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Luego se disculpó

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Amo los gestos literarios de Manrique (“...todo tiempo pasado fue mejor”) y Borges (“Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos para vivir”). Sin embargo procuro que mis razonamientos y reflexiones discurran por el camino opuesto, aunque en estos días me asedia el pensamiento de que nunca el agravio estuvo tan disponible ni fue tan impune como hoy; que nunca como hoy la ordinariez, la demagogia y la ignorancia se enseñorearon de las bancas parlamentarias.

Amo los gestos literarios de Manrique (“...todo tiempo pasado fue mejor”) y Borges (“Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos para vivir”). Sin embargo procuro que mis razonamientos y reflexiones discurran por el camino opuesto, aunque en estos días me asedia el pensamiento de que nunca el agravio estuvo tan disponible ni fue tan impune como hoy; que nunca como hoy la ordinariez, la demagogia y la ignorancia se enseñorearon de las bancas parlamentarias.

En el reinado del Twitter, el señor Sebastián Valdomir (“Militante político, Sociólogo, Diputado suplente y Coordinador de la Bancada Progresista del Parlasur, MPP 609/ MLN-T”), en medio de una discusión sobre la situación en la Franja de Gaza escribió: “Se podrían ir a cagar y no volver, ni al Mercosur, ni a Uruguay vos y (Ana) Jerozolimsky” (periodista uruguaya-israelí). Luego se disculpó. El 15 de mayo 2016 reincidió en su pulsión tuitera: “Antes de festejar el gol de un hijo de Novick me hago hincha de Basáñez. Lástima dan....” Luego se disculpó: “Generar violencia con un tuit es una macana y un gran error, disculpas por mi comentario (de) ayer a los hinchas aurinegros”. El 28 de abril, el diputado comunista Gerardo Núñez escribió un artículo agraviante contra escritores, artistas, editores y libreros opuestos a la llamada “ley de las fotocopias”, acusándoles de practicar un “terrorismo lucrativo”. Luego se disculpó: “No me supe comunicar o no fui bien interpretado pero ya está aclarado”.

Las disculpas rara vez borran el mal infringido por el agravio. Es tan imposible como tirar una jarra de aceite sobre una alfombra y luego pretender recoger todo el líquido. Los griegos, inventores de nuestra democracia, tenían al respecto tres expresiones interdependientes que se iniciaban con el prefijo “iso”, es decir “igual”: Isocracia, gobierno de los iguales, de los ciudadanos, todos con poderes políticos equivalentes, Isonomía, la igualdad ante la ley, e Isegoría, esto es, el derecho de todo ciudadano de ser “oído como titular potencial de opiniones y consejos competentes acerca de la regulación de los asuntos públicos” (Carlos Pareja).

Ese derecho a la isegoría, aplicable, en aquella reducida escala de democracia directa que eran las Polis griegas, hoy ha renacido con una potencia gigantesca mediante las redes sociales. Cualquiera que tenga un celular, cualquier oscuro político o militante social, cualquier ciudadano algo ingenioso puede ser “oído como titular de opiniones”. “¿Qué Esténtor podrá servir de heraldo?” (cuando una polis es demasiado grande) se preguntaba Aristóteles en el capítulo IV de la Política. Hoy los medios masivos de comunicación o los sistemas como Twitter o Facebook le han dado respuesta y cumplen la función del mitológico Esténtor, aquel de quien Homero dice que “que tenía vozarrón de bronce y gritaba tanto como cincuenta”. Ahora Esténtor opera mediante la “viralización” de los mensajes y su recuperación por los medios masivos (los diarios, las radios y los noticieros de televisión son grandes consumidores de Twitter). Vivimos en el apogeo de la isegoría. Sin embargo, la sabiduría griega había creado un mecanismo contra sus eventuales excesos: la graphe paranomon, muy superior al pobre sustituto de “la disculpa”. La graphe paranomon tenía una doble función. En primer lugar era un mecanismo de revisión y derogación de leyes por la Ekklesía (Asamblea). Algo similar a lo que hoy cumplen los tribunales constitucionales, el bicameralismo o la Suprema Corte de Justicia. Sin embargo, había diferencias fundamentales. Por un lado las decisiones podían ser sometidas al procedimiento cuando no eran más que propuestas. Por otro lado la demanda se presentaba con el objetivo de derogar la resolución de la Asamblea, pero al mismo tiempo se juzgaba al portavoz de la moción: se consideraba que había engañado al pueblo y corrompido las leyes del Estado, mientras que la propia Asamblea no tenía que rendir cuentas a nadie. Pero, en segundo lugar y lo más importante, tenía la función de prevenir contra los demagogos, contra las propuestas insensatas o irrealizables que seducían la voluntad popular. La graphe paranomon invitaba al ciudadano a aceptar los riesgos de su libre expresión. Su función era la de complementar la isegoría “con cierta disciplina” (Carlos Pareja).

La graphe paranomon no era una revisión automática de las leyes sino que era prerrogativa de un ciudadano, quien iniciaba el procedimiento. La responsabilidad del proponente expiraba después de un año. A partir de ese momento la ley todavía podía ser denunciada y anulada, pero el proponente no sufría penalización alguna. Trascurridos cinco años, quedaba firme.

El tribunal competente era la Heliea, compuesto -en Atenas- por 6.000 ciudadanos comunes, es decir, no expertos en derecho, mayores de 30 años, y repartidos en diez clases de 500 ciudadanos (1.000 quedaban en reserva) sorteados cada año para ser heliastas.

Todos corrían riesgos. Tanto el autor de la ley cuestionada como el demandante podían ser objeto de multas, muchas veces extremadamente altas.

Muchos de los procesos de graphe paranomon se ocupaban de asuntos de una aparente escasa importancia -de allí mi analogía contemporánea- aunque permitían la discusión de una vastedad de asuntos cívicos. El discurso de Demóstenes, Sobre la Corona, respuesta al de Contra Ctesifonte, de Esquines, considerado por muchos autores como “el mayor discurso del mayor orador de la historia”, se produjo en el marco de una graphe paranomon en el año 333 a.C. a propósito de una distinción honorífica.

Demóstenes, que defendía a Ctesifonte logró su absolución. Esquines, multado y humillado, optó por exiliarse. Cornelius Castoriadis ha considerado la graphe paranomon como “un procedimiento aparentemente extraño pero fascinante. (El ciudadano) tiene el derecho de proponer absolutamente todo lo que se quiera, pero debe reflexionar cuidadosamente antes de presentar una proposición sobre la base de un movimiento de carácter popular y hacerlo aprobar por una débil mayoría.”

Que yo sepa, en las sociedades contemporáneas, altamente “isegóricas”, carecen de algo parecido a la graphe paranomon, salvo intrincados mecanismos jurídicos que no exponen ni multan la cotidiana tendencia al disparate, las leyes demagógicas y la disculpa falluta.

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Luciano Álvarez

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