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La obscenidad de un sello

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El 18 de junio los medios informaron que un comprador anónimo pagó 9,5 millones de dólares por un timbre de un centavo, emitido en 1856 en la Guyana británica. La Noticia no es rara ni original y la lista interminable. En noviembre de 2013, David M. Rubenstein, uno de los dueños de Carlyle, una firma de fondos de inversión de capital, pagó 14,2 millones de dólares por un libro de salmos de 1640, considerado el primero impreso en las colonias inglesas de América; un Mercedes Benz 540 K Special Roadster de 1936 fue vendido en 11.770 millones de dólares, un original de Tintin en 3,4 millones de dólares, un par de championes que usó Michael Jordan en 104.765 dólares. Mínima muestra que deja afuera los fabulosos precios que alcanzan las obras de arte, muchas de ellas destinadas a la caja fuerte de un anónimo multimillonario. Supongo que estos caprichos y ostentaciones tienen fundamentos sicológicos y sociales cuyos arcanos desconozco y sin dudas el culto a las reliquias es un fenómeno anti

El 18 de junio los medios informaron que un comprador anónimo pagó 9,5 millones de dólares por un timbre de un centavo, emitido en 1856 en la Guyana británica. La Noticia no es rara ni original y la lista interminable. En noviembre de 2013, David M. Rubenstein, uno de los dueños de Carlyle, una firma de fondos de inversión de capital, pagó 14,2 millones de dólares por un libro de salmos de 1640, considerado el primero impreso en las colonias inglesas de América; un Mercedes Benz 540 K Special Roadster de 1936 fue vendido en 11.770 millones de dólares, un original de Tintin en 3,4 millones de dólares, un par de championes que usó Michael Jordan en 104.765 dólares. Mínima muestra que deja afuera los fabulosos precios que alcanzan las obras de arte, muchas de ellas destinadas a la caja fuerte de un anónimo multimillonario. Supongo que estos caprichos y ostentaciones tienen fundamentos sicológicos y sociales cuyos arcanos desconozco y sin dudas el culto a las reliquias es un fenómeno antiguo, al menos en la civilización occidental.

Los primeros cristianos, como judíos que eran, abominaban de esas prácticas, de modo que el culto a las reliquias fue uno de los tantos sincretismos religiosos adoptados por el cristianismo, proveniente de griegos y romanos. San Ambrosio, obispo de Milán en el siglo IV, popularizó este culto. Dice Paul Johnson que “las reliquias pronto se convirtieron en el factor individual más importante de la devoción cristiana y durante unos 800 años conservaron ese carácter.”

Como, por los referidos orígenes judíos, razonablemente no había reliquias originales, durante las últimas décadas del siglo IV hubo una ola de supuestos descubrimientos, falsificaciones, robos y venta de tesoros santos. No hubo una sola línea de los evangelios que no generara una reliquia. Se multiplicaron las astillas y los clavos de la cruz, las espinas de la corona de Cristo, las cabezas de Juan el Bautista; hubo docenas de santos prepucios, gotas de la leche de María y tierra que conservaba el sudor ensangrentado de Gestemaní.

Para citar sólo un ejemplo, la abadía de Reading, al oeste de Londres, fundada en el siglo XII conserva su catálogo de 242 reliquias: entre sandalias de Jesús, sangre y agua de su costado, las varas de Moisés y Aarón, se destacaba la mano del apóstol Santiago que su benefactora, Matilde, Reina de Inglaterra y Emperatriz Consorte del Sacro Imperio Romano Germánico, había robado de la capilla imperial alemana. En efecto, reyes y señores, Papas y obispos no solo traficaban con reliquias sino que no dudaban en contratar ladrones profesionales para conseguirlas.

El universo de las reliquias no solo era un resabio de religiosidad pagana y popular: constituía un dinámico sistema económico: “Una parte enorme de los activos líquidos de la sociedad estaba invertida en las reliquias y sus preciosos engastes. Era un modo de guardar con seguridad el dinero”, dice Johnson. Las grandes catedrales eran gigantescos relicarios; sus costos se subsidiaban a partir de una reliquia que era llevada en largas giras para recaudar fondos, y más tarde con los peregrinos que acudían a ella para venerarla.

Algunos grandes hombres de la Iglesia, condenaron estas prácticas. Ya en el siglo XII, Guiberto, abate de Nogent, denunció los fraudes en su obra Reliquias de los santos, pero el fenómeno era demasiado importante para alterarlo.

Si bien el culto a las reliquias cedió a partir del siglo XIV, no ha perdido vigencia hasta nuestros días. Pío X, Papa entre 1903 y 1914, creyó intensamente en ellas, entre otras prácticas de religiosidad popular: “Solía prestar sus calcetines pontificios rojos a los que padecían dolencias en los pies.” Luego de la guerra civil española, Francisco Franco se apropió de un relicario del siglo XVII que contenía La mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús y lo tuvo consigo durante su lenta agonía, en 1975.
Juan Eslava Galán escribió un delicioso libro: El fraude de la sábana santa y las reliquias de cristo. Afirma que se le ocurrió ocuparse del tema cuando visitaba Venecia, en 1981 y presenció una persecución policial a dos individuos que “habían irrumpido en la iglesia de San Jeremías y secuestrado, a punta de pistola, el cuerpo momificado de santa Lucía después de forzar la urna de cristal que lo protege.” No era el primer secuestro sufrido por esta santa que vivió en Siracusa entre 283 y 304.

Los bizantinos la robaron en 1039 y los venecianos la recuperaron en 1204 para quedársela, a pesar del reclamo de los sicilianos. Se cuenta que éstos, por fin lograron obtener un dedo mediante el decidido mordisco de un peregrino siracusano, durante un besamanos de la santa.El Concilio Vaticano II no obvió la referencia al tema y en el ítem 111 de la Constitución “Sacrosanctum Concilium”, sostiene que: “De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles.” Juan Pablo II contempló el tema en el nuevo “Código de Derecho Canónico” (1983), donde mantiene la validez de esta tradición, al tiempo que declara que “está terminantemente prohibido vender reliquias sagradas” así como “aquellas imágenes que, en una iglesia, son honradas con gran veneración por el pueblo”.

Al menos desde la Ilustración autores como Rousseau, Voltaire, Víctor Hugo o Michelet han condenado y se han burlado de esta práctica. Sin embargo el culto a las reliquias invadió sistemáticamente el mundo laico y aun los ateos lo practican: en 1969 Antonio Arguedas, ministro de interior de Bolivia, le hizo llegar a Fidel Castro, las manos del Che Guevara.
En última instancia es necesario rendirse a la evidencia: las reliquias, cualquiera sea su carácter forman parte de nuestra cultura. En suma como dice Borges en su poema Las cosas: “…un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada.”

No quita que si la hipotética flor del Borges, por el solo hecho de serlo, se cotizara en millones de dólares, estaríamos ante un hecho obsceno.

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Luciano Álvarez

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