes del pensamiento de izquierda del 68. Aron, que tenía 75, aceptó a dialogar con estos dos “no aronianos” confesos, pero seguramente halagado por el conocimiento profundo de su obra que le demostraron.

El resultado es un largo y poco complaciente interrogatorio sobre la biografía intelectual y el pensamiento del filósofo francés. Las versiones filmadas -- Aron no quedó satisfecho con el montaje-- están disponibles en Internet. En cambio aceptó de buen grado el libro resultante. Ignoro si Missika y Wolton se convirtieron en aronianos. Su obra posterior me hace pensar que al menos fueron influidos por su forma de encarar la actividad intelectual. De lo que no hay dudas es que Aron los conmovió: “Fue el calor humano lo que más nos impresionó de Raymond Aron, que tiene fama de ser frío y distante. En este diálogo nos hemos enfrentado a un pensamiento duro, exigente. Lo que quizás nos haya seducido más ha sido su carácter inconformista con respecto a los esquemas de derecha e izquierda.”

Esto se expresa muy bien cuando Wolton le recuerda una confesión en la que afirmaba que solía estar más cerca de los que lo calumniaban –la intelectualidad de izquierda-- que de los que lo aprobaban”. Aron responde: “Es verdad, porque mi sistema espontáneo de valores, el que me llevó ingenuamente al partido Socialista, siguió siendo el mismo. Sencillamente el mundo había cambiado y mis opiniones se adaptaron a la realidad. Traté de ser fiel a los mismos valores en circunstancias diferentes, son actitudes diferentes. Tengo la impresión de haber sido fiel a mi mismo y a mis ideas, a mis valores y a mi filosofía. […] No quiero decir con ello que no me haya equivocado. Pero no traicioné mis valores y mis aspiraciones juveniles.”

Sus primeras lecciones políticas las extrajo de la experiencia izquierdista del Frente Popular que gobernó Francia entre 1936 y 1938. Formaba parte de un pequeño grupo de intelectuales y políticos como los célebres economistas Alfred Sauvy y Robert Marjolin: “Estábamos todos de corazón con el Frente Popular pero nos sentíamos consternados por la medidas económicas. […] El programa había sido “redactado – sostiene -- de manera irresponsable por un grupo cualquiera y el gobierno se vio obligado a respetar los compromisos contraídos”, con una consecuente debacle económica. “¿Por qué esa ceguera?” le pregunta Missika; Aron propone una explicación que siempre me ha resultado tan brillante como poco transitada: “Ignorancia. Ignorancia. No hay que subestimar a la ignorancia… Por eso me he sentido a menudo inclinado a pensar que la ignorancia y la torpeza son factores considerables en la Historia. Y frecuentemente digo que el último libro que querría escribir hacia el fin, trataría del papel que ha jugado la torpeza en la Historia.” Lamentablemente nunca lo escribió.

Ese sentido de la falibilidad humana atraviesa toda su filosofía política y su rechazo del maniqueísmo en la historia: “Lo que piensa el adversario no es necesariamente el mal absoluto, a menos que se trate del totalitarismo.”

Consecuentemente es necesario comprender y explicar, aunque “no basta comprender para disculpar. [Tampoco] significa que no se condene. Pero Aron descree de las “indignaciones fáciles”: “Imaginar la política como una moral lleva fácilmente a una tranquilidad de conciencia, a una virtuosa indignación, a una visión del mundo en blanco y negro y a un rechazo a aceptar la política con su violencia, sus cambios, sus relaciones de fuerza…” Entonces se ampara en autores como Tocqueville, Maquiavelo e interpela a sus entrevistadores: “¿Observó en ellos indignaciones fáciles? Jamás.”

Aron no ignora la imperfección de los sistemas pluralistas constitucionalistas y se ampara en la célebre cita de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando.” Del mismo modo la política “no es la lucha entre el bien y el mal sino la opción entre lo preferible y lo detestable. […] Es saber diferenciar las ilusiones, las pasiones, las esperanzas, de la verdad que se puede demostrar. [Claro que] en política no se puede demostrar la verdad pero sí intentar, a partir de lo que sé sabe, tomar decisiones razonables”

Allí radica la grandeza de la política, tal como define el historiador británico Moses I. Finley al “arte -inventado por los griegos- de arribar a decisiones mediante la discusión pública y, después, de obedecer a tales decisiones como necesaria condición de la existencia social de los hombres civilizados.”

Los sistemas totalitarios, o jacobinos o autoritarios sustituyen la discusión pública por las decisiones en nombre de una “verdad poseída e interpretada por las cúpulas y bajadas a la sociedad mediante la propaganda e ignorando el diálogo. Su esencia es el rechazo al diálogo.
Por eso es necesario comenzar por “una elección fundamental sobre la clase de sociedad en que se vive: aceptarla o rechazarla. […] Estar en un país totalitario o en un país liberal, elegir uno u otro, es algo fundamental con lo que cada uno afirma lo que es lo que quiere ser. […] la decisión no es sólo una opción sobre nuestra sociedad, sino sobre nosotros mismos.”

Consecuentemente Aron concluye: “Por mi parte […] elegí las sociedades donde hay diálogo. Ese diálogo debe ser tan razonable como sea posible, pero también debe aceptar las pasiones desatadas, la irracionalidad: las sociedades de diálogo son un voto de confianza a la humanidad.”

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Luciano Álvarez

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