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Las mariposas

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Luciano Álvarez
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La América hispana cuenta con una desgracia peculiar y perdurable: la proliferación y persistencia secular de tiranos criminales y esperpénticos.

Casi no hay república exenta de ellos. Los hubo desde los días de la independencia, los hay aún hoy.

Rafael Leónidas Trujillo gobernó República Dominicana durante treinta y un años (1930-1961) y merece un lugar en el podio de la infamia y en la vergüenza de los Estados Unidos, su eterno apoyo, por aquello de que "sería un hijo de puta, pero era su hijo de puta". La era de Trujillo fue una dictadura brutal, un tiempo de represión absoluta, cleptocracia y desmesurado culto a la personalidad, sostenida por un ejército pleno de privilegios y una policía secreta (SIM) que tenía en su nómina a miles de agentes secretos, conocidos como "caliés", diseminados en todo el país. Eran fácilmente reconocibles por sus VW escarabajo oscuros: los "cepillos". Cualquier persona sindicada como desafecta al régimen era huésped de las cárceles clandestinas y centros de tortura.

Entre los cincuenta mil crímenes que se le atribuyen hubo uno que derramó el vaso: el de las hermanas Mi-rabal.

Enrique Mirabal era un comerciante y hacendado de buena posición y consideración social. Tuvo cuatro hijas: Patria Mercedes (1924), a la que siguieron Bélgica Adela (Dedé) (1925), María Argentina Minerva (1926) y Antonia María Teresa (1935).

Nunca dejaron de ser una clásica familia cristiana y las hermanas fueron educadas en severos colegios religiosos. Cuando se planteó un cierto choque fue a la hora de proseguir estudios más allá del secundario. Su madre, doña Chea, pretendía encontrarles un buen marido y verlas en las tareas tradicionales. En cambio su padre promovió su formación intelectual y los estudios superiores. Patria y Dedé llegaron al nivel intermedio (octavo curso) y se casaron tempranamente; abandonaron los estudios, aunque no los intereses culturales.

Minerva era dinámica, líder y de una gran inteligencia. Su madre temía verla mezclada en los arriesgados movimientos universitarios. De todos modos a los veinte años se graduó en Letras y Filosofía y luego fue una de las primeras mujeres en obtener el título de Doctor en Derecho. En 1955, se casó con Manuel Aurelio Tavárez Justo, también abogado y destacado militante antitrujillista. Tuvieron dos hijos, nacidos en 1956 y 1960.

María Teresa, la menor también hizo estudios universitarios —agrimensora— y se casó con un ingeniero, Leandro Guzmán, en 1958, en el 59 nació su hija y en el 60 fue asesinada.

Cuando Minerva se involucró decididamente, junto a su esposo, en las reuniones clandestinas que dieron origen al Movimiento Revolucionario 14 de junio, María Teresa estuvo junto a su hermana; también lo hizo su esposo.

La mayor, Patria, no tuvo el mismo nivel de actividad política pero las apoyaba, prestando su casa como refugio y eventual escondite de materiales. Dedé solo simpatizaba con las actividades de sus hermanas; luego del crimen se hizo cargo de la crianza de sus cinco sobrinos.

Minerva entró en la actividad clandestina con el alias de Mariposa, que pronto se extendió a Patria y María, conocidas como "Las Mariposas".

La familia Mirabal cargaba desde tiempo atrás con la peligrosa inquina de Trujillo, alimentada por un suceso que el tirano, apodado El Chivo por su bulimia sexual, no perdonó. La joven Minerva Mirabal le había rechazado repetidas veces.

Para fines de los años 50, Las Mariposas, ya casadas y con hijos contaban con una larga actividad política y habían pagado por ella con varias detenciones.

El 10 de enero de 1960, bajo el liderazgo de Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), el esposo de Minerva, se creó una Asamblea Nacional para unificar a todos los antitrujillistas. Pero, diez días más tarde los principales dirigentes fueron arrestados, entre ellos Minerva, María Teresa, Patria y sus esposos: Manolo, Leandro Guzmán y Pedro González.

Su primer destino fue La Cuarenta, infame cárcel de tortura, y luego transferidas a La Victoria, torturadas y violadas. Minerva y María Teresa recibieron condenas de dieciocho años de prisión, mientras a los tres maridos les cayeron treinta.

Las protestas de la OEA y la Iglesia le dieron a Trujillo una idea macabra: las liberó, mientras tramaba la muerte de Minerva y María Teresa.

El primer paso fue otor- gar los viernes como día de visita a sus esposos. Al regreso sufrirían "un lamentable accidente".

Uno de los célebres "cepillos", las esperó. Dentro había cuatro agentes del SIM, con palos y pañuelos de seda.

Era el 25 de noviembre, viajaban las tres Mariposas y un chofer. A las cuatro de la tarde el "cepillo" les cerró el camino. Patria logró huir hacia un ómnibus que pasaba, y alcanzó a gritar: "Díganle a la familia Mirabal, de Salcedo, que los caliés van a matarnos". Las llevaron a una finca cercana para darle uso a los palos y pañuelos de seda. Con estos las estrangularon y aún agonizantes, las remataron a palazos. Los cuatro cuerpos fueron puestos nuevamente en el auto y lo arrojaron al fondo de un barranco.

"Tres mujeres y un chofer perecen en vuelco", tituló un diario.

Luego del "accidente" Trujillo no quedó satisfecho y confiscó todos sus bienes y los de sus esposos.

La escritora Julia Álvarez sostiene que Las Mariposas "le pusieron un rostro humano a la tragedia generada por un régimen violento que no aceptaba la disidencia y que llevaba tres décadas de asesinatos en el país".

El 30 de mayo de 1961, desafiando la seguridad, un grupo armado dio muerte a Trujillo en una carretera cuando iba a visitar a una joven amante. Todos los autores citaron, sin excepción el crimen de las Mirabal como la gota que había colmado el vaso.

En 1999 la ONU declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer en memoria a tres de sus víctimas e instaló en Santo Domingo la sede del Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de la ONU para la Promoción de la Mujer. Me permito discrepar con tal definición reduccionista. El crimen de las Mirabal no fue un acto de violencia de género sino un asesinato político. Es más, en ese contexto y época matar a un hombre era una cosa, pero muy otra hacerlo con tres madres de familia. Ese carácter del crimen contribuyó a la convicción de que Trujillo había traspasado la última frontera.

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