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Las invasiones bárbaras

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El “meme” que he recibido por Facebook muestra al Continente americano sangrando, con una espada de conquistador clavada aproximadamente entre Ecuador y Perú. El texto dice: “12 de octubre #nada que celebrar.

El “meme” que he recibido por Facebook muestra al Continente americano sangrando, con una espada de conquistador clavada aproximadamente entre Ecuador y Perú. El texto dice: “12 de octubre #nada que celebrar.

América no fue descubierta; Fue invadida y saqueada. 12 de octubre, día de la resistencia indígena.” Esta tesis coincide con la moda anti Colón que retiró, en 2013, su monumento del centro de Buenos Aires, siguiendo el camino chavista que hizo lo mismo en 2004 y rebautizó el Paseo Colón de Caracas como Paseo de la Resistencia Indígena. Sus principales promotores cargan con apellidos tan nativos como Kirchner Cšnning o Fernández Wilhelm. En cambio en Bolivia, si no me equivoco, el aymara Evo Morales no ha pasado de una incendiaria retórica, pero el monumento a Colón en la Paz se mantiene, aunque con frecuencia lo vandalizan y le colocan carteles tales como “¡Primer Colonizador de Indios!”.

También me llegó otro “meme”: junto a la imagen de Donald Trump aparece un cacique indio que le dice: “¿Así que estás en contra de emigración? Espléndido, ¿Cuando te vas?” Quisiera jugar un poco con este supuesto, pero antes pido disculpas al lector por el incordio de dedicar un párrafo a explicar algo más que sabido.

El descubrimiento (perdón por la expresión políticamente incorrecta) y la conquista de América encajan en un tópico de la Historia que puede observarse, con pequeñas variantes en la construcción de los imperios y civilizaciones de todo el globo y de las cuales somos cultural y genéticamente herederos. Basta asomarse a Herodoto, la Biblia, los Comentarios de Julio César o las Décadas de Tito Livio. Somos humanos y la Humanidad es así. Los conquistadores españoles no se encontraron con el mítico buen salvaje -otro viejísimo invento europeo- sino con organizaciones humanas, que incluían desde primitivos cazadores y recolectores -que ocupaban el mayor espacio territorial-, cultivadores de aldea como los guaraníes hasta grandes imperios como los incas y aztecas. Aunque alguno quiso negarles el alma, no hay duda que eran tan humanos como los recién llegados, en lo bueno y en lo malo. Así, los conquistadores, no tuvieron más que sumarse con sus técnicas militares avanzadas a las continuas guerras entre los habitantes del continente y quedarse con casi todo, tal como lo hicieron los hicsos en Egipto, hace treinta y ocho siglos, o los griegos de Alejandro, los romanos o los musulmanes .

Ahora sí, vuelvo a Donald Trump: “Espléndido, ¿Cuando te vas?”. Personalmente, creo que no tendría muchos problemas. Es probable que hasta que mi padre cruzó el mar en 1942 para “hacer la América”, mis antepasados no se habían movido del entorno del castro de Coaña, habitado desde el siglo IV aC, cercano a la casa familiar. Hoy aquellos valles asturianos están casi despoblados, así que la tengo bastante fácil. Los asturianos tienen un linaje genético más antiguo que el de la mayoría de los españoles de modo que aquellos primeros coañeses seguramente desplazaron o se mestizaron con otros habitantes, los astures, que fue el nombre que los romanos dieron genéricamente a tribus, como los pésicos, tiburros o gigurros. Seguramente tuvieron contacto con los albiones que estaban al oriente del río Navia. La conquista romana tuvo lugar entre el 29 y 19 aC y apenas se dedicó a explotar durante un tiempo sus riquezas mineras, sin dejar más huellas. Más tarde, en el siglo V los suevos -cuyo nombre, significativamente puede provenir de una palabra celta: “vagabundo”- crearon un breve reino germánico hasta que fueron desplazados por otros germánicos, los visigodos. Los árabes apenas se arrimaron. Ninguno de esos tránsitos, instalaciones o entradas fueron pacíficas; también sembraron sus genes.

Nunca olvidaré cuando Armando Pirotto, un adusto y erudito profesor, lamentablemente poco recordado, nos explicó que aquello que los programas mal llamaban “invasiones bárbaras” debieran llamarse, de acuerdo a la terminología de la historiografía alemana, “Völkerwanderung”, migración de los pueblos y más importante aún, que la historia de la humanidad no puede explicarse sin las “Völkerwanderung”.

Hoy parece seguro que el Homo sapiens apareció en el África, al sur de Etiopía, hace unos 140.000 o 200.000 años. El momento crucial se habría producido hace unos 65.000 años cuando comenzaron a migrar, desplazando o mestizándose con poblaciones de humanos arcaicos como los neandertales o el Homo erectus, entre otras.

Estas migraciones desarrolladas a lo largo de milenios fueron ya pacíficas, ya violentas, ya forzadas y casi siempre desesperadas. Los seres humanos han sido migrantes la mayor parte de su historia. En cambio, los largos asentamientos aislados no solo han sido excepcionales sino que generaron poblaciones estancadas, condenadas a la excepcionalidad y pobreza culturales y a la paulatina extinción por falta de enriquecimiento genético.

Las Américas, escasamente pobladas, se vieron sacudidas, entre el siglo XV y el XX por una de las Völkerwanderung más trascendentes, moviendo gentes de Europa y África, fundamentalmente. Desde el último cuarto del siglo XX ha sido Europa la que vive este fenómeno -agudizado de forma imponente por estos días- tal como sucedió a partir del siglo IV y se extendió con altos y bajos hasta el VIII. Por supuesto que ninguna parte del globo escapa a este fenómeno fundamental. Baste pensar en los casi 22.000 kilómetros de la portentosa Gran Muralla China -a Donald Trump se le pianta un lagrimón- construida para protegerse de la penetración de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria.

Es difícil imaginarse como harían el políticamente incorrecto Donald Trump y los políticamente correctos defensores del buen salvaje y “la resistencia indígena” para frenar el fenómeno multimilenario de las “Völkerwanderung” sin apelar a la violencia racista y la limpieza étnica. Por otro lado, si este fenómeno no hubiese existido, el ser humano sería solo una especie animal, algo evolucionada, cuyo hábitat estaría en el centro del África. Quizás fuera el paraíso terrenal, tan buscado por los exploradores como Colón, esos grandes colaboradores de las grandes migraciones, cuyas aventuras y audacias sigo saludando con humano entusiasmo.

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Luciano Álvarez

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